La Unión Interparlamentaria ha establecido unos parámetros, generalmente
aceptados por las Naciones Unidas, que sirven de fundamento a la llamada
“cláusula democrática” que pueden resumirse así: Siendo que el poder público
reposa en la voluntad popular, ésta debe expresarse mediante elecciones
auténticas, libres y justas, periódicas, sobre la base del sufragio universal,
igual y secreto. La autenticidad de la elección requiere un organismo electoral
imparcial y un proceso transparente.
Por tanto, en Venezuela no hay elecciones auténticas porque el organismo
electoral no es imparcial, el proceso electoral no es transparente, no sólo en
el acto de votación, sino en el escrutinio, la totalización y la auditoría de
los resultados, todos completamente inescrutables.
Obviamente el voto no es secreto, puesto que la huella dactilar del
elector es la que activa la máquina para luego proceder a pulsar la tecla del
voto, por lo que cada huella dactilar está casada con un voto y la secuencia
inversa permitiría responder la pregunta ¿quién activó la máquina?
Incluso, se ha visto que los electores son acompañados por miembros del
PUSV detrás del paraban, como muestra el video brasileño titulado “Así se vota
en Venezuela”, que es una verdadera vergüenza nacional.
Las elecciones no son libres porque se actúa bajo presión, chantaje y
permanente intimidación. La mera amenaza de “guerra civil”, equivalente a
muerte violenta, daños físicos, destrucción y confiscación de bienes,
completamente creíbles, que causan impresión en persona sensata, vicia la
manifestación de voluntad.
No son justas, porque no se corresponden con ningún sentido de la
palabra justicia, sea como igualdad, porque es evidente el ventajismo; sea como
proporción, que no existe en absoluto; sea como algún tipo de armonía entre las
partes, para lo que bastaría con revisar el discurso oficial; no existe
equilibrio, sino abuso y apabullamiento.
La llamada “operación remolque” que consiste en carretear personas a
votar por la fuerza, es violatoria de derechos humanos fundamentales, siendo
que votar es un derecho y no una obligación coercible; pero además constituye
un bluff, para
justificar un cambio de tendencia en las votaciones que, por poco que se
analice, resulta ser completamente imposible.
Cuando se trata de movimientos de masas que involucran a millones de
personas, no es posible que un desbarajuste de última hora pueda modificar una
tendencia; pero se ha vendido esa leyenda de que después de las cinco de la
tarde se puso en marcha “la maquinaria” para revertir una tendencia que ya se
había perfilado inequívocamente.
Sin dejar de lado que un militar en servicio activo no puede optar a
cargos de elección popular y que el gobierno de la república debe ser siempre
alternativo, todas estas razones vician de nulidad absoluta las elecciones del
7 de octubre de 2012, tal como se dice de las de 1952 y el plebiscito de 1957.
Todo el mundo sabe que es inútil acudir a la llamada Sala Electoral del
llamado TSJ porque en Venezuela no hay división ni contrapeso de poderes,
ni existe ningún control jurisdiccional de los actos del gobierno y la
complicidad del socialismo internacional, incluyendo a los demócratas
norteamericanos, hace imposible lograr que los militares venezolanos y las
fuerzas de ocupación cubanas cumplan con ley alguna.
Por tanto, esto sólo puede “decirse”, alto y claro, para
que quien tenga que oír, oiga.
LA OPOSICIÓN INCOMPRENSIBLE
El misterio más profundo de los profetas de la “oposición” es: ¿Cómo se
puede ser defensor furibundo del CNE (es decir, del
gobierno) y seguir siendo “oposición”?
