Con una exposición en la Sala “Benito Espinosa” del Departamento de Cultura del Núcleo Maracay de la Universidad Central de Venezuela, se celebran tres décadas de diseño de ese maestro que se llama Antonio Cabezas.
Desde la Cátedra ‘Pío Tamayo’ y el Centro de Estudios de Historia Actual nos sumamos al festejo de este artista que junta magia, vuelo, encanto y amor. Sus obras han acompañado nuestro andar, dándole esplendor y espacio a nuestros mensajes.
Ese oleaje constante de sus líneas, armonizadas con el destello de su creación, terminan por lo general en frutos que se vuelven hijos del asombro.
Porque Antonio tiene la virtud de hermanarse con el espiral de sus pinceles. Como si algo de él quedara prendido de cada una de sus obras.
No acomete compromisos formales. Cumple primero que todo con su código de creador y después con la naturaleza y esencia de aquello que diseña.
Por ello, sus dibujos tienen vocabulario propio. Y cuando se les observa no sólo se capta el conjunto de su expresión, porque de sus papeles, colores y sueños se desprende una voz que es puro amanecer.
Como ser humano, además, parece una hechura de sus propios diseños. No concluyen nunca las líneas, tienen un permanente movimiento que las hace danzar. Por eso nunca dice no al compromiso que se le pone delante.
Nunca deja de asistir donde es requerida su pasión libertaria, su solidaridad de amigo, su sencillez de hermano, su sabiduría de trazos de belleza y su abrazo fraterno.
Su rasgo principal es su capacidad de trabajo, esa sonrisa bajo la que cobija todas las tristezas que esta historia nos deja cada día a su paso. Su incansable proceso de crear, hacer y apoyar a quienes como él dan esas gigantescas batallas solitarias por la vida, en un territorio donde priva la muerte.
Siempre anda de prisa, pero a tiempo de estrechar la mano compañera. Así se lo manda el corazón, que cada día se junta con el viento para repartirse entre sus amigos, como si fueran lienzos a quienes le llegó la hora de los fuegos y tonos compartidos.
Antonio, te saludamos, te festejamos y te celebramos. Porque en tus acuarelas puede anticiparse el porvenir que soñamos. Si tan sólo aprendiéramos a cabalgar en ellas, estaríamos más próximos a ese tiempo en el cual se multiplicarán las cabezas como la lluvia en los veranos del amor.
Que los próximos veinte años, Antonio, sean aún más resplandecientes y llenos de tu disposición para dejar las huellas que esparces en silencio en medio de un permanente manojo de ternuras, como para que nadie sepa que detrás de ti sigue el trote de una canción de cuna que mueve todas tus fibras de trascendente marchante de las ilusiones de la eternidad.
Por ello, sus dibujos tienen vocabulario propio. Y cuando se les observa no sólo se capta el conjunto de su expresión, porque de sus papeles, colores y sueños se desprende una voz que es puro amanecer.
Como ser humano, además, parece una hechura de sus propios diseños. No concluyen nunca las líneas, tienen un permanente movimiento que las hace danzar. Por eso nunca dice no al compromiso que se le pone delante.
Nunca deja de asistir donde es requerida su pasión libertaria, su solidaridad de amigo, su sencillez de hermano, su sabiduría de trazos de belleza y su abrazo fraterno.
Su rasgo principal es su capacidad de trabajo, esa sonrisa bajo la que cobija todas las tristezas que esta historia nos deja cada día a su paso. Su incansable proceso de crear, hacer y apoyar a quienes como él dan esas gigantescas batallas solitarias por la vida, en un territorio donde priva la muerte.
Siempre anda de prisa, pero a tiempo de estrechar la mano compañera. Así se lo manda el corazón, que cada día se junta con el viento para repartirse entre sus amigos, como si fueran lienzos a quienes le llegó la hora de los fuegos y tonos compartidos.
Antonio, te saludamos, te festejamos y te celebramos. Porque en tus acuarelas puede anticiparse el porvenir que soñamos. Si tan sólo aprendiéramos a cabalgar en ellas, estaríamos más próximos a ese tiempo en el cual se multiplicarán las cabezas como la lluvia en los veranos del amor.
Que los próximos veinte años, Antonio, sean aún más resplandecientes y llenos de tu disposición para dejar las huellas que esparces en silencio en medio de un permanente manojo de ternuras, como para que nadie sepa que detrás de ti sigue el trote de una canción de cuna que mueve todas tus fibras de trascendente marchante de las ilusiones de la eternidad.
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