domingo, junio 08, 2008

EMBUSTERIAS DE EUGENIO MONTEJO




Siempre seré fiel a la noche
y al fuego de todas sus estrellas
pero miradas desde aquí,
no podría irme, no sé habitar otro paisaje.
Ni con la muerte dejaría
que mis cenizas salgan de sus campos.
La tierra es el único planeta
que prefiere los hombres a los ángeles.

EM



Qué asombroso que comencemos a conversar con alguien cuando sólo nosotros podemos escucharlo, porque ya nuestras palabras, conmociones e irreverencias ya no puedan alcanzarlo. Más de una vez cruzó por mi mente, abierta a los árboles, pero contenida en el tiempo de las obligaciones, acercarme al poeta para dirimir con él precisamente ese estatuto de los pájaros y los árboles a los que él alude en sus versos, y que tantas veces yo he intentado deletrear en mis interminables epístolas sin destinatarios ni interlocutores.

Y de pronto, cuando aparece la noticia, uno se da cuenta de que en verdad no cumplimos la función para la cual hemos sido hechos, como el pájaro y el árbol, la piedra y el guijarro, que es el de la conservación y la descendencia, pero mucho más que eso, la armonía y la belleza particular que cada cual tiene y mantiene, en su compleja y extraordinaria estructura molecular-espiritual.

Y se siente un vacío, como si hubiésemos dejado de realizar una tarea de grandes proporciones, porque se trataba de poner a dialogar sus árboles y los míos, sus pájaros y los míos, su Alfabeto del Mundo con mi Libro del Hombre, su soledad con mi nostalgia, su esperanza con mis embusterías.

Y no tengo como saldar esa cuenta con Eugenio, porque ya no podré decirle cómo sus versos se enhebraban con los míos y con los de tantos que anónimamente escriben portentosas biografías de árbolas y pájaros, de hierbas y constelaciones, y sobre todo, de esperanzas y porvenires.

Pero nos quedan tantas cuentas por saldar con el universo, el planeta, el continente, los mares y los océanos, con estos territorios que habitamos, desprovistos de fronteras, pero olorosos siempre a café recién colado, a guarapo de papelón, ofrendados por el corazón de la gente, que aún no comulgan en sectarismo alguno.

Entonces, me digo, como cuando me acerqué a Juan Sánchez Peláez, o cuando junté a Federico García Lorca con Luis Mariano Rivera, que es hora de sacar los alfabetos de los libros y las portadas, y aun de esta alta tecnología hecha para comunicar, pero que nos hace más incomunicables que nunca.

Es tiempo de dejar que las palabras salgan al aire libre, como quería Walt Whitman, que naveguen en la gota de lágrima de León Felipe, para que anclen en el corazón de la gente que las conoce de antemano, que le son familiares, para con ellas comenzar a hablar un lenguaje común, un sentimiento de hermanos que no admita vulnerabilidades ni injusticias, sino que fluya como la savia en las ramas, como el polen en el piquito de los tucusitos, como el hilo de agua que nutre a los riachuelos.

Si dejamos ir a Eugenio Montejo, sin hacer ese trabajo de alquimista que él realizaba y reclamaba, se nos habrá perdido entre las marañas de inconsecuencias y veleidades a las que estamos acostumbrados, y nosotros con él, seremos objeto de un árbol convertido en papel, y no al contrario: una palabra convirtiendo la hoja en mágico recorrido hacia el tronco arbusto del cual proviene, en labores de raíz y altura.

Porque cada vez que se nos va alguien que sabe dialogar con el tiempo, con el paisaje, con el ala de las aves, con la tierra, la ausencia y el amor, es como si se hubiese extinguido un bosque, secado una corriente portentosa de agua, clausurada una ilusión. A menos que salgamos a ejercer nuestro propio oficio de alquimista.

Porque cada vez que la pupila incandescente de un niño se reinstala en la retina de un transeúnte, y es capaz de reentablar la conversa detenida con todo aquellos que lo rodea, las flores, las mariposas, los insectos, los árboles, para de allí aprehender ese alfabeto del mundo que le permita, voltear a ver el rostro del hombre que camino en desasosiego a su lado, casi imperceptible, y darle, como quería Vallejo, un abrazo de hermanos, cada vez que eso ocurre el poeta renace y la vida despierta. Hasta que todos alcancemos ese don que nos pertenece por esencia y condición.

