VENEZUELA 1935-2005
SETENTA AÑOS DE UNA MISMA HISTORIA
Al final de este recorrido de muerte y desesperanza, que constituye el balance de nuestra historia, la pregunta más pertinente tiene que ver con nosotros mismos. ¿Y qué hemos hecho frente a tanta desventura? ¿A dónde se ha ido la vida? ¿La hemos utilizado para reparar los errores que a diario señalamos? ¿La hemos emprendido como un bien común o como una propiedad que se cerca y aísla para que nada la interrumpa?
Estos setenta años de historia se asemejan tanto a todos los precedentes, que bien podemos afirmar que en más de quinientos años no hemos podido disponer de la vida ni construir una sociedad para que en ella tenga cabida la alegría compartida.
DEL SILENCIO Y LOS BULLICIOS
DE UNA HISTORIA TRUNCA
Hemos sido actores pasivos de una historia que otros hacen y escriben por nosotros. Y hemos guardado silencio, o sumado al bullicio de encrucijadas inexistentes. Hemos visto pasar la vida como quien contempla el cauce de un río, a sabiendas de que en su lecho el agua transporta utopías quebradas o sueños devastados.
Del agua llegamos al deslave y el deslave desenfundó las piedras de que está hecha la otra cara de la tierra, y el hombre quedó una y otra vez sepultado, sin siquiera saber a qué bando pertenecía o cuál era el ritual que lo conducía a la nada. Ese es el balance que nos deja dialogar con una historia trunca, un tiempo quebrado, un espacio geográfico deshabitado de futuro.
En ella hemos visto pasar y desfilar los mismos grises personajes ataviados con los mismos trajes heroicos, para ser actores de una historia que dejó de ser la huella de un colectivo para convertirse en el diario íntimo de los usurpadores. Nos dejaron como legado sus nombres, sus hazañas, sus crímenes, sus atropellos, pero no lograron sembrar un fruto que hiciera reverdecer las tierras baldías en que convirtieron los solares alguna vez cuajados de jobos y ciruelas.
LA MISMA HISTORIA
CON UNA HERIDA CADA VEZ MÁS HONDA
En el año 1935, dos meses antes de la muerte natural de Juan Vicente Gómez, Pío Tamayo, el floricultor de hazañas, moría de cara a los últimos rayos de sol, convencido de que todos éramos culpables de lo que ocurría: la codicia, la avaricia, el manejo del poder como un instrumento para sojuzgar, el suplicio para los disidentes, las más grandes carencias para quienes ya carecían de todo y la compra-venta de todas las almas trashumantes dispuestas a ponerle precio a sus desprendimientos.
Era la historia heredada de los antepasados que habían acumulado idénticos balances en innumerables guerras y batallas inscritas en la misma contabilidad de pérdidas. Sólo cambiaban los nombres, el color de los uniformes, el brillo de las preseas y el discurso que los arengaba. Todo quedaba exactamente en el mismo lugar, pero con una pena más honda a cuestas, una herida más profunda.
Se nos hizo creer que el tirano pacificaba a un país envuelto en pequeñas guerras. No hizo sino sustituir la revuelta por una imposición más férrea y despiadada. En el fondo sólo escribía nuevas lecciones a los eternos dueños de la vida. Pío Tamayo moría con la tristeza de saber que no habían llegado aún los tiempos en que germinaran las semillas de samán que había dejado esparcidas por los cuatro vientos de su interminable peregrinaje.
Lo demás es historia conocida y estudiada con detalle. Se nos hizo creer que vivimos una transición que sólo transitaba hacia una reiteración de los mismos principios y máximas del poder, que ahora encontraban como ampliarse en falacias y mentiras de mucho mayor alcance.
¿QUÉ SE DEMOCRATIZÓ Y PARA QUIÉNES?
Se nos dijo que caminábamos en dirección a una democracia. Pero nunca supimos qué se democratizaba ni para quién. Era sólo un ropaje que cumplía los requisitos de los nuevos tiempos, para modernizar los términos de una misma hegemonía. No había, como tampoco lo hay hoy, intención alguna de escribir una nueva historia, sino de hacerla creer, de ponerla en escena. Y lo hicieron.
Al presidente Medina, los nuevos dirigentes le recriminaron su negativa a liberar el voto. Y cuando al fin se logró, el voto no sirvió sino para consolidar la misma infamia.
