Existen libros destinados a recorrer extraños itinerarios que trascienden las fronteras geográficas y se siembran en la conciencia de los lectores como árboles cuya savia irriga los caminos de la esperanza, de la lucha incesante por la dignificación de la especie humana al margen de circunstancias y momentos coyunturales de cualquier índole.
Obviamente, el destino de un libro adquiere un carácter tan autónomo con el paso de los días que su autor nunca será capaz de columbrar su capacidad de resistir la implacable inexorabilidad de la Historia con sus ineludibles avatares.
"Tiempo de Guerra" es un portentoso libro que se puede catalogar entre los libros dinamita; esos que horadan la conciencia y perturban la aparente tranquilidad de la buena conciencia del individuo-ciudadano. Publicado originalmente en el hirviente año de 1968, en el fragor de las legítimas rebeliones estudiantiles que sacudían la sensibilidad cultural que generaron las hermosas revueltas de Nantérre y Paris; este libro se adelantó de un singular modo visionario (un acto de profetismo poético) a la Renovación Universitaria que protagonizó la gloriosa Universidad Central de Venezuela.
Pienso, animado por una irrevocable convicción ácrata, anarquista, revolucionaria, que este libro de la magnífica escritora Mery Sananes, adquiere una espeluznante y sobrecogedora vigencia histórica que me temo, inclusive, no tuvo tanto cuando fue publicado por primera vez a finales de la utópicamente sugestiva década del sesenta.
La edición que ahora comento pertenece a la Segunda Edición de Septiembre de 1974 y está expresamente dedicada al Comandante Argimiro Gabaldón y a todos aquellos valientes y aguerridos quijotes latinoamericanos que dejaron sus vidas ofrendadas al calor de los tableteos de ametralladoras a orillas de los ríos y en el corazón de las selvas y montañas del Oriente y Occidente de este "cuero seco" llamado Venezuela.
Cuan ¡urgentes!, ¡insoslayablemente urgentes!, son las páginas que aun palpitan en este "Tiempo de Guerra"escrito por Mery Sananes como quien traduce en el poema la dolorosa desgarradura de un tiempo que migró sus fórmulas pero mantiene su inalterable esencia injusta de dominio y explotación. Veamos una lacónica muestra de nuestra afirmatio:
"Son estas en verdad
horas terribles
por todas las cosas
que no se perdonan
por todas las cosas
que hay que salvar
por todas las cosas
que son necesarias
en este tiempo de guerra"
En verdad, hay que decirlo aunque nos duela en lo más hondo: vivimos, perdón; desvivimos en tiempos de desolación en los campos y ciudades en esta Venezuela bolivaresca donde la continuidad de la masacre es la ley de cada día que signa las frágiles y vulnerables vidas que siega el hampa y la policía en calles, veredas, avenidas, pueblos y caseríos de lo que con inobjetable acierto semántico denomina el historiador y escritor Agustín Blanco Muñoz "este expaís llamado Venezuela".
En verdad, hay que decirlo aunque nos duela en lo más hondo: vivimos, perdón; desvivimos en tiempos de desolación en los campos y ciudades en esta Venezuela bolivaresca donde la continuidad de la masacre es la ley de cada día que signa las frágiles y vulnerables vidas que siega el hampa y la policía en calles, veredas, avenidas, pueblos y caseríos de lo que con inobjetable acierto semántico denomina el historiador y escritor Agustín Blanco Muñoz "este expaís llamado Venezuela".
En alguna ocasión leí un lapidario aforismo en el "Breviario de Podredumbre" de E.M. Cioran donde el escéptico de los Montes Cárpatos afirmaba: "es en el poema donde la palabra es Dios" y Mery Sananes lo sabe asaz bien cuando levanta su estro lírico con una inusitada fuerza ética y una no menos dulce belleza estética. Lea usted mismo y convénzase de lo que afirmo:
"Quisiera un país
donde pudiera trabajar
sin conceder nada a cambio
donde pudiera hablar
sin temor al que escucha detrás
sin temor al que escucha detrás
atento a la denuncia
donde pudiera amar y tener hijos
que vean el sol
donde los hijos de mis hijos
vean el sol
donde pueda levantarme por las mañanas
sin el peso de los rifles (…)
pero aquí
todo está por hacerse".
Nunca como ahora, en este tiempo lúgubre que padece la república, jamás como hoy la palabra poética fue tan necesaria para izar las banderas de la denuncia urgente. Este tiempo de aniquilamientos fratricidas, de guerras interminables de todos contra todos; este tiempo de borrascas y de acentuadas opacidades en el que la ley es un simple "saludo a la bandera", el poema es arma gramatical irremplazable que todo el que ame la vida debe esgrimir sin titubeos ni dubitaciones.
