Hoy, 15 de abril, se cumple un nuevo aniversario de la despedida de César Vallejo. Una despedida que había escrito muchísimo antes, desde que el dolor se le hincó en el costado. No sólo el propio sino el del mundo desolado al que asistió sin otro instrumento que su palabra herida de muerte, y sin embargo.
Un sin embargo que daba cuenta de la vida en todo su esplendor, si tan sólo fuese un pan compartido, una lluvia planetaria, un estallido de flor. Su oficio no fue de poeta sino de ingeniero de una alegría que no conoció.
Arquitecto de un dolor que en el interior de su corazón se hizo recinto del dolor gigante de un hombre llevado a la guerra y a la penuria sin siquiera conocer las razones. En sus versos el dolor del mundo se retrata como si en sus trazos se dibujaran los lienzos de un Goya o el Picasso del Guernica.
Su tristeza tiene la sonoridad de un Gorecki, o de una quena antigua. Como si hubiera podido atrapar la tragedia milenaria del hombre, en el vértice de un verso, o en el espacio cóncavo de un pecho malherido. Por eso nació en un día en que Dios estuvo enfermo. Y sus versos tienen un sinsabor de féretros.
Pero sus versos no son el circunloquio de un solitario, sino la tempestad de un náufrago en busca de orillas. ‘El claustro de un silencio que habló a flor de fuego’. Por eso no distrae sino apunta. No adormece sino convoca. Nos ubica en el cauce de un dolor humano que no cesa. Y en la causalidad de la que somos cómplices.
Nos lo siembra dentro, muy dentro, no para acallarnos sino para que salgamos a detenerlo. ¿Cómo entonces leer a Vallejo y seguir impasibles? ¿Cómo hacer el tránsito por su dolor mil veces adolorido y luego amurallarlo como si hablase de algo que no está ocurriendo hoy, aquí mismo, en este instante, en el que el hombre sigue usurpado y violentado?
Hoy, una vez más, insistimos: Vallejo no es materia literaria, es una advertencia. Un espejo opaco en el cual mirarnos. Un espiral que sueña con convertirse en línea recta. Un abecedario sin consonantes en busca de un tiempo futuro. ‘Es el tiempo que marcha descalzo de la muerte hacia la muerte’.
Invitamos en este día a reencontrarlo, a hacer la travesía por sus acantilados, a detenerse en su tristeza de honduras, a ver si alguna vez salimos a reinventar la alegría del hombre.
Un sin embargo que daba cuenta de la vida en todo su esplendor, si tan sólo fuese un pan compartido, una lluvia planetaria, un estallido de flor. Su oficio no fue de poeta sino de ingeniero de una alegría que no conoció.
Arquitecto de un dolor que en el interior de su corazón se hizo recinto del dolor gigante de un hombre llevado a la guerra y a la penuria sin siquiera conocer las razones. En sus versos el dolor del mundo se retrata como si en sus trazos se dibujaran los lienzos de un Goya o el Picasso del Guernica.
Su tristeza tiene la sonoridad de un Gorecki, o de una quena antigua. Como si hubiera podido atrapar la tragedia milenaria del hombre, en el vértice de un verso, o en el espacio cóncavo de un pecho malherido. Por eso nació en un día en que Dios estuvo enfermo. Y sus versos tienen un sinsabor de féretros.
Pero sus versos no son el circunloquio de un solitario, sino la tempestad de un náufrago en busca de orillas. ‘El claustro de un silencio que habló a flor de fuego’. Por eso no distrae sino apunta. No adormece sino convoca. Nos ubica en el cauce de un dolor humano que no cesa. Y en la causalidad de la que somos cómplices.
Nos lo siembra dentro, muy dentro, no para acallarnos sino para que salgamos a detenerlo. ¿Cómo entonces leer a Vallejo y seguir impasibles? ¿Cómo hacer el tránsito por su dolor mil veces adolorido y luego amurallarlo como si hablase de algo que no está ocurriendo hoy, aquí mismo, en este instante, en el que el hombre sigue usurpado y violentado?
Hoy, una vez más, insistimos: Vallejo no es materia literaria, es una advertencia. Un espejo opaco en el cual mirarnos. Un espiral que sueña con convertirse en línea recta. Un abecedario sin consonantes en busca de un tiempo futuro. ‘Es el tiempo que marcha descalzo de la muerte hacia la muerte’.
Invitamos en este día a reencontrarlo, a hacer la travesía por sus acantilados, a detenerse en su tristeza de honduras, a ver si alguna vez salimos a reinventar la alegría del hombre.
Véase también:
HAY HERMANOS MUCHÍSIMO QUE HACER
CÉSAR VALLEJO: SEMBRADOR DE GOTICAS
http://historiactual.blogspot.com/2005/04/cesar-vallejo-sembrador-de-goticas.html
http://historiactual.blogspot.com/2005/04/cesar-vallejo-sembrador-de-goticas.html
CESAR VALLEJO: A 68 AÑOS DE SU OTRA SOLEDAD
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