Ojalá el tiempo y la capacidad que no tuvimos de irnos a sentar junto a su melancolía para trazar juntos esas razones esenciales y definitivas que convierten ‘La tierra en el único planeta que prefiere los hombres a los ángeles’, nos sirva hoy para ese recorrido impostergable por la esperanza que nos permita al fin hacer ese deslinde definitivo entre los floricultores y los sepultureros, hasta que nazca al fin natural y espontáneo, colectivamente, esa clave en temple de bosque y vuelo de tempestades que requerimos para comenzar a ser en verdad hombres humanos.

Por su propio Autorretrato Dormido, sabemos que se fue con sus pájaros, hacia el mar incansable y la noche, hacia un horizonte inmenso que ya no partirá el mundo con un cuchillo largo, sino que lo andará zurciendo con sus hilos hechos de fibras de piedras, que habrá regresado la silla a su lejano árbol, tal vez al encuentro de ese otro planeta errante que gira alrededor de sí mismo, donde lo aguarda el amor de los amantes, residente por siempre de la tierra, único lugar donde en verdad se abren los párpados. Y allí en esos sitios estableceremos el diálogo en el calendario de los días vividos.

mery sananes

2 comentarios:

  1. Anónimo15/6/08

    Profesora Mery: La felicito por este bello y espontáneo homenaje al poeta Eugenio Montejo.

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  2. Anónimo21/6/08

    "Las letras son de Dios,
    el alfabeto es nuestro".
    Blas Coll

    Quedamos en la orfandad:
    Nos dejó el Maestro Eugenio Montejo: Nuestro Eugenio Montejo se marchó como anduvo entre nosotros: silencioso, sin estruendos, sin aspavientos. Maestro insigne, predicó con su obra y vida. Estudioso y escultor de la palabra. Venezuela, América, el mundo sintió esta voz que dibujó un horizonte definitivo en la poesía venezolana y latinoamericana. Se nos va un árbol de los fundamentales: "Si vuelvo alguna vez/ será por el canto de los pájaros. No por los árboles que han de partir conmigo/ o irán después a visitarme en el otoño,/ ni por los ríos que bajo tierra/ siguen hablándonos por sus voces más nítidas./ Si al fin regreso corpóreo o incorpóreo, / levitando en mi mismo/ aunque ya nada logre oir desde la ausencia,/ sé que mi voz se hallará al lado de sus coros/ y volveré, si he de volver, por ellos;/ lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,/ habitaré el más inocente de sus cantos" Inscribió su huella en la literatura universal de una forma tranquila, serena. Nos deja una proposición que se paseó desde la poesía hasta la narrativa incluso. La crítica artística también era parte de su preocupación. Amén de la dedicación a la difusión de la poesía en los diferentes Talleres dictados por el poeta, recordamos entre otros su Taller azul. El país que amaba y le amó le rinde hoy tributo. El sentimiento de orfandad es natural para todos los que seguimos al escritor.Se van con él sus amigos inolvidables: Su inseparable Blas Coll, Sergio Sandoval, Tomás Linden, Eduardo Polo, Lino Cervantes entre muchos que quedaron boceteados. En su poemario Paritura de la Cigarra leíamos ya una despedida metafóricamente ubicando a la cigarra=poeta “Está alumbrando ahora desde una estrella, lejos,/ está dormida fuera de su música,/ soñando que podemos cantar lo que cantaba,/ ella y su verde silencio compacto,/ ella y el grito que inventa su quimera,/ lo que canta en nosotros desde su ceniza.” Versos sencillos y con la profundidad del que se sabe firme, pero de paso. Igual que en el poemario anterior Adiós al Siglo XX Veamos estos versos: "Cruzo la calle Marx, la calle Freud; ando por una orilla de este siglo, /despacio insomne, caviloso/espía ad honorem de algún reino gótico, / recogiendo vocales caídas,/pequeños guijarros/ tatuados de rumor infinito. La línea de Mondrian frente a mis ojos/ va cortando la noche en sombras rectas/ ahora que ya no cae más soledad/en las paredes de vidrio/ Cruzo la calle Mao, la calle Stalin; miro el instante donde muere un milenio/ y otro despunta su terrestre dominio/ Mi siglo vertical y lleno de teorías./ Mi siglo con sus guerras y posguerras/ y su tambor de Hitler allá lejos,/entre sangre y abismo/ Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios/ por un trago, por un poco de jazz, / contemplando los dioses que duermen disueltos/en el serrín de los bares, /mientras descifro sus nombres al paso/ y sigo mi camino." Despedimos al poeta ayer en su Valencia querida y sentida, despedimos al poeta recordando sus versos del poema Caracas "Tan altos son sus edificios/ que ya no ve nada de mi infancia" Le ofrecimos nuestro adiós momentáneo hasta cuando nos corresponda hacernos compañía en la tertulia de los árboles. María del Rosario Chacón Ortega. Maracay, 07 de junio 2008

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