Cuando la tanatocracia, el imperio de la muerte y del odio polucionan el aire de un país al borde de los farallones, la poesía de Mery Sananes es un canto que redime y santifica la lucha por la resistencia de los humillados y ofendidos por el poder omnímodo y soberbio del Estado corporeizado en un psicopatológico culto a la personalidad de mesiánicos providencialismos de nuevo cuño.
Es indispensable re-editar este libro de Sananes. Es la hora aciaga en que el poeta debe sacudir la modorra y el apoltronamiento de sus pantuflas para traducir la nervadura y las palpitaciones de una época que exige, cual imperativo categórico insoslayable, el protagonismo beligerante del verso que sacude y estremece la conciencia de una nación vituperada por la traición a las viejas banderas de la autoemancipación de la especie humana. Como dijo la autora de este "Tiempo de Guerra" en la página 36:
"Mira amor
El caujaro produce una fruta muy dulce
con ella se pueden atar papagayos
Mil hombres
invadieron hoy falcón
¿no es tiempo ya de que nos encontremos?
Rafael Rattia
TIEMPO DE GUERRA AL ALIMÓN
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Ciertamente, Tiempo de guerra y Almácigo en tiempo de guerra de Mery Sananes y Pablo Mora, respectivamente, un como al alimón en que se tropiezan las miradas, los puntos de fuga, la reedición del sueño del lado del hombre, de la gente. Gesto, exhalación, grito aherrojado, cierto, desde esta infinita soledad de cumbres y nostalgias, desde los acuciantes agujeros de las nocturnidades hasta el por qué, el cómo y para qué de los solares del por venir. En tal sentido, Poesia.org animada por la magistral palabra crítica de Rafael Rattia sobre “Tiempo de Guerra”, trae a colación dos ensayos en los que el espíritu de Mery Sananes está definitivamente presente en esta vigilia creadora en la que fincamos nuestro reto, el abrazo del hombre que florece —pavura enloquecida en oleadas inefables— tras el estallido solar del porvenir, desde este tiempo de guerra.
¿TIEMPO DE GUERRA O TIEMPOS POR VENIR?
mery sananes
agosto/2003
www.historiactual.org
http://www.poesia.org.ve/poema.php?codigo=1069
Dos textos se juntaron en estos días en la memoria: Tiempo de guerra (Caracas, Desorden, 1968) y Almácigo en tiempo de guerra (San Cristóbal, 1985) del poeta Pablo Mora. Al alimón, y sin saberlo, los tiempos de guerra se juntaron en el cristal quebrado de las ilusiones que nos sembró la risa. De allá para acá, no ha cesado la muerte, pero se ha multiplicado la mentira. Y ya este cuasihombre que somos, parece no saber hacia dónde mirar en busca de un camino. Tal vez porque siempre lo acostumbraron a que otros le indicaran la vida que debía vivir. Y en ese señalar, la muerte y el crimen no se han detenido. Se les calificó de uno y otro bando, para una misma cosecha de extinción y devastación. No hemos sido capaces aún de contribuir a crear un nuevo hombre que diera paso a una nueva sociedad, a pesar de que quedó la tierra regada de los innumerables hermanos que nos arrebataron. Íbamos con avidez a la conquista del poder, no de la razón para hacer del planeta algo distinto a lo que ha sido.
HAY QUE ENVIAR AL EXILIO LA MUERTE
Hoy, en este tiempo de guerra creciente, los pedazos de la canción del hombre, están tan fragmentados y dispersos, que a veces creemos que no podremos volver a recolectarlos. Y si fuese así, y los muros fuesen tan gigantes, entonces tendríamos que componer otra canción, inventar otro tiempo, enviar al exilio la muerte, invocar el porvenir, una y otra vez, persistente y testarudamente, hasta que dibuje aunque sea una tenue línea en el horizonte de la esperanza. Otros vendrán después de nosotros a seguir empujando la ilusión, a punta de siembra, de ofrendas, de una organización horizontal a través de la que todos nos juntemos para hacer valer nuestra decisión de vivir, por encima de todos los mercaderes antiguos y modernos, que siguen empeñados en extinguir lo poco que aún queda verde sobre la hierba.
