Pablo Brito Altamira / Quixote 13
Podríamos empezar este pequeño homenaje parafraseando las célebres palabras de aquella maravillosa introducción: “ En un país de Suramérica de cuya nombre no quiero acordarme…”
Otros harán de él un perfil biográfico más preciso que el que yo puedo hacer y hay quienes explicarán mejor la parte técnica de sus propuestas sobre la materia electoral y el fraude, que fueron sus más recientes objetos de estudio, interés y combate.
Yo quiero hablar del ser humano, un ser humano tan auténtico que parece mentira.
Muchos pensaron que era una agente de la CIA. Otros decían que su atuendo desgarbado y su motoneta destartalada eran formas de disimular su actividad de espía. Pero se ganó la vida como actor de cine y de televisión, como locutor de voice over para documentales, como traductor y periodista free-lance y se fue sin un centavo, dejando una última demostración de que nunca necesitó de ningún poder detrás de él para defender lo que defendía y confrontar a quienes confrontaba.
Como Quijote que fue, debió enfrentarse a ese tosco y prosaico realismo sin ideas ni ideales de quienes no conocen otra política que la que denominan realpolitik, que podríamos traducir en venezolano criollo como ‘la política de los reales’.
Eric no entendía cómo los venezolanos podíamos despreciar el hermoso país que tenemos al punto de vender nuestra libertad por unas pocas y pasajeras prebendas.
Eric perdió la vida, ganándola para el cielo y para la historia, al arremeter contra los molinos de viento que él sabía perfectamente que eran perversos gigantes.
Primero lo tacharon de loco de las conspiraciones y luego le aplicaron la conspiración del silencio. Nadie lo mencionaba y pocos se atrevían a publicarlo. Los que lo leían, callaban.
Eric, la persona, pasó así a convertirse en símbolo de una carencia central más importante aún que el fraude, porque es, justamente, fundamento de todos los fraudes sucesivos que han ido arruinando a la nación.
Esa carencia es la de la franqueza y la sinceridad desprovistas de cálculo.
En este país, que es de Eric tanto como de nosotros, siempre hay una excusa para no decir la verdad o no decir toda la verdad.
En Venezuela, así como hay innumerables formas de pedir el café: negro, guayoyo, corto, largo, con leche, marrón, etc. etc., hay incontables adjetivos para aplicar a la verdad y desvirtuarla.
Verdades inconvenientes, verdades impopulares, verdades que restan votos, verdades que el pueblo no entiende, verdades que a nadie interesan, verdades cuya hora no ha llegado, verdades crueles, verdades inútiles, verdades relativas, subjetivas…parece que tuviéramos un pavor infantil a la verdad tal cual es, porque como dice Serrat, la verdad, lo que no tiene es remedio.
Podríamos decir que padecemos del síndrome de Pilato, que se manifiesta por una incapacidad de conocer y reconocer la verdad y que lleva a la indiferencia y al desamor del que se lava las manos para evadir responsabilidades.
Un síndrome de hombres y mujeres irresponsables con ellos mismos y con los demás. Una irresponsabilidad epidémica con el que nuestro Don Quijote Ekvall no quería comulgar.
Y en eso, Eric representa esa otra virtud tan escasa como valiosa : la integridad.
Como colega, como amigo, como intelectual, como estratega y analista, Eric Ekvall mantuvo hasta el último minuto una consistencia y una coherencia que hicieron historia porque hacían y siguen haciendo falta.
Porque el nuevoriquismo de unos y el nuevopobrismo dizque izquierdista de otros son maneras de pretender lo que no se es. Y no hay país, como tampoco persona , que pueda prosperar fingiendo ser otro.
Y para saber quiénes somos conviene saber quiénes no somos.
Y lo primero que no somos es inmortales.
Eric lo sabía muy bien por razones que duele recordar.
Y esa conciencia del límite, que tanto le ayudó en su última etapa y le sirvió para irse en paz después de haber perdido treinta kilos de peso pero ni un gramo de esperanza, es otro signo de lo que podríamos llamar su incómoda disidencia. Porque recordaba a todos, con su solo ser, que la hubris, esa psicopatía del poder, no convierte a los poderosos en inmortales ni en eternos jóvenes, espejismo iluso y pueril de narcotraficantes y narcoestadistas.
Y volviendo al hombre, al amigo, quiero terminar esta pequeña nota con un reconocimiento especial por la maravillosa e inevitable Dulcinea de nuestro Quijote.
Elisabet Sabartés, corresponsal de La Vanguardia de Barcelona, acompañó a Eric en su última batalla y fue coautora indiscutible de la sonrisa con la que Eric se despidió de este mundo.
Gracias a ella Eric partió recibiendo amor incondicional, el mismo que otorgó a Venezuela durante más de 30 años.
PABLO BRITO ALTAMIRA
@Hermeticum
Palabras pronunciadas en la Catedra Pìo Tamayo
en el Acto Homenaje a Etc Ekvall, el
25 de noviembre del 2013, Sala E de la BCUCV
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