LA JUEZ
AFIUNI, SEGUNDA EDICIÓN
Luis Marín
La Cátedra
Pío Tamayo del Centro de Estudios de Historia Actual, lanzó la 2ª edición del
volumen 25 de los testimonios violentos, “Chávez me puso presa”, justo al
cumplirse tres años de los acontecimientos que dieron inicio a la saga de la
juez María Lourdes Afiuni, el 10 de diciembre de 2012.
A esta
fecha, todas las interrogantes planteadas en la 1ª edición siguen vigentes, sin
que ni el gobierno ni los afectados directos hayan dado ninguna respuesta que
permita explicar las razones de esta persecución, pero sobre todo de la saña
criminal con que la han perpetrado. Lo que aparecen son detalles cada vez más
escabrosos que aumentan la necesidad de una explicación a todo esto, pero nadie
parece capaz de darla.
Sigue siendo
cierto que en el caso Afiuni lo más importante es lo oculto, lo que no se ve,
lo que no se dice. Pero no es éste el único caso. Hay otros igualmente
emblemáticos y muy ilustrativos de los que mencionaremos sólo algunos, sin que
esto signifique desestimar otros; pero es que sólo mencionarlos ya daría para
escribir una enciclopedia.
Quizás un
caso tanto o más grotesco que el de la juez Afiuni sea el de los hermanos Guevara,
enjuiciados y condenados a la pena máxima permitida en Venezuela, la misma que
se pidió para la juez en cadena nacional, a 30 años de prisión, por el
asesinato del fiscal Danilo Anderson.
Ahora bien,
ningún caso en la historia judicial universal ha sido más desvirtuado y se ha
caído tantas veces desde su misma raíz y sin embargo se sostiene. Primero, la
historia desopilante del testigo estrella Giovanni Vásquez, que hasta terminó
pidiéndoles perdón a los hermanos Guevara por las mentiras que dijo y que los
habrían llevado a prisión.
Luego, las
escandalosas denuncias del fiscal del caso, Hernando Contreras, quien puso en
evidencia las trapisondas del Fiscal General Isaías Rodríguez, el forjamiento
de actas y declaraciones trucadas, la fabricación de acusaciones pretaporté.
¿Con cuanto efecto? Ningún efecto, ni legales ni pertinentes, como no fueran
contra el denunciante.
Asimismo,
las graves acusaciones del magistrado del TSJ Velásquez Alvaray señalando al
entonces vicepresidente José Vicente Rangel como autor intelectual del atentado
ejecutado por funcionarios de la DISIP, jefe de la hoy olvidada banda de los
enanos, las ofertas de dinero y hasta casas a cambio de testimonios contra los
hermanos Guevara.
Por último,
las insólitas revelaciones del también magistrado Eladio Aponte Aponte,
presidente de la sala penal del TSJ, que señala con nombres, apellidos y cargos
a los autores de los desaguisados judiciales que pululan por este ex país,
puntualmente denunciados por el Frente Nacional de Abogados que agrupa a los
Presidentes de los principales Colegios de Abogados acompañados de
reconocidísimos juristas.
Unánimemente
piden la liberación inmediata de los condenados y el sobreseimiento de los
procesados en este caso por falta de fundamentos. La respuesta del régimen ha
sido la muy castrista “intransigencia revolucionaría”, la de la oposición el
más repugnante y cómplice silencio, lo que impone la pregunta: ¿Por qué están
presos los hermanos Guevara? Este es otro gran misterio.
Exactamente
como en el caso de los policías metropolitanos y los comisarios, alguien tiene
que aparecer como culpable, de manera que el gobierno pueda exculparse de toda
responsabilidad en sus crímenes de Estado endosándosela a estos chivos
expiatorios.
Si quedan
libres la culpabilidad se devuelve contra el régimen, como un boomerang.
SECUESTRO
POLÍTICO
Las
instituciones de la prisión política y el exilio en Venezuela tienen una
larguísima tradición que se remonta al nacimiento de la República. Se inauguran
con Páez, el primer presidente y primer electo tres veces, quien conoció ambas
en demasía, como corresponde a un temperamento desaforado.
Alguien dirá
que son más bien anteriores a la república porque el precursor Francisco de
Miranda termino sus días en una prisión que fue a la vez exilio. Ambos parecen
haber signado nuestra historia de caudillos militares y violencia.
Tradicionalmente,
prisión y exilio eran una pasantía necesaria para los aspirantes al oficio de
políticos y casi siempre una antesala para el acceso al poder, al extremo de
considerarlos como una credencial de mérito para el pretendiente al solio
presidencial.
Siendo esto
así, ¿qué tiene de particular la existencia de presos y exiliados políticos en
este régimen, si siempre los hubo y probablemente los habrá? Como ocurre con la
corrupción, clientelismo, populismo, militarismo, bolivarianismo y tantos otros
ismos, pareciera que lo característico de este régimen es la exageración,
llevar estos fenómenos endémicos hasta el límite de lo inconcebible.
En el caso
de la prisión política y el exilio, los han desbordado tanto hasta afectar a
personas que no son políticos, que no aspiran al poder ni se lo
disputan al régimen, al punto que ya abarcan prácticamente a toda la población.
Nadie está exento de volverse un preso o exiliado por razones políticas, pero
por primera vez en la historia, también por razones económicas o de seguridad.
Estos son
los casos que hoy día nos ocupan, los de ciudadanos comunes y funcionarios que
por disímiles circunstancias se ven privados de su libertad o aventados al
exterior sin que a veces ni ellos mismos puedan explicar porqué y sin que nadie
precise el móvil de una persecución que la más de las veces luce injusta y
caprichosa.