DINAMITAR LA CONCIENCIA NO EL ROSTRO
No se ha ido la guerra, se nos ha venido encima con más fuerza que nunca, la de entonces y la de ahora, la de quienes no quieren sucumbir y los que pretenden ocupar sus lugares. Siempre el hombre al margen de toda acción, que no sea, quebrar sus secos ramajes para una poda que no alcanzará la sublevación de los copos. Esos versos, los de Pablo y los míos, de entonces y tan de ahora, los de tantos otros innumerables que han grabado sus suspiros en catedrales de viento, nos deben servir para invocar una nueva palabra, un signo distinto, para dinamitar el alma, no los campos ni los rostros, para dispararle a la esencia de lo que somos, no a la vida del otro.
ALGUN DIA YA NO HABRA QUIEN EMPUÑE UN ARMA
Juntos, uno tras otro, somos muchos. Algún día las madres no dejarán que sus hijos vayan a una guerra que no les pertenece. No disparará el soldado contra su hermano, ni el guerrillero contra el suyo, ni el combatiente contra quien obligan a despedazarlo. Nos pusieron y nos ponen a pelear entre nosotros. Y sin embargo tenemos aposentada en la garganta una misma canción que llueve sueños. Algún día nos encontrarán a todos juntos, y tendrán que deponer las armas, y tendrán que incendiar los arsenales, y tendrán que volver basura sideral los escombros de las máquinas infernales, porque no habrá quien las maneje, quien apriete los botones que las activen y mucho menos quienes las construyan ni formulen los cálculos para inventarlas.
ALGUN DIA VOLVEREMOS SER UNA PIEZA MAESTRA
DE LA INGENIERA COSMICA
Algún día, -me escribió Domingo Miliani hace muchas lunas, y en su memoria las recojo-, es la lumbre que alimenta la espera y es la certeza de saber que algún día se recogerá la vida en la dulzura de los frutos caídos de la cesta. Entonces el cuasihombre que somos, estará en vías de rescatar su verdadera y auténtica humanidad, y la sociedad se dispondrá a la celebración de la vida, en armonía con el inmenso y vasto universo al cual pertenecemos. Piezas maestras de una ingeniería cósmica, claves de sol de un concierto sideral, múltiple e infinito.
HACER DEL PENSAMIENTO UN ALUMBRAJE
Mientras, tenemos que ir en dirección al porvenir. Hacer de la palabra una saeta de luz, de la acción un huerto de fogatas, del pensamiento un alumbraje. Hasta que veamos con claridad la muerte gigante a la que nos han conducido y en la que nos quieren retener como rehenes de una historia que no nos pertenece. Una masacre histórica y permanente en la que hemos sido y seguimos siendo los objetos de una acción que no comandamos, en la que nos obligan a cargar el arma contra el hermano y a disparar a mansalva, ya sea para salvar democracias o revoluciones, dictaduras o tiranías, unos y otros dioses, siempre el reino de una minoría que sólo sabe de la muerte cuando va a los cementerios a dejar sus inútiles y tristes ofrendas florales.
CON LA MUERTE SE CAEN Y LEVANTAN LOS IMPERIOS
Hasta hoy esa violencia planificada, dirigida y promovida por las minorías de uno y otro signo, sólo ha servido para ratificar el grado de perversión, degradación y descomposición de esto que se llama humanidad. Todas las formas de muerte imaginables se han producido y pareciera que aún no concluye este ejercicio mortífero. Con ella se mueven, levantan y caen los imperios, mientras la llamada economía se enseñorea de sus logros, según la cantidad de máquinas de guerra que se comercialicen en el planeta. Hasta guerras inventadas existen con el solo objeto de colocar los productos en mercados adecuados. Una nueva sociedad aún no se ha producido. Seguimos atados al pasado, y nos siguen vendiendo como nuevos, valores que sólo tienen en su base el mismo contenido criminal.
¿PARA QUE HA SERVIDO LA VIOLENCIA?
A estas alturas, es indispensable y necesario reflexionar sobre los móviles que han conducido la historia y los instrumentos de que se ha valido para echarla a andar. ¿A quiénes han servido? ¿Qué sociedad hemos construido? ¿Para que ha servido la ciencia, la tecnología y el conocimiento alcanzados? ¿Para qué la violencia ejercida en una u otra dirección? ¿Seguiremos indeteniblemente el ciclo violento? ¿O dedicaremos nuestro hacer, pensar y decir a la reorganización de un mundo sin violencia, sin guerra, en el cual los valores de la fraternidad, la hermandad y el amor se establezcan como los códigos espontáneos del vivir?