¿Dónde quedaba el hombre? Perdido y extraviado entre tanta ciencia social como fuese necesaria para catalogarlo, disecarlo y etiquetarlo, en fin de cuentas, convertirlo en elemento dócil y manejable de una historia que nada tenía que ver con él. Masa, pueblo, pobreza, Juan Bimba con su pan debajo del brazo, digno antecesor de los boinas rojas que hoy se apertrechan con un arma en vez de un pan, para defender el sostenimiento de su status de excluidos como única forma de garantizar la permanencia en el poder de aquellos que los someten.
TERRIBLE Y TRÁGICA HISTORIA
Qué terrible y trágica historia ésta de la que somos actores y testimoniantes. Como si no nos hubiésemos detenido nunca a preguntarnos por ella. Muchos lo hicieron y fueron silenciados, como Pío Tamayo, como César Zumeta que quiso diagnosticar la enfermedad de este triste país, como Enrique Bernardo Núñez, que combatió la pacotilla de historia en que nos habíamos convertido, como Mario Briceño Iragorry, en busca de un destino distinto, como Salvador de la Plaza, desde su angustia por descifrar el misterio de eso que se designaba clases sociales en un país desmantelado, o un Rodolfo Quintero acuciado por la necesidad de llegar más allá de la superficie. Y tantos otros que no formaron parte de la historia oficial decretada para izar banderas y edificar panteones.
Hoy, no sólo estamos arropados por la inclemencia de una historia que nos despedaza, sino por la palabra y el discurso que la adjetiva para convertirla en otra magna hazaña por la liberación del hombre.
NUNCA FUIMOS TAN SUMISOS Y COMPLICES
COMO HOY
Nunca hemos estado tan maniatados como hoy, ni hemos sido tan sumisos ni tan cómplices. Dejamos que nos arrebataran las cercas que amurallaban los principios de equidad, justicia e igualdad. Y le dejamos el campo libre a toda suerte de falsos prestidigitadores. El tiempo es de oscuranas. Y el futuro se juega a cada paso.
Como si haber sido espectadores de la permanente guerra mundial que ha sacudido a este planeta no hubiese sido suficiente muerte para no querer sucumbir a sus pretensiones hegemónicas.
EL PESO DE LA USURPACIÓN
Cuarenta años de democracia representativa dejaron un saldo que aún no logramos sintetizar. El afán por convertir ese tiempo en un episodio de progreso, no permite vislumbrar su carga de usurpación y profundización de la negación de la vida colectiva. Nada cambió que no fuera el aparataje externo. Y su fracaso para avanzar hacia la construcción de una sociedad de signos más igualitarios fue de tal magnitud, que abrió las compuertas a todos los ismos de que está regada la ciencia y la filosofía para justificar el mismo y antiguo crimen que advino cuando un hombre mató a otro para apropiarse para sí mismo, de aquello que era, por naturaleza y esencia, un bien común.
MANTENER LAS BANDERAS DE LA POBREZA
Hoy, otra vez, los pobres, los excluidos, los marginados, los condenados de la tierra, como los llamó alguna vez Franz Fanon, son los obligados a mantenerse en sus carencias y limitaciones, para que generen en ellos, la suficiente rebeldía y violencia, como para garantizar la propiedad de los nuevos dueños. Si ellos desaparecieran, si dejaran de ser lo que son, ya no habría banderas, ya no habría causas que librar, ni motivos para crear las guerras que deberán alimentarse de las armas que se requiere fabricar y vender para mantener incólume los imperios de la miseria y la destrucción.
HACIA UNA COMUNIDAD DE HOMBRES
COMPLETOS INDIVIDUALES
Dice Juan Ramón Jiménez, a la hora de enfrentar los términos de aristocracia y democracia, lo siguiente: “Aristocracia, a mi manera de ver, es el estado del hombre en que se unen –unión suma- un cultivo profundo del ser interior y un convencimiento de la sencillez natural del vivir: idealidad y economía. El hombre más aristócrata será, pues, el que necesite menos exteriormente, sin descuidar lo necesario, y más, sin ansiar lo superfluo, en su espíritu.
Y democracia ¿qué es? Si, etimológicamente, democracia significa dominio del pueblo, para que el pueblo domine tiene que cultivarse fundamentalmente en espíritu y cuerpo. Pero, cultivado así, el pueblo es ya el aristócrata indiscutible. De modo que no hay democracia en un sentido lógico, porque no debe haber pueblo en contraste.
