Esta es la historia del papagayo de Pío. Hoy, 05 de octubre, a los 70 años de su vuelo libertario, y al cumplirse apenas seis días de su encuentro, en la hacienda "El Callao" con su hermana Clementina Tamayo, los papagayos quieren otra vez tomar la palabra. Tal vez sea una respuesta a ese qué hacer, que en medio de tanta confusión, muchos se formulan para poder enfrentar creadoramente este tiempo de profunda crisis, en el cual, como entonces, quienes detentan el poder y quienes aspiran a él, silencian a un colectivo que clama por hacer su propia historia, en otras palabras, volar sus papagayos, para esparcir sobre esta tierra devastada, señales de alegría, justicia, libertad y amor. Tal vez valga la pena intentarlo.
Esta es la historia de un papagayo. ¿De un papagayo?... Caramba, dicho así, con esa voz, parece una cosa seria. ¡Por supuesto que lo es! ¿Pero quién dijo que un papagayo puede tener historia? Tienes razón... sí... la historia la hacen los hombres, no puede decirse que un papagayo tenga o haga historia...
Pero hay que decir que el nuestro es un papagayo de historia porque está en la propia vida de un hombre que se sentía y era papagayo.
Un soñador que desde muchachito entendió que la única posibilidad que tenía para andar para arriba y para abajo, de hacienda en hacienda, aventura en aventura, o país en país, era utilizando el volador. No hay rincón del mundo en el cual no pudiera aterrizar.
Esto se lo enseñaron unos titiriteros que una tarde acamparon en un lugar cerca de su casa. Ellos venían de tierras lejanas y su misión en la vida era hacer reír a los niños y a la gente grande con aquellos hermosos personajes que movían con un hilo mágico cada mañana.
El niño, que se llamaba Pío, se sintió tan emocionado y maravillado con los titiriteros que se quedó con ellos muchas horas para aprender el arte de la muñequería.
Así un día, cuando los titiriteros movían a uno de sus personajes, el hilo que lo retenía sobre las tablas se rompió y el personaje comenzó a subir y a subir, en vez de bajar y bajar hasta caerse. Tanto ascendió que primero se convirtió en una nube y luego en una gota de agua. Sus manos se volvieron alas multicolores y su cuerpecito vestido de trapo, se llenó de palabras que tenían alas y que llenaban el cielo con una música muy hermosa.
Pío quedó tan encantado con aquel accidente de los titiriteros, que se fue a su casa para convertirse en un fabricador de papagayos. Si les doy mucho hilo podrán volar por todo el mundo, y si les dibujo colores brillantes y hermosos podrán vestir el cielo de alegría. Y los niños podrán tener uno cada uno, para irse volando en su risa hasta los confines donde nace el amor.
Pío sintió que había nacido a la vida, que comenzaba en aquel momento la verdadera misión a cumplir: la de ser floricultor de hazañas y repartidor de papagayos.
Y fue tanto el apego a los voladores que un día se decidió a fundar la empresa del papagayo. Su nombre: La Casa del Volador de la Libertad... Rápidamente se corrió la voz. De muchas partes empezaron a venir niños y adolescentes en procura de estos papagayos que no sólo volaban sino que tenían la magia de la libertad.
Hay quien dice que estos papagayos no sólo tenían bellos y elegantes colores, sino que, además, tenían el signo de las palabras con las cuales podían protestar.
Cada vez que subía uno de estos voladores se sabía que vendrían palabras. ¿Y qué dirá ese papagayo? ¿Y qué dirá el otro?
La casa de los papagayos voladores y habladores crecía y crecía...
Un buen día el cielo de El Tocuyo amaneció tomado por los voladores, es decir, tomado por los proclamadores de la libertad.
¡La que se armó fue soberana!
Las autoridades se preguntaban: ¿Y qué vamos a hacer con tantos y tantos papagayos en vuelo? ¿Cómo es posible que ahora todo el mundo se aficione y no quiera hacer más nada sino volar papagayos?
Y mientras las policías acordaban una política antipapagayos, los papagayos aumentaban. La casa del volador de la libertad se vio obligada a establecer algunas sucursales porque la gente estaba como poseída por el papagayismo.