NO ACEPTAMOS MASACRES DE NINGUNA ESPECIE
Mientras más lejos alcance la utopía más cercano estará el porvenir. Y es tiempo, una vez más, de comenzar el deslinde, entre quienes quieren construir sus imperios a costa de la sangre regada o de quienes aspiramos a convertirnos en ciudadanos de un planeta distinto. No aceptamos holocaustos de ninguna especie ni naturaleza, no aceptamos reinos ni territorios resguardados por armas, no aceptamos la invasión, la guerra, la imposición, la apropiación, la miseria. No aceptamos que ‘revoluciones’ o nuevos ‘contratos sociales’ se financien con drogas o apliquen las mismas armas de las minorías de siempre. No aceptamos socialismos que se sostengan sobre tiranías ni masacres. No aceptamos justicias revolucionarias que tengan el mismo sabor y contenido de las viejas y perversas justicias de las minorías explotadoras y perversas de siempre.
INVOCAMOS LA VIDA
Tampoco aceptamos pacifismos que se sostengan sobre falsas promesas divinas. No aceptamos la tiranía de los dioses que mandan a matar a sus adversarios ni el humanismo con que se regodean otras formas, para ejercer idéntico mandato criminal. No aceptamos que ningún hombre apunte contra otro. No aceptamos las negociaciones que dejan siempre fuera al hombre para que las corporaciones se beneficien. No aceptamos la compra-venta del trabajo, del voto, de las milicias, de los ejércitos. No aceptamos la explotación ni la globalexplotación, venga de donde venga. No aceptamos la violencia como medio para dilucidar ningún pleito. No aceptamos la muerte simplemente. Invocamos la vida. Una y otra vez.
LA MUERTE HAY QUE EXCLUIRLA HASTA DEL LENGUAJE
Y la muerte debemos excluirla hasta del lenguaje. Para que no sirva de pretexto, excusa o justificación como hasta ahora ha sido. Buscamos un lenguaje que no espante, que nos permita hablar de hermano a hermano, que no diferencie entre poesía y prosa, verso o canción, habla o escritura. Que se desenvuelva como el viento, que toque el corazón de las pomarrosas, que aprenda de los azulejos su vuelo de cielo, que tenga de las hojas de hierba la humedad del rocío y el secreto vegetal de la clorofila, que tenga de las piedras su purísima esencia de célula viva, de los ríos su musicalidad, de los luceros su resplandor, del fuego su fogón. Que tenga del hombre el niño que somos, la mirada cristal que se vuelve espejo de la vida desde las honduras del pozo. Del amor todo lo que quepa en el universo-planeta que nos contiene y resguarda, hasta que alcancemos nuevos territorios más allá de las galaxias que conocemos. De la casa, la mesa servida. Del corazón el abrabeso. De la vida la eterna melodía de las estrellas poblando los agujeros negros con el fuego con el que tratan de iluminar un infinito sin horizontes. Del hombre su dúlcimo territorio de suspiros.
*************
EN TIEMPO DE GUERRA
pablo mora
En: Espéculo.
Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid. No. 26.
http://www.ucm.es/info/especulo/numero26/tiguerra.html
Del adagio, de la mordedura de la tristeza, el aleteo del sueño
despertándonos a la vida, el sonido de la cuerda ascendiendo por
riscos de ternura para detenerse absorto ante el universo, conjurando
tempestades, descifrando la transparencia de lo efímero, arribamos al
andante, este tiempo nuestro desatado de penas en el que metales,
vientos y cuerdas se esparcen para hacer su trabajo alfarero sobre los
días. En ese movimiento desplegamos lámparas de tierra y linternitas
de agua, desde el fondo de los pozos, para ir dibujando sobre la noche
del pasado, el estallido del porvenir, galopando en la frondosa
cabellera de la alegría, hacia los horizontes de la vasta humanidad que al fin seremos.
Mery Sananes
El estallido solar del porvenir
Trasmutar la palabra en grito, el grito en alarido, el alarido en coro, el coro en canción, la canción en asombro de todos los hombres. Cuando calla el día, maúlla el hambre en las ojeras grises. Entonces, la poesía toma la forma del torbellino y el aluvión. Se hace estallido e insurgencia. Se vuelve sobre sí misma para preguntar por su oficio, su sentido en medio de las tinieblas. Se hace palabra encendida que hace cauce al llanto que posa en el corazón engañado y afligido del hombre, para alcanzar un día la luz, para subrayar con su sangre la tragedia del mundo, el dolor de la tierra.
