La convulsión-perversión del tiempo actual reclama una reorganización de la sociedad y de su propio funcionamiento. La verticalidad, que reproduce la capacidad de decisión de los poderes, ha quedado carcomida. Y nadie que piense en futuro puede levantar esa bandera en señal de progreso.
Por mucho tiempo hemos sostenido que la organización de esta sociedad no puede repetir los gastados y obsoletos esquemas. Hoy se impone colectivizar la acción ciudadana y la propia dirección de la sociedad. De allí que se excluya lo relativo al liderazgo como entidad suprema que todo lo pone, dispone, dirige, administra y aprovecha.
Lo que se plantea ahora es la formación de un liderazgo horizontal, que compromete al colectivo como actor fundamental del acontecer y que no sobrestima a unos y subestima a otros.
Atrás queda el llamado concepto de vanguardia que sirvió para señalar a unos como los grandes guías detrás de los cuales iba la masa, fácil de moldear y llevar a posiciones preestablecidas por los ‘agentes históricos’.
Este esquema y los conceptos que lo sustentan han demostrado su fracaso como instrumento colectivo. El desenlace de las profundas crisis de los ‘socialismos reales’ soviético o chino no se realiza por la decisión de la vanguardia, sino por la manifestación de un colectivo cada vez más hundido en las peores crisis.
Y un fenómeno análogo ocurre aquí. La gran crisis política está ligada al agotamiento del modelo vigente a partir del ‘levantamiento social’ de 1989. No hay incidencia de vanguardia ni de ningún programa partidista.
Y en medio de la conmoción-decadencia, la política derrotada, lejos de producir un nuevo producto que significara algún nivel de rectificación, lanza a la escena su propia continuación por otras vías.
Por ello hay que entender la llamada ‘revolución’ como la verdadera ‘resaca de todo lo sufrido’ y como la mayor expresión de la decadencia y postración de un país. En esta situación llevamos nueve años.
Por mucho tiempo hemos sostenido que la organización de esta sociedad no puede repetir los gastados y obsoletos esquemas. Hoy se impone colectivizar la acción ciudadana y la propia dirección de la sociedad. De allí que se excluya lo relativo al liderazgo como entidad suprema que todo lo pone, dispone, dirige, administra y aprovecha.
Lo que se plantea ahora es la formación de un liderazgo horizontal, que compromete al colectivo como actor fundamental del acontecer y que no sobrestima a unos y subestima a otros.
Atrás queda el llamado concepto de vanguardia que sirvió para señalar a unos como los grandes guías detrás de los cuales iba la masa, fácil de moldear y llevar a posiciones preestablecidas por los ‘agentes históricos’.
Este esquema y los conceptos que lo sustentan han demostrado su fracaso como instrumento colectivo. El desenlace de las profundas crisis de los ‘socialismos reales’ soviético o chino no se realiza por la decisión de la vanguardia, sino por la manifestación de un colectivo cada vez más hundido en las peores crisis.
Y un fenómeno análogo ocurre aquí. La gran crisis política está ligada al agotamiento del modelo vigente a partir del ‘levantamiento social’ de 1989. No hay incidencia de vanguardia ni de ningún programa partidista.
Y en medio de la conmoción-decadencia, la política derrotada, lejos de producir un nuevo producto que significara algún nivel de rectificación, lanza a la escena su propia continuación por otras vías.
Por ello hay que entender la llamada ‘revolución’ como la verdadera ‘resaca de todo lo sufrido’ y como la mayor expresión de la decadencia y postración de un país. En esta situación llevamos nueve años.
Un tiempo en el cual continúa la misma burla al colectivo pero con un cambio de forma. Ahora no se apela a la democracia representativa sino a una tal participación revolucionaria.
Antes estábamos en presencia de una democracia ineficiente para el colectivo, incapaz de ir más allá del discurso que le dio vigor y consistencia teórica. Hoy nos atenaza un remedo de revolución, en busca del mismo ejercicio de poder y usufructo de la riqueza.
Y en ese marco, es alarmante que a lo largo del período, las llamadas oposiciones hayan mantenido y mantengan una actuación que no logra apartarlas del monstruo que crearon.
Todavía en esta fecha algunos de esos politiqueros le piden a quien ejerce el autoritarismo, un comportamiento democrático, lo que constituye sin duda, una abierta comprobación de debilidad política e ideológica cuando no cobardía, coaptación y complicidad.
