HACE MAS DE UN SIGLO
Hace más de un siglo el tiempo vino seco
y se quedó atrapado en el madero de varias senectudes
de un redil agigantado de la tierra.
No hubo estanques en que depositar la tierra
que fluía de las palabras
y ellas amansaron la carne legítima del polvo
entre vaivenes de pequeñas madrugadas
en gotas pequeñas de extensos abecedarios.
Larga fue la carrera de los hombres.
No hubo un tiempo desconocido
que no fuera habitado por los ojos.
En cada extremo de la carne legítima
hubo una lupa que lo miraba todo
hasta el movimiento de la célula
entre receptáculos de faunas
con un agitar de ojales
en la capa arrugada de la lengua.
Cada futuro tenía su músculo fijo
como largo resorte que lo encoge todo,
y en este tiempo, anduvo la soledad.
Las palabras eran carreteras de huellas prolongadas
y a la vez eran vehículos
con asientos de lanas
y espaldares adaptados a la forma esquelética
de todo hombre sin su huella.
Creyéndose así, que todo giraba.
Con huesos pegados a la tierra
todo caminaba en nubes de argamasa de harina
sin levantar siquiera la levadura d ela frente
para ver la cuerda tendida en cada extremo de los dedos.
No se vio adónde se fue la fibra que nos trajo
las antiguas palabras
ni dónde estuvo la palabra contigua
adorándose de sol a sol
y de qué follaje provino su frescura
para luego perderse entre las cuencas vacías
de las hierbas dormidas.
Cada estirón del brazo
era un vértice de sombra doblegada
ahogando en su molécula de fibra
generaciones de tobillos, de tintes heterogéneos.
No hubo la longitud de la voz
ni casas con ventanas
cocinando bostezos de campanas
entre pronombres propios,
con metros injertados en la hebra de una cáscara vacía.
Todo se movió con rapidez de tiempos sin minutos.
Quedaron las palabras con alientos vacíos
en cuencas de media luna,
con humedad de una ola plomiza,
en la arquitectura arqueológica de un esqueleto
en este andar de carabelas de tortugas.
Y hoy que la pierna geográfica
estiró su afán hasta la última uña
las palabras siguen suspendidas siguen intactas
amarradas en el madero de un redil agigantado de la tierra.
Este poema pertenece al libro de Raúl Segnini El otro silencio (Caracas, CPT/UCV, 1996). Dos años después partió hacia sus territorios de siempre. Y cada octubre lo invocamos para celebrar su vida, su ternura y esa zozobra por la vida que navegó infinitamente en sus silencios.
El libro se puede obtener en la sede de la Cátedra Pío Tamayo, ubicada en la Residencia A-1, Oficina 304, Instituto de Investigaciones “Rodolfo Quintero”, de la FACES/UCV. Quien quiera adquirirlo puede llamarnos telefónicamente o escribirnos a nuestro correo electrónico, que gustosamente se lo haremos llegar tanto a Caracas como al interior del país. Tlfs: 6052536 / 0416-6387320 / telefax 5500784 / FUNDATAMAYO@hotmail.com
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