Canción anónima que se aposenta en la garganta de los hombres de todas las latitudes, todos los paisajes. Poesía, fuego organizado, señal, llamada y llamarada del naufragio. Para alcanzar un lugar en las avanzadas del conocimiento. Ni música ni medida, sino fuego. Bordando en el corazón la estrella roja, hecho fósforo y barro, pólvora y barreno, vigilar el rumbo para que no se retrase la fiesta del hombre, para que nadie duerma y salga a recorrer la tierra con el hilo luminoso de la justicia y el cascabel de la alegría. Instalarse en el centro del destino del hombre, hacerse instrumento para labrarlo. Constituirse en combatiente de las sombras, en encendedor de fogatas, en defensor de la justicia. Elegir entre las sombras y la luz. Juntar a los gritos anónimos e innumerables de quienes trabajan en la sombra paciente; persistentemente aguardando el tiempo de habitar en la luz. Pensar nuestro tiempo y nuestra propia responsabilidad en su acelerada descomposición, en el caos que nos contiene. Mientras tengamos vida, redimensionar nuestro hacer-decir frente a una concepción de la vida, del mundo, del hombre, de la humanidad que será en aras del mejor sentido y contenido del colectivo, ante una idea de la historia, la sociedad, la justicia, la belleza, el amor.
¿Qué mejor ofrenda que la canción de los tiempos que vendrán, cuando el hombre sea sacerdote del hombre y la tierra una mesa servida de alegría para todos? ¿Qué señal más alta que la que silban las hojitas de hierba en el viento de todas las colinas para anticipar la humanidad que será cuando al fin entre hermanos rescatemos la vida infinita que viene de las células más diminutas, recorre las dimensiones del amor y permanece polvo cósmico y enamorado, enarbolando hazañas de lo que aún seremos?
El canto recogerá la magia de la lluvia para aposentarse con ella en los aleros de los ojos de la risa. Canción que es hierba y colina, sonido de mar, fruta fresca, sal de la tierra, signo de advertencia, canto de insurrección para fomentar toda rebeldía. El poeta cantará su canción con los hombres de la tierra. Oirá el clamor, el griterío, al hambre en su galope. Testigo del grito, del aullido terrible de los hombres, sentado en el lugar del hambre, tendrá tiempo de llegar a ser.
Poesía es vida. Verso es todo suspiro que el hombre deletrea ante aquello que lo conmociona y asombra. Nada en la tierra que no cause asombro. El hombre guarda asombro para todo y es él mismo el asombro mayor. Poema es vivir del hombre cuando no hiere de muerte la vida. La poesía, por donde venga o vaya, ese viento antiguo, fuego que nadie puede contemplar sin un asombro antiguo, convertirá el pasto en noche, en cielo, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en vida. Asombro antiguo, antigua lejanía, rayo, sueño antiguo; antigua soledad, antiguo asombro; hilo, alianza, sol y sombra, exactamente enigma; fogata, llanto, grito, espiga, pólvora; oirá el secreto de las piedras, del aire, de la estrella, de los hombres. Conducirá nuestra palabra hasta el sitio exacto en el cual el hombre se subleva, para que juntos hagamos de nuestra canción, canto de insurrección para los tiempos que vendrán.
“La poesía está viva. La poesía se cuela por los huecos de las puertas, de las ventanas, a pesar de los cerrojos que quieran ponerle: la poesía es subversiva”. Esto lo sostienen Bretón y Gonzalo Rojas. A pesar de toda hostilidad que atente contra la libertad del poeta, éste siempre recreará la realidad, será capaz de reconstruir todo condicionamiento si opta por soñar y luchar por sus sueños, por interrogar la realidad que existe detrás de lo real y que surge del talento de su corazón. Para ser poeta se requiere un buen grado de valentía, una clara, definida conciencia social. “No es que (…) confundiéramos obra y compromiso. La obra es lo que es. Pero rascando los problemas del oficio llegamos a las médulas vivas del compromiso y la responsabilidad de escribir, sin caer en adhesión total alguna.”
No es que nazca un poeta, es que de pronto es ese corazón, la poesía que está en cada uno de los habitantes de este planeta, se vuelve verbo en su garganta. Y nace un poema, que no es hechura de un hechizo, sino laborioso andamiaje de un sueño colectivo que adhiere el arrebol de un atardecer único e insustituible. Un poema es un sueño colectivo. En la gran araña del viento y la helada flor de los umbrales.
Surgirá un nuevo orden. Una nueva poesía para un orden nuevo. Con la certeza de que las cosas habrán de ocurrir de otro modo. Poesía de insurrección porque no hay igualdad ni plenitud, ni espontaneidad ni sencillez ni terreno común donde no hay libertad. El poeta verdadero comprende que es necesario reventar las cercas del mundo, subvertir a todos los esclavos y aterrorizar a los déspotas, para que el hombre pueda aspirar a la liberación de su espíritu. Para ese combate en tiempos difíciles, el poeta rescata el asombro y el amor como su fuerza más alta, su poder invencible.
