A TREINTA AÑOS DEL VIAJE DE AQUILES
AL PAÍS DE LOS CABALLOS QUE COMEN FLORES
17 DE MAYO DE 1920 / 26 DE ABRIL DE 1976
Hace treinta años, un 26 de abril de 1976, cuando se desplaza entre Caracas y Maracay, Aquiles tal vez se distrajo, intentando descifrar el color exacto de la flor de los cañaverales, y se trasmutó en espiga o en grano para ir sembrarse para siempre en las pupilas de Mariíta.
No había sido leve su vuelo de papagayo sobre estos valles. Había puesto a andar su ternura entre muñecas de trapo, alambres que alcanzaban la elasticidad de la hierba y palabras que venían hondas del territorio de los sueños que se hacen realidad con solo inventarlos.
Aquiles tenía la sabiduría que se adquiere de ser transeúnte en los menesteres de la vida y los conocimientos que se aprenden cuando se relacionan entre sí los asombros, para producir al final un cántaro que da de beber.
Su paso, como los de casi todos los que son pródigos en eso de vivir, y de hacerlo como un ritual que se establece entre hermanos, fue y sigue siendo un solitario. Con él sucede muchas veces lo que ocurre con Luis Mariano Rivera. Son especies extrañas, difíciles de explicar. Se les otorga un asiento, sin que quede clara la etiqueta que los define. Ambos se salen de las cercas y hacen camino libre por donde mora el asombro.
Sin embargo, su vida, su obra, ese gesto con el cual dibujaba en el aire cada palabra que pronunciaba, el clavel rojo que estaba prendido de su solapa de prestidigitador, es una permanente lección que aguarda ser recogida, esparcida, multiplicada.
Lo recordamos hoy, no como quien hace resucitar a alguien que ya no está, sino como lo hacemos cada día, empeñados como estamos de formar parte de ese contingente de enamorados centinelas de la vida.
En 1982 le escribimos un poema que, por un inolvidable gesto de fraternidad y de afecto, mis alumnos de la Escuela de Letras decidieron estampar en una de las paredes del segundo piso de la Facultad de Humanidades y Educación. En manos de ellos los versos se hicieron tropel y se fugaron en una ventisca hasta los predios donde cada mañana despierta un niño, descifrando el misterio de las libélulas. Y a ellos y a los que vendrán, se los vuelvo a entregar, para ese reencuentro con Aquiles, con su magia, con su canción de porvenir.
mery sananes
tendríamos que caminar de regreso
de las sombras y cabalgar
en un arco iris hasta tu alegría
tendríamos que hacer trayecto de
chicharra hasta tu canto
aprender oficio de farolero
para alcanzar la luz de tu traje
blanco traspasado tan sólo por el
fuego vivo de un clavel rojo
para subirnos hasta tus sitios
tendríamos que hacer nuestros
los secretos del mago y del alquimista
para correr hasta ti en un
caballito del diablo y detenernos
en tu ternura como un colibrí
para alcanzarte aquiles
hace falta que sepamos sonreír
que debajo de los rostros sombríos
hayamos aprendido a amar la dulzura
que se prende del corazón de los hombres
a escuchar los sonidos del
mar a ver el sol a través de una gota
de lluvia y detenernos en el rocío
que moja las hojitas más pequeñas de hierba
tendríamos aquiles que maravillarnos
con el lenguaje amoroso de tus muñecas
con el engranaje perfecto de la cajita
de música con el hilo que desenreda
el titiritero con los giros que baila
el trompo y la metra andariega
de barro y de tierra
tendríamos aquiles que enredarnos
en la clara mañana de tus sueños
para hacer allí equipaje de caballero
y armados de música y poesía emprender
el camino hacia el país en el que
estás en el mundo que habrá de venir
sabemos que andarás encendiendo estrellas
y esparciendo serpentinas por toda la tierra
y que en el hondo recipiente de tu corazón
andarás amasando pan de horno para todos
pero por más que nos tardemos aquiles
no dejes de aguardarnos entre cocuyos y risas
que estamos aquí cavando en las sombras
abriendo poco a poco túneles en la oscuridad
golpeando duro en todas las murallas para
alcanzarte y abrir contigo ese boquete ancho
por el que pasen todo los hombres hasta
la mesa puesta de tus sueños
1982
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