La “oposición” niega que el ejecutivo controle las elecciones, pero
además lo hace contra toda evidencia, porque es evidente que SI las controla:
lleva el registro electoral, o sea, quien puede elegir y quien no; habilita e
inhabilita candidatos, o sea, quien es elegible y quien no; modifica los
reglamentos electorales cuándo y cómo le da la gana; cambia y redistribuye las
circunscripciones electorales a troche y moche; migra poblaciones, electores,
candidatos; inventa y quita pasos, trámites y requisitos del proceso incluso
sobre la marcha del mismo proceso; pone y quita máquinas nuevas o viejas; crea
y elimina centros de votación y mesas como se le ocurre; pone, deja y quita del
tarjetón lo que le sale del forro; crea estaciones para información que nadie
le está pidiendo, en fin, sería interminable tan sólo reseñar las
arbitrariedades del CNE que, en realidad, son arbitrariedades del gobierno.
¿Cómo que no controla las elecciones? El CNE dice lo que el
comandante quiere que diga, cuando y como quiere que lo diga, incluso las
inverosímiles cifras de supuestos resultados electorales, que ni poniendo el
mayor esfuerzo se pueden creer.
Este es un régimen definido como controlador:
tiene un control de cambio permanente y definitivo; control de precios, algo
que se ha demostrado no sólo económica sino históricamente imposible de hacer;
control de las comunicaciones radioeléctricas, de internet, impresas y de
cualquier otro tipo, lo que llaman hegemonía comunicacional; control de la
información, de la educación, de la cultura en general; de todos los poderes
públicos y de la actividad privada. Tiene controles sobre los controles.
Pero lo único que el régimen no controlaría, según la “oposición”, es el
proceso en el cual supuestamente pone en juego su permanencia en el poder, o
sea, del que dependen todos los demás controles. ¿Quién puede entender esto?
La “oposición” siempre habla de testigos en las mesas o en la sala de
totalización, jamás de miembros de mesa o funcionarios, que son todos del
gobierno; no controlan ninguna dirección, departamento o división, ni siquiera
la fiscalía de cedulación como era tradicional; son unos mendicantes totalmente
fuera del sistema, sin
poder alguno.
Luego dice cosas tan cómicas como que no hay casos en que las actas que
emiten automáticamente las máquinas de votación difieran de los escrutinios
publicados por el CNE , o sea, que lo que
dice el CNE coincide plenamente con lo que dice el CNE .
Finalmente, son incomprensibles los enormes recursos que invierte la
“oposición” para demostrar que sí perdieron, pero que además, perdieron bien. Las
inmensas evidencias del fraude continuado se reducen a ventajismo, abuso de
poder, malversación de fondos públicos, presión sobre la miseria de electores
vulnerables, sin que esto sea poca cosa; pero fraude,
no, eso jamás, el CNE es más que pulcro, impoluto. Pero, ¿por qué habría de serlo? Si en
Venezuela existen muy pocas razones para no delinquir, el CNE no tiene ninguna para
ser medianamente decente.
Tratar de explicar razonablemente esta incomprensible conducta de la
“oposición” merecería capítulo aparte, pero lo que salta a la vista es que
existe un pacto con el gobierno, una suerte de mutuo reconocimiento:
legitimidad por supervivencia. Aceptación de un status a cambio de “espacios”, sin dejar de
lado el vil metal que nunca falta y aceita todas las
bisagras, incluso los goznes en donde gira la vergüenza.
El régimen sólo reconoce aquella “oposición” que trabaja para él;
cualquier otra sólo puede contar con la inexistencia.
LOS HIJOS DE NADIE
A los líderes de la “oposición” les gusta decir que quienes alertan
sobre el fraude son unos locos y que no saben nada de política. Su artillería
pesada se dirige contra personas a las que ni siquiera les reconoce existencia,
pues si fuera cierto que el país está dividido en dos toletes, gobierno y
“oposición”, no hay espacio para más nadie, los nini se esfumaron antes de nacer.
Comienzan su diatriba con ese pronombre indefinido “nadie”, para luego
decir lo que atacan: aquínadie cuestiona
la legitimidad del CNE , nadie duda de los resultados electorales, nadie ha probado el fraude, nadie se opone a la intervención del estado
en la economía, nadie es de derecha, nadie es liberal, nadie promueve un golpe, y así van.