Dejemos que, alada, la palabra de Mery Sananes fluya: Una canción distinta para un orden nuevo. Para anunciarlo desde ya con todo el esplendor que pertenece a los tiempos que vendrán. Canto de insurrección. Una insurrección de la conciencia para que el hombre se mire a sí mismo, se conozca por primera vez, alto como es, degradado como ha sido, extraordinario como puede levantarse y erguirse, para alcanzar a los otros hombres y encontrar en esa solidaridad, en esa camaradería, en esa expansión, la verdadera y única plenitud. En la conciencia de estar salvaguardando la plenitud de los otros.
Insurrección de la palabra. Para que se haga su palabra, y su palabra sea acto, para que a su vez sea el acto quien toque al hombre. Una insurrección contra todas las cosas que impiden que el hombre vea, sienta, muera por mismo, por su propia voluntad. Insurrección por la pureza, la justicia, la libertad. Insurrección que es grito de guerra, llamado a la existencia, para romper toda servidumbre, toda dominación o esclavitud.
Toda poesía obviamente es social con independencia de su contenido. Toda poesía es política. En inicio toda política que no contenga poesía, entendida como esencia del hombre, no será una política para el mejoramiento de la humanidad. Y toda poesía que en su interior no sea política, porque revela lo real de la circunstancia del hombre, desde cualquiera de sus ángulos, será un mero escrito y no una saeta disparada al corazón del hombre.
Es la canción que desespera al enemigo, la que suena cada vez más alto, la canción rota que surge desde todos los confines de la tierra, y que la acompañan los pájaros y los insectos y las chicharras, y la toman los peces y la recogen las colinas, desde el mar, para hacerla descender con más fuerza aún. La que va a derrotar al enemigo, la que está derrotando al enemigo. La que no pueden quitar al hombre cuando le quitan la vida, la que no le pueden quitar a los pueblos, aunque los arrasen con llamas.
El espíritu es la canción, y la tierra es la canción y está cantando. Dolor de parto. Grito, alarido, música y guijarro, pólvora y barreno, fuego organizado, para tumbar los palacios, derribar los muros, y edificar al fin la casa de todos. Agenda del día. Parte, grito de guerra. Para fomentar toda rebelión, toda insurrección. La canción rota de la insurrección, la rebelión, la canción del combate. Hasta que la victoria haya instalado su dominio, y la alegría y el amor. Para entregárselos a los hombres que vendrán.
Entonces, salir a recorrer el insólito andamiaje de nuestras derrotas, perversidades, para recomponer, poco a poco, la claridad que nos pertenece. Refundar la vida. Fundar la vida de siempre. Comenzar de nuevo el acto de creación del hombre, el poder de creación; la búsqueda de los resquicios por donde se asome su canto, su humana y preterida condición humana. Para iniciar un tiempo, una historia y una vida nueva, al borde del universo, de pie, como un árbol robusto de un bosque frondoso, donde al fin podamos, como los pájaros, aprender a ser hombres.
Y concluye taxativamente Mery Sananes al unísono con Pío Tamayo: Solo así será nuestro el futuro. De los que agarramos el porvenir con la mano para moldearlo con líneas de ciencia y arte nuevos. Dibujando sobre la noche del pasado el estallido solar del porvenir. Galopando en la frondosa cabellera de la alegría, hacia los horizontes de la vasta humanidad que al fin seremos.
Una canción que llueve sueños
Tiempo de guerra permanente el que nos ha tocado vivir. Difícil oficio ese de trasmutar muerte y dolor en recinto de ilusión, armados solo de la sonrisa de los que se nos fueron y de los que llegan. No hemos podido detener la muerte interminable que se multiplica ni la oscuridad que se extiende persistente sobre el hombre. Hoy hay que atrapar luceros en las redes del alma para que vayan a darle de comer a las fogatas. Hay que moldear la palabra que hiere hasta hacerla bálsamo y dintel, granada reluciente derramadora de semillitas de amor. Dibujar desde este tormento las auroras que no vimos, el solar florecido que será un tiempo sin guerra, un planeta azul de alegría, en el cual el hombre que no somos se reintegre al fin a la naturaleza a la que pertenece, al cosmos de donde viene, habitante sideral del verde infinito de todas las inmensidades por siempre y para siempre.