Todo el mundo andaba en vuelo permanente de libertad, de amor y de solidaridad.
Para la policía no había más remedio que comenzar a ver el asunto con preocupación. ¡Esto ya no me está gustando! dijo el jefe del organismo...
Fue entonces cuando se dispuso a entrar a combatir a los papagayos de la libertad. El régimen dispuso de todos sus recursos para poner a volar los antipapagayos del orden. En su cola se les armó de filos cortadores para que procedieran a dañar y derribar a los voladores de la libertad.
La guerra se hizo cada día más fuerte. Los papagayos de la libertad no cedían. Cada vez era más los que emprendían vuelo y lanzaban sus proclamas libertarias. La desesperación policial crecía.
Llegó el día en que era tal la toma que habían hecho los papagayos del pueblo que ya no fue posible más contemplación. Se ordenó apresar al jefe del taller de los papagayos de la libertad. Era un joven, indio tocuyo él, que solía decir que aún en el instante supremo de la muerte estaría sonriendo en el vuelo multicolor de un papagayo. La noticia de la prisión del papagayero se difundió y el efecto fue increíble: ya no hubo gente del pueblo que no emprendiera el camino del levantamiento de papagayos.
Ahora sí que nada detendría la protesta voladora, de la libertad.
Los verdugos se consideraban cada vez más irrespetados y ofendidos.
Los papagayos seguían haciendo discurso de protestas y magias de creación y libertad.
El régimen se sintió muy amenazado por la insurgencia de los papagayos y acordó medidas extremas. Ya se había puesto preso a Pío, el Jefe el papagayero. Pero resulta que los papagayos seguían volando y hablando igual. En vez de disminuir se multiplicaban más y más. Y esto ponía muy nervioso al jefe de la policía.
Pío fue enviado a una prisión muy oscura y a una celda donde no entraba la luz ni el viento. De este modo se impedía que se siguiera el volar de tantos y tantos papagayos.
Pero los guardias se sorprendieron cuando vieron que de pronto los muros de aquel viejo castillo, se iban llenando de colores.
Resulta que Pío hizo un trato con las piedras. Les dijo que si ellas querían, en vez de estarse allí, apretadas unas contra otras, formando la pared de la prisión, podían vestirse con el color de los papagayos, tomar su aliento y sus hilos y salir a volar.
Todos los cauces de las aguas de piedras se volverían piedras de vuelo, especie de mágicos cometas que en vez de ascender hacia las nubes, buscan un manantial, donde emprender su viaje hacia el mar. Por supuesto, esto enfureció más aún a los carceleros y a la policía.
Hay que dar un escarmiento -dijeron- e inventar una situación en la cual se pueda explicar la liquidación del papagayero de la libertad, ahora en prisión.
¡Ahora resulta que hasta las piedras se convierten en papagayos!
Las fuentes oficiales no tardaron en informar: el papagayero de la libertad trató de escapar de la prisión, en un aventurero vuelo. No atendió la voz de alto y hubo que dispararle con armas largas.
Pero las balas no pudieron quitarle la vida al cuerpo porque estaba totalmente hecho de papagayos que sentían, hablaban, vivían y se reían de quienes creían que era posible matar el papagayo de la libertad o la libertad del papagayo.
Lo que si se consiguió fue el estallido de miles y miles y miles de papagayos en el espacio de los cielos, las aguas y las piedras.
El peligro cada día fue mayor. Por todas partes el vuelo de la libertad haciendo temblar la ignominía, la tortura, el asesinato.
Y un buen día, era tal la amenaza de los miles de papagayos de la libertad, que las policías decidieron desertar para obligar al gobierno central a que viniera a controlar la situación...
Desde entonces, Pío utiliza y difunde el arma papagayo y dicta talleres de libertad en los andenes de todos los pueblos donde hay niños que no ríen.
Y trabaja con afán y con tesón porque sabe que, por encima de toda tiranía, cuando todos aprendamos a volar los papagayos de la libertad en los hilos hechos de amor, habremos desterrado el miedo y la injusticia del mundo, por siempre y para siempre.
abm / marzo 1998
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