Cuando se les enrostra que sus políticas favorecen la permanencia del
régimen en el poder, contestan que hay que parar a la derecha, evitar un golpe
pinochetista, etcétera y olvidan súbitamente que renglón arriba habían afirmado
que la derecha no existía, que nadie promueve un golpe, etcétera.
Admiten todas las arbitrariedades del CNE , que no es un árbitro
imparcial, es más, ni siquiera puede llamarse árbitro, no es transparente y
menos confiable; pero sin solución de continuidad claman que ¡hay que votar! Porque
si no, le estaríamos regalando el país al gobierno sin luchar. Ahí olvidan que
las elecciones las organiza y las paga el gobierno, cuyo gasto en elecciones
sólo es superado por lo que gasta en armas.
La división del trabajo indica que la oposición lleva los electores a la
molienda electoral y el gobierno es el que reparte los votos; entonces, ¿qué
sentido tiene votar? Bueno, que si el que parte y reparte se lleva la mejor
parte, algo deja pa’ los panas. A eso se llama “ganar espacios”, aunque sean
fraudulentos.
Dan como una prueba de que no hay fraude que haya gobernaciones de la
“oposición”, cuando en realidad deberían explicar cómo es posible que la
“oposición” tenga gobernaciones con un sistema fraudulento, además muy
ordenadas: Zulia para un Nuevo Tiempo; Miranda para Primero Justicia; Carabobo
para Proyecto Venezuela; Táchira para COPEI; Nueva Esparta para AD. Los otros
18 estados son del gobierno (salvo los que saltan la talanquera), un sistema
muy equitativo.
La verdad verdadera es que son equivocados por necesidad, sufren del
síndrome de Chamberlain, porque no quieren arriesgar sus instituciones y sueñan
en contemporizar con un enemigo que solo espera la oportunidad para
aniquilarlos definitivamente.
Pero el síndrome Chamberlain tiene fuertes asideros en la realidad: a
nadie le gusta la oferta de “sangre, fatiga, sudor y lágrimas” y todo el mundo
preferiría que la cosa fuera si no gratis, por lo menos a un precio razonable,
que todos estuviéramos dispuestos a pagar, aun con cierto menoscabo de la
dignidad.
Lastimosamente, el mundo no es tan benigno como sus buenas intenciones y
ni los cubanos, ni las FARC, ELN , ETA , Hamas y Hezbollah se
van a ir por las buenas; ni parece que sea posible pretender que “aquí cabemos
todos”.
Es un hecho siempre confirmado que cuando las sociedades no son capaces
de resolver sus problemas por sí mismas, otros los resuelven por ellas, en su
perjuicio y pasándoles luego una alta factura por los servicios prestados.
Si los países civilizados se toman en serio a sí mismos y a sus
resoluciones, parece algo inevitable que saquen las necesarias consecuencias de
lo que pasa en Venezuela, donde no se cumplen los parámetros democráticos, ni
se respetan los derechos humanos. Si tuvieron sus razones para acabar con
Saddam Hussein, Muammar Kadafi y consortes, entonces deben tratar en
consecuencia a las tiranías de acá, no sólo porque son idénticas a aquellas
sino porque es ostensible que son sus aliados.
Representan un obstáculo para el asentamiento de los valores y, por qué
no decirlo, de los intereses globales de las grandes potencias. Así que no
parece sostenible en el tiempo que los militares y guerrilleros venezolanos se
paseen por el mundo impunemente mientras se implementan medidas cada vez más
severas contra Irán, por ejemplo, que parece ser el próximo desafío de
occidente.
Entonces el mundo se pondrá otra vez de cabeza y se verá quienes eran
los locos y quienes los que no sabían nada de política.
Luis Marín
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