En Oración por lo que pueda pasar dice Jotamario Arbeláez: “… Hoy me sublevo contra esa bomba de tiempo que es la muerte indiscriminada y el desplazamiento de los eternos condenados de la tierra… ‘Me armé contra la injusticia’, dice Rimbaud. Pero de lo que se armó fue de una ‘ardiente paciencia’. Nunca fue más tajante un título que Adiós a las armas. Ningún mortal debería empuñar ninguna arma, para quebrar a los traficantes de armas, los que atizan el odio para mantener vivo el conflicto. El hecho de no querer levantar un arma no implica sustraerse del combate. Con las razones de la vida, cuando fallan las razones de la razón… Todo puede pasar cuando la polarización está al punto. Cuando ya el país no soporta un minuto más la suerte de sus secuestrados. Cuando nadie puede ostentar ufano el perfil del inocente. Sé, Señor, nuestro salvavidas. “Y que sea expuesto al viento en su silla, en su silla de hierro, el hombre entregado a las visiones que irritan a los pueblos”, como cantó Saint-John Perse.”
Son estas en verdad
horas terribles
por todas las cosas
que no se perdonan
por todas las cosas
que hay que salvar
por todas las cosas
que son necesarias
en este tiempo de guerra
Mery Sananes, Tiempo de guerra.
Ciertamente, desde estos tiempos de guerra, penumbra y estallidos solares, de aguas turbulentas, se tiene que tomar las riendas, dirimir ideas, pensamientos, utopías, clasificarlos, hasta dar con un trabajo que desmonte propios, cósmicos, ajenos alaridos, hasta rehacer, reconstruir, fundar y refundar, reafirmar, reaprender, re(interpretar) o (re (inventar) los moldes donde signe el hombre nuevo su nuevo perfil, su lontananza. Cualquier paisaje airado, torbellino de ilusiones, preguntas y retratos, no más que trayecto para un camino aún por recorrer: esperanzas, desesperanzas, pasos desbordados, tras un salto al porvenir. Mientras, sólo queda volver a desmontar los vuelos apagados. Belleza, revolución, poesía social, compromiso, guerra, paz, pólvora y barreno, aurora o amanecer, ámbitos —la energía creadora del sueño— para aclarar, redimensionar, catapultar, para armar de nuevo, de cara a la completitud humana de este gran dolor en viaje hasta que cada idea-torrente llegue a ser canción que llueva sueños, equipaje para la vida, candil eterno, fogata, árbola encendida en cada insomne madrugada.
Hacer mover la Tierra
Inventémosle al mundo una lógica poética. A las piedras enarbolemos el horizonte. Siempre habrá un camino, una trocha, un cauce. Compartamos una (i) rreverencia por la vida. Cada quien en su trinchera, avance en sueños, aspiraciones. Luchadores de una causa común, un mismo verdor, como el que anhelamos para una tierra poblada de una humanidad de verdad, sembremos semillitas en alguna parte; otros las recolectarán y esparcirán otra vez, con nuestras voces, con las suyas, con las de tantos, con el canto anónimo y colectivo del que hablan León Felipe, Gabriel Celaya y el viejo Walt, en Poesía, Sociedad Anónima, victoriosa, galopante por el orbe. Tomemos al vuelo las palabras que nos salgan al paso. Celebrémoslas. Enhebrémoslas. Hagamos el mejor tejido, el mejor bordado. Ni mías, ni tuyas, de nadie, sino de todos, en marcial convivialidad creadora. El insomnio en vez de convertirse en espejo de nosotros mismos, sea caja de resonancia de un canto por inventar. Celebremos la Poesía, desde las rosas pestañas de la aurora, nuestra primera camarada, hasta darle un viraje a tanta sombra, puesta la mano en los arietes, para seguirle el paso a la batalla y emprender las que falten todavía.
Corredores de relevo en una pista por construir, hacia una meta que aún no vislumbramos, a sabiendas de que la vamos construyendo cada vez que pasamos al otro nuestro equipaje frugal, para que se haga más leve el esfuerzo, y más luminoso el incendio solar de las luciérnagas. Nada más ni nada menos. Ésa, nuestra función; ése, nuestro oficio. ¿Cómo cultivarlo sin parecer sospechosos? ¿Cómo dejar que los pastos inunden los cielos, sin creer que por ello podemos cercarlos? No hay más cuándos, ni mientras, ni cercas. Todos los seres deberíamos cultivar relaciones de azulejos, nutrirnos cada mañana de pomarrosas, volar cometas con palabras incandescentes que vayan a llevar la luz donde sólo hay tinieblas. Pero allí no se queda nuestro oficio, ni nuestra tarea. Debemos indagar en la oscuridad, escudriñar en los pozos, bajar a las profundidades de las sombras, para entender, comprender, aprehender cuáles serán los caminos más expeditos para la luz, en un planeta, un mundo y una vida, que se han definido por la muerte reiterada. Allí debemos encontrarnos, en ese punto, para ver hacia dónde vamos, hacia dónde va esta dolida humanidad.