En muchas oportunidades lo hemos sostenido: la salida a esta profunda crisis pasa por enfrentar los dos polos de la destrucción que recae hoy sobre este ex país. Sólo un movimiento, consciente y organizado, que se aparte de estos esquemas y objetivos podrá tocar el propio centro de la crisis planteada.
Desde el momento en que propusimos nuestra tesis, fuimos objeto de manifestaciones de incredulidad. Se nos dijo utópicos o pesimistas por pensar en una historia con un actor-agente colectivo, con una organización y dirección horizontal, sin caudillos ni vanguardia, alejada del esquema positivista o marxista-stalinista-socialismo real. Y apartada del supuesto enfrentamiento entre capitalismo y socialismo en un mundo copado por las relaciones del capitalismo-globalexplotación.
Impulsamos una nueva historia llena de aventuras, imaginación y creación, capaz de firmarle la partida de defunción al pasado remoto en que se convirtió nuestra política.
La pregunta más frecuente que se nos hace tiene que ver con el cuándo y el cómo se produciría esa nueva política en contenido y proyección y su consecuente organización y respectivo liderazgo horizontal.
Y hemos respondido que la nueva política tiene que partir de la innovación organizativa. Proceder a inventar otros organismos, otras formas de relacionarse y actuar. Otras maneras de entender y aplicar el deber-compromiso del ciudadano.
Y a esto está obligada fundamentalmente la juventud, por no estar contagiada con la vieja y gastada política. Porque no se trata de tomar, mantener y exhibir una actitud-comportamiento antipolítico, sino enfrentar la politiquería que impide toda creación.
Es importante en este sentido mantener las banderas de la no violencia, el no golpismo-conspiración. Pero a su vez hay que esforzarse tanto en explicar las razones que se tienen para enfrentar lo que ha estado en la base de la historia republicana de este ex país a lo largo de 200 años y establecer cómo lograr y mantener esa historia libre de violencia.
Y esto es fundamental. Porque a esta prédica-acción le toca hacerle frente a un componente político, hijo de la violencia, que entiende que la revolución no puede ser sino violenta. Por ello se aplica fuerza, coacción desde el 04F-92.
A partir de este momento el golpismo-violencia ha ocupado todo el espectro político. La tarea no es nada sencilla. Sobre todo si se tiene conciencia de que estamos ante unos fanáticos comprometidos internacionalmente a mantener a flote el proyecto Venecuba, para la creación y expansión de un tal socialismo del siglo XXI.
La tarea para los nuevos actores es muy difícil. Importante la apertura hacia todo aquel interesado en aportar. Construir una nueva escuela política comporta un esfuerzo de mucho compromiso y profundidad.
Y entraña a la vez muchos peligros, entre otros, caer en las trampas puestas y dispuestas por quienes se sienten desplazados: el personalismo, autoritarismo, burocratismo. Las prácticas del dirigentismo vertical que ahoga el ideal de horizontalidad.
La propia maquinaria comunicacional le hace el juego a los armadores de una experiencia creadora que empieza a despuntar. Hoy los estudiantes, sin vínculos con partidos políticos, de manera espontánea han salido a protestar. A cumplir con lo que consideran un deber.
El régimen a su vez muestra angustia. No entiende que haya quien se pueda levantar sin su consentimiento. De allí su desesperación y su acción destinada a descalificar al movimiento y acusarlo de instrumento de la oposición, la oligarquía y el imperialismo.
Porque, en medio de su ignorancia, el oficialismo siente que está frente al germen de una organización que debe reprimir o penetrar, con miras a detener su crecimiento y evitar que se desarrolle su esencia y capacidad de fuerza constructora de porvenir.
En este sentido, se esgrimen las mejores armas para neutralizar, reducir y limitar una acción-sentimiento que amenaza con reproducirse horizontalmente, crecer en conciencia y organización, para el ejercicio de una historia colectiva, de forjadores de porvenir que, como dice Pío Tamayo, en vez de aplicarse a usufructuar lo que es, obra en dirección de lo que va siendo, para dejar a la generación que vendrá más de lo que recibió de la precedente.
¿Podrá esta incipiente acción convertirse en un movimiento portador de una historia diferente? ¿Entenderá el colectivo, en este momento, su misión histórica o se volverá a aislar, frustrar o negociar la rebeldía, espontaneidad y esperanza de los jóvenes? abm333@gmail.com
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