El pueblo, además, no podría gobernar como tal pueblo convencional, como el pueblo en tal estado en que lo sostienen sus explotadores que, en realidad, son malos burgueses, medio estancados, que quieren mandar sin ‘demos’ ni ‘aristos’. Y el pueblo no es justo que quede en la fase de plebe, de masa amorfa y silvestre en que hoy está buena parte de nuestro mundo, gracias a sus ahítos defensores.
Yo no creo en una Humanidad conjunta más o menos igualada con estas o las otras facilidades, sino en una difícil comunidad de hombres completos individuales.”*
EL POETA SOBREPASA AL HISTORIADOR
El poeta, una vez más, sobrepasa al historiador y al científico social para tocar lo esencial de una tragedia que tiene materialmente el tiempo de la historia del hombre. Hasta hoy, incluyendo todos los fallidos intentos llamados ‘revolucionarios’, no se ha podido ver la humanidad como esa ‘comunidad de hombres completos individuales’. La hemos visto siempre fraccionada, dividida, transgredida, por causas materiales, entre un colectivo designado esclavos, siervos, proletarios, masa, pueblo, excluidos, marginados, o con el vocablo que se quiera, y esas minorías que alcanza bienes materiales y una conciencia para preservarlos como un derecho incuestionable.
¿REPRESENTAR A QUIÉN?
La democracia no logró romper ese molde. Porque el sistema representativo daba precisamente para esa verdad tan simple y sin embargo con tantas connotaciones: se tenía la potestad y el derecho de hablar por otros, de negociar, batallar, combatir, exigir, a nombre, en representación de otros, que tampoco, por ese artilugio, lograban formar parte de la historia. No de conformar una comunidad de hombres completos individuales. Tampoco lo logró el socialismo, que se presentó como otra forma de justificar el mismo proceso de exclusión, pero con nuevos mecanismos y procedimientos.
Y hoy ¿qué tenemos? ¿Ante qué fase de la tragedia del hombre estamos? Si algún elemento tiene importancia y trascendencia, como consecuencia de este recorrido que hemos hecho, es advertir que el problema es enteramente distinto al que se nos había planteado como proceso de la historia.
CONSTRUIR UNA SOCIEDAD RADICALMENTE
DIFERENTE
De lo que se trata no es de ‘mejorar’ las condiciones de quienes son excluidos, como si se tratara de reconocerles graciosamente alguna parte de las ganancias del mundo. Se trata de construir una sociedad radicalmente diferente. De erradicar las diferencias para poder precisamente establecer las individualidades, para que el hombre resurja como creador de su propio destino.
Y esto significa un cambio total de perspectiva, de visión de la historia, del mundo y de la humanidad. Si no avanzamos en esa dirección, prevalecerá el extendido historial de perversión y destrucción que ha regido hasta hoy los tiempos sobre el planeta. Como dice el poeta: se trata de “ascender o querer ascender a un ser que todos debemos estar creando, porque estamos aspirando a crear y creando nuestro yo superior, nuestros mejor descendiente.” De allí que afirme: “Democracia es, sin duda, un concepto del pasado, porque su aspiración, más o menos clara, viene de lo injusto secular del mundo; aristocracia, un concepto del futuro, porque va a la justicia final del mismo mundo.”**
UN PLANETA SUICIDADO POR LA SOCIEDAD
Y ese es el reto, y la tarea y la esencia del problema que nos atañe, hoy, en este expaís devastado, en medio de este continente convulsionado, y de un planeta tierra que es, como lo fuera Vicent Van Gogh en palabras de Antonin Artaud, suicidado por la sociedad, tal vez en la creencia de que quienes se sienten dueños de él podrán emigrar con sus ganancias acumuladas a habitar secuencias en un universo que se rige por leyes infinitamente superiores a las que este hombre limitado de hoy ha podido aún dilucidar.
ASALTAR EL FUTURO
La visión de una humanidad de hombres completos individuales va mucho más allá de una simple teoría económica o de un reacomodo de la riqueza para que alcance en alguna medida a quienes han estado eternamente excluidos de ella. Significa asaltar el futuro para pasar del estadio de la prehistoria, de la prehumanidad, para comenzar a visualizar la verdadera historia del hombre.