No queda sino aliarnos. Cómplices de un mismo sueño, para una causa común. Tras el alimón que alguna vez tendrá que sumar millones de cantos en una canción múltiple y única que refiera el dulzor de pomarrosa que está en el corazón de cada quien. Si no somos aspirantes a alquimistas, ¿de qué nos servirá la palabra? Debemos desmontar mentiras, no asustarnos de verdades que duelen, seguir siempre los caminos que sean fieles a nuestra concepción de la vida y a nuestro sueño de futuro. Por más solos que nos quedemos. Por más que el suspiro venga de las honduras de un pozo. Tras una palabra que en vez de confinar, libere. Trataremos de ir más acá del horizonte, a los pozos donde se esconde la angustia para llevarla lejos, lejos de la Tierra. Llegar a ser capaces de convertir los cascajos en gajitos, desde el territorio de los sueños, de los suspiros, del porvenir. Tendremos la alegría de encontrarnos con nuestros versos y extenderlos: en esa capacidad de leer en los charcos los conciertos que nos regalan los sapitos. Haremos de nuestros días no un cascajo de horas, sino un gajito de ilusión.
Solos, en medio de la tierra, solos, de la raza que canta en la tormenta, en el desierto, en soledad triunfante, interrogamos a la noche a solas: su temible imperio que pesa como un destino, pero nada amanece que no sea la faz monótona de otro día; de otro odio, otro terror, otra guerra. A tientas, a flor de siglo o de la niebla que cae de los remotos días, que crece y nos envuelve, volvemos a sentarnos y hablamos ya sin vernos; charlamos horas sin saber quién está muerto o quién vive todavía.
Solemnes a la manera del día, es decir, con la menor solemnidad aparente, improvisamos un simulacro de posteridad, donde empieza tranquilamente el futuro, para que la alegría llegue a ser al fin realidad y cada niño reciba, junto al alimento y el libro, la guitarra verde y roja a la que tiene derecho como hombre. El mundo está en un borde. No caben certidumbres rotundas. No nos queda sino ser contraste, hacer más vivo el vivir; no convencer ni vencer, sentir lo que las cosas, las palabras y las horas tratan de decir.
Si inventamos desde ya el futuro, lo estaremos atrayendo, convocando, haciendo posible. Hablamos del propio oficio de la palabra, de la poesía, del hombre que tratamos de ser. De nuestro trabajo aquí en la tierra, y en los delirios de un cielo poblado de azulejos. Estamos poniendo la atención en los más grandes retos que tenemos como pensadores, aspirantes a creadores, sembradores siempre de árbolas. No lo dejemos a un lado, hurguemos en él, a ver cómo nos ayuda a clarificar nuestros propios deslaves. Para las abrilerías, un tiempo azul de azulejos, que vista de lumbre las mañanas, un gajito de río que haga retoñar los guijarros y un bosque de árbolas, decididas a ser nube y aguacero en el pastizal de los cielos.
Resistir, rebelarse, es necesario. Sentirse, serse. Hay que comenzar por dentro/ o no nos entendemos. (Mery Sananes). Hacer volar los sueños. Hacer mover la Tierra. Lograr morir de pie. Pertenecer a una obra común, a un hombre común, a un común dolor humano, a una hora y un ahora cósmico. Que nunca se nos nuble el horizonte. Que no crezcan los cráteres del miedo. Que no se empequeñezca la esperanza. Que el entusiasmo sea fe, energía; creencia, riesgo, fuerza, madrugada; la festiva grandeza del preámbulo, un desgarre de luces torrentosas, un mirar hacia dentro de nosotros, una crisis fulgiendo en fogarada; resistir el milagro de la vida, el abrazo del hombre que florece, la grieta que nos lleve al alumbraje.
Sin que nadie nos haya conferido el derecho de hablar por el otro, y ni siquiera por lo que creemos que somos, enfrentemos como altavoces los problemas circundantes. Sigamos encontrando en los abriles y en los mayos y en los inviernos las claves que la vida nos da. Y hagámoslo con espontaneidad y regocijo. Desfacedores de agravios y sinrazones, de claro en claro y de turbio en turbio, enderezando entuertos, velando a pensamientos desatados.
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