Puede lanzarse miles de gritos sobre nuestro estado de guerra permanente, creciente, doloroso, contra-humano, en la seguridad de que aquí y en ninguna parte habrá quien se extrañe. Somos gente de y para la guerra. A ese sitial pertenecemos hasta hoy. Ya lo recogía León Tolstoi cuando reproduce el cuadro de una sociedad que junta la guerra a la paz, la desgracia a la dicha. Indispensable vencer, aplastar la ‘maldad’, como negación del hombre, para que surja la felicidad, el sosiego, la armonía.
¡HEMOS NACIDO PARA MATAR!
Pero eso no ha ocurrido y aún está vivo el monstruo y recorre el mundo hasta en sus rincones y confines. Indispensable entonces hacer la guerra, matar a quienes sea necesario para que salga a relucir el hombre iluminado de bienaventuranzas. La propia creación quedó bíblicamente establecida a partir de la muerte de muchos. La vida pasa entonces por apocalipsis. ¡Hemos nacido para matar! Esa es la ley de la salvación en este mundo tan carente de vida.
Y si tomamos como punto de partida cualquiera de las guerras de la propiedad, encontraremos una constante: la acción de tomar, conminar, obligar, invadir, vencer. Y cada triunfador se encarga de levantar su correspondiente hegemonía. ¡Gloria al vencedor! Pero el vencido cuenta con su honor para prepararse para otra batalla.
Juntará fuerzas, capital, convencimiento y vidas para levantarse de nuevo e intentar tomar las riendas del poder que sólo otorga la guerra, una vez que ha acabado con todo lo que se oponía a sus designios.
UNA HISTORIA COPADA DE DESTRUCCIÓN
En este sentido, la historia de lo que se ha nombrado y nombra como humanidad está copada de muertes, destrucción, desesperanza. El nacimiento o el reparto del mundo conocido es consustancial a todo tipo de sacrificio. Ya hay una bomba que se ocupa sólo de matar a la gente para que la causa criminal asuma todos los beneficios de la imposición.
Y en ese reparto permanente siempre han entrado en choque dos fuerzas violentas. La que lucha por mantener los privilegios existentes y la que busca imponer nuevos dominios. Y en cada caso se ha pretendido asignar a la nueva violencia un carácter revolucionario. En el siglo pasado esa gesta de carácter ‘emancipador’ la asumió el socialismo, en nombre de las mayorías explotadas del mundo.
En la práctica, sin embargo, no se produjo este cambio sino la continuación de la práctica violenta hasta entonces conocida, que mantuvo con vida los mismos instrumentos de muerte, miseria y descomposición de la sociedad que se decía combatir.
PARA EL GP TODO ESTO ES UNA GRAN GUERRA
Y si ese es el mundo en que vivimos, ¿cómo puede extrañarnos la realidad de guerra que se padece en un ex país como éste, ya convertido en Venecuba? El golpista-presidente (GP) desde un inicio lo advirtió: “No tengo el uniforme de campaña puesto, no tengo el fusil aquí en la mano. Está en otra parte. Pero esto es una guerra.” Y corrobora: “una gran guerra”... (ABM, Habla el Comandante. Caracas, 1998, p.461). Ha reiterado que esta es una revolución pacífica pero armada y que si sus adversarios se equivocan, les va a lanzar las armas encima y los va a aplastar.
VIOLENCIA PARA IMPONER
Y esta concepción de la política como guerra ha aumentado en la medida en que se desarrolla ‘el proceso revolucionario’. Y esto tiene una explicación. Ayer era la violencia para tutelar desde el cuartel o el grupo armado a un gobierno que decía militar en la democracia o en la dictadura. Hoy esa violencia es indispensable para mantener e impulsar a un régimen que no puede avanzar sino por vía de la imposición. Es la llamada ‘revolución socialista’ que sólo se puede implantar y mantener por la fuerza de las armas. Revolución Permanente con Trostky equivale a violencia constante.
Es el inicio de un largo recorrido contra la propiedad para establecer al final una sociedad de todos, comunitaria y solidaria. Pero hasta ahora, que sepamos, la práctica registra como resultado el regreso al capitalismo. ¿Para que sirvió entonces la inversión de violencia y la propia carga de muertos?
ESTAMOS ANTE UN RÉGIMEN DE FUERZA ENCABEZADO
POR UN MESÍAS
Por ello, cuando aquí se declara que se ha emprendido el camino hacia el socialismo se refiere un proceso de violencia, de destrucción, de sangre. Y lo dice el GP: esto es una guerra que ya cuenta con mercenarios uniformados y civiles, efectivos regulares, milicianos y todo tipo de armas. Estamos ante un régimen de fuerza que debe mantenerse en base a una estructura jerárquica, encabezada por un Mesías con carácter de salvador y jefe supremo, tal y como ha ocurrido a lo largo de la historia que tiene su epicentro en la guerra.
EL APARATO ELECTORAL ES OTRA ARMA DE GUERRA
AL SERVICIO DEL PODER ESTABLECIDO
¿Pero será posible salir de un régimen de fuerza y ‘revolución’ por la vía pacífico-electoral? Esto, en principio, es un contrasentido. El aparato electoral también es un arma de guerra manejado por el jefe supremo y que debe cumplir adecuadamente la misión encomendada como instrumento al servicio del mando-poder establecido.
Estamos definitivamente frente a un régimen autoritario de firme inspiración totalitaria y con la cobertura democrática que le permiten sus ‘aliados de las oposiciones’. Mientras, con la guerra nos seguimos topando. Y vemos como crece la descomposición, la destrucción y la muerte en este expaís. abm333@gmail.com
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