No hablamos en términos abstractos, ni filosóficos, como reflexión ideal de un tiempo inexistente. Hablamos del día de hoy, aquí en este expaís, y de la concepción, las líneas maestras que deben guiar nuestra acción y nuestro pensar. Así lo planteaba Pío Tamayo, hace más de 70 años, desde el Castillo de Puerto Cabello: “Pensamos como hombres nuevos; nuevos en la virilidad dinámica para el trabajo rudo y sostenido; nuevos en la orientación ideológica; nuevos en la inquietud fecunda cuando se la torna acción y veremos que otra vez, como la planta a la que faltó por un momento el agua, el pueblo nuestro se alzará lozano, desafiador de vientos y tormentas, prometedor de frutos granados que los hijos nuestros y los hijos de ellos cosecharán y harán multiplicar mañana con nuevas sementeras.”***
Si no lo hacemos a partir de una plataforma concreta, una vez más, las mejores intenciones, los más loables sentimientos serán absorbidos, domesticados o reprimidos por las grandes fuerzas que hoy dominan el mundo, no sólo a través de mecanismos materiales sino con los instrumentos del pensamiento, que nos convierten en fieles servidores de reinos extraños.
REINVENTAR LA VIDA
De allí la necesaria concreción: y ante este balance de setenta años de historia reciente: ¿qué haremos? ¿Qué habremos aprendido y de qué nos servirá? ¿Para escribir ensayos, registrar las estadísticas de las muertes, ser cronistas del desespero? ¿O seremos capaces, con este duro equipaje a cuestas, de mirarnos en el espejo de nosotros mismos, a fin de reinventar la sonoridad de la vida?
El hombre de hoy tiene el gigantesco reto de reinventarlo todo. De volver hacia atrás con una nueva perspectiva para desarmar las viejas trampas y mentiras y trazar el cauce verdadero de lo que ha sido el dominio y la apropiación. Esa es la base para crear una conciencia. Y la conciencia es el punto de partida para organizarse. Y si no hay organización de la conciencia, el gesto volverá a ser solitario y se quebrará antes de convertirse en pólvora y barreno de las ideas y del hacer que nos han impuesto.
El hombre de hoy deberá deslastrarse de toda atadura con el pasado, de todo lazo de unión con los sepultureros, para avanzar en la conformación de una red humana, hecha de hombres libres, dispuestos a hacer camino al andar, a hacer historia al vivir, a edificar la vida cada amanecer. “Una difícil comunidad de hombres completos individuales”, como quiere el poeta.
LEVANTARLE CERCAS A LA MUERTE
Como lo hemos dicho tantas veces, el futuro parte de hacer un deslinde con el pasado. La vida debe levantarle cercas a la muerte. Con paciencia y persistencia, con sabiduría que no con la violencia engendradora de tantas penas, con la capacidad para ser cauce de uno mismo, sin negociaciones ni complicidades, juntando esfuerzos en el sueño común de construir una sociedad de hermanos.
EDIFICAR UN ESPACIO COLECTIVO PARA VIVIR
Esta es la lección que nos deja el balance de estos setenta años y de los que los antecedieron. Hay que salir a edificar un espacio colectivo para vivir. Si hemos logrado despertar esa necesidad en algunos de ustedes, si hemos podido en alguna medida desenmascarar el horror al que nos han habituado, y a la vez convocar esas fuerzas creadoras, inéditas que cada quien anida como su propia esencia, este tiempo compartido, este debate de cada lunes, este espacio de compromiso, habrá tenido sentido y proyección. Ojalá y así sea. Porque en esta hora es indispensable que estemos preparados para ser actores de una historia que ya se ha puesto a andar y que nadie va a detener. Porque está ya en vías de sembrarse y fortalecerse como historia que se hace desde la propia semilla del porvenir.****
* “Aristocracia y democracia”, El Trabajo Gustoso. México, Aguilar, 1961, pp. 60-61.** Idem.*** Carta a su hermano Juan, Castillo de Puerto Cabello, 10 de agosto de 1932.. Diario del Floricultor. Caracas, CPT/CEHA/UCV, 1986, t.II.**** Palabras pronunciadas por la Profesora Mery Sananes en la sesión final del Seminario: Venezuela 1935-2005, organizado por la Cátedra Pío Tamayo y el Centro de Estudios de Historia Actual del IES/FACES/UCV, el 12 de diciembre del 2005, en la Sala “E” de la UCV.
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