Estas son
algunas de las razones por las que es pertinente abandonar en estos casos el
rótulo de “presos políticos” a favor del más apropiado de “secuestrados
políticos” que expresa mejor la situación de limbo jurídico creada por la
extinción del Estado de Derecho en Venezuela, la desaparición no solo de la
división y equilibrio de poderes sino de toda garantía de derechos humanos y
ciudadanos, por lo que puede declararse con propiedad que no hay constitución.
La situación
que se está configurando es la de un régimen empeñado en desmantelar el andamiaje
en que está montado, con la creencia completamente absurda de que la
destrucción de lo viejo traerá como por milagro algo nuevo. La verdad, siempre
demostrada, es que de la mera destrucción no sale nada, como no sean escombros.
La tragedia
es que todos estamos montados en el barco que algunos se esfuerzan en hundir.
REALIDAD
SOCIALISTA
Otro ejemplo
es el caso de Alejandro Peña Esclusa: el terrorismo sin terror. El montaje del
que es víctima resulta tan burdo y mal armado que induce a pensar que eso es
parte del mensaje que se quiere mandar. No hacen falta razones ni consistencia,
sino la perfecta arbitrariedad.
Algo bueno
debía estar haciendo APE para que se desataran contra él los demonios. Quizás
fuera su acertada actuación en los sucesos de Honduras, al lado del Presidente
Roberto Micheletti; quizás las denuncias contra Evo Morales por la matanza de
Pando; quizás la creación de un frente contra el Foro de Sao Paulo a nivel
continental; quizás…
Pero nada de
esto aparece en los autos del expediente, ni en las declaraciones de los
funcionarios del régimen, ni en sus medios de comunicación en que
indefectiblemente antes de cada calumnia ponen la etiqueta: “el terrorista Peña
Esclusa”.
Pero con
este proceso kafkiano APE tiene prohibición de dar declaraciones públicas, es
decir, una ley de silencio, una prohibición de salida del país y una espada de
Damocles que es un juicio pendiente, que nunca comienza pero que está allí,
como una amenaza permanente que de ejecutarse, otra vez a prisión y al limbo
jurídico.
Ningún
perseguido sabe de qué se le acusa, son obligados a pelear con fantasmas,
contradecir falsedades, desvirtuar infundios, lo cual conduce a la completa
indefensión.
Y esto nos
lleva a la primera cuestión, de si no será para esto que se abren los juicios,
para silenciar a los opositores, impedirles salir del país, ponerlos a régimen
de presentación periódica, impedirles ocuparse de actividades molestas para el
régimen.
La segunda
cuestión es advertir la creación de una realidad segmentada o estratificada, en
la cual la verdad baja como a un mar de fondo y lo que queda en la superficie
es pura mentira, propaganda, manipulación.
Este régimen
siempre procede así, poniendo planes inconfesables bajo un revestimiento
plausible: si quiere llevar guerrilleros heridos a curarse a Cuba, entonces
crea una misión milagro para poner un puente aéreo llevando viejitos a operarse
de cataratas.
Si quieren
traer para acá al ejército y la policía cubanos, crea un programa de médicos y
entrenadores deportivos y los generales llegan como entrenadores de un equipo
de esgrima. Nadie habla de registros y notarías, puertos y aeropuertos, el
cable submarino, el satélite Simón Bolívar o la CANTV.
Los
convenios con Irán son para producir comiquitas o fabricar bicicletas y Mahmoud
Ahmadinejah se pega un viaje desde Teherán para pasearse agarrado de manos con
el comandante en jefe. Los convenios militares estratégicos, intercambios de
inteligencia e hipótesis bélicas son arcana imperii.
Bajo un
régimen totalitario todo lo público es mentira; la verdad, es secreto de
Estado.
RECONCILIACIÓN
Cuando
aparentemente se abre un período de “transición”, no por voluntad política del
régimen, sino por imperativo de las circunstancias, entonces comienza otra vez
a hablarse de diálogo, unidad nacional, pactos de gobernabilidad, o sea, lo de
siempre.
Pero si se
quiere dar siquiera la impresión de que la oposición negocia algo más que
cargos y prebendas, entonces debe considerarse algo que sea interés “de todos”,
para tocar un nervio común, pulsar una cuerda que realmente alcance al cuerpo
colectivo.
Esa fibra
que recorre todo el espectro nacional es el tema de los secuestrados y
exiliados por razones políticas. Este es un punto común en el que no puede
haber divergencias ni divisiones, este sí que es un verdadero factor de
unidad, auténtica y no electorera.
Por otro
lado, aquí no podrá hablarse de un nuevo comienzo o de una esperanza hacia el
porvenir, sin resolver este tema quemante en la conciencia nacional. La
liberación de todos los secuestrados y el retorno de los exiliados tiene que
ser una conditio sine qua non para que pueda siquiera nombrarse
un entendimiento nacional.
El problema
es cómo introducir en la agenda pública este tema tan acuciante, cuando los que
“saben de política” no tienen ojos ni oídos sino para sus propios y mezquinos
intereses. Bueno, la única manera es que esto se vuelva importante para ellos,
que sea el prerrequisito mínimo de cualquier conversación seria.
El tema de
los secuestrados y exiliados debe ponerse en la palestra, pero el cómo
es el problema principal, sobre todo porque, por ejemplo, las huelgas de hambre
han caído en descrédito y ninguna forma de autoflagelación toca la conciencia
de un régimen y una oposición que se caracterizan por no tenerla.
De manera
que aquí la apelación es a la imaginación, a algo que vaya más allá de la
tradicional “Navidad sin presos” y trascienda lo casuístico y circunstancial. Cierto
que contamos con gente creativa y dispuesta, la cuestión es precisar qué
hacer.
El reto es
tanto como inventar un futuro que entierre la prisión y el exilio políticos en
un pasado que no tenga retorno.
Luis Marín
16-12-12
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