Agustín Blanco Muñoz
El debate sobre el tema de la opinión tiene una historia milenaria. Y lo primero es preguntar qué es eso de opinar, a qué responde y qué lo originó. En principio es la expresión de una idea o concepto, acuerdo o desacuerdo sobre algo o alguien. Una diferencia creada alrededor de una cuestión concreta o de una o más personas.
Y lo que sigue es preguntar quiénes son los llamados a opinar. Desde la aparición de esta institución ¿todos opinan abierta y libremente o está limitada esa opinión a quienes deciden, mandan y lo gobiernan todo? ¿En qué parte del mundo se tomó en cuenta en alguna oportunidad el querer, sentir, protestar de unos esclavos sobre su padecimiento? Y acaso ¿los de abajo han podido a lo largo de los milenios de desigualdad y pisoteo incidir en algo en la opinión y decidir de los poderes?
A lo largo del período de la sociedad que registra la división entre invasores e invadidos, pensantes y aprovechados, poseedores y desheredados, sólo prevalece la opinión de los jerarcas. Al menos es la única que cuenta en la decisión de vida o muerte de la comunidad. Nadie que no esté en ese nivel tiene la posibilidad de expresar siquiera su deseo o esperanza.
Hasta en las llamadas revoluciones se ha mantenido la constante respecto a quien es el único que le corresponde y tiene el poder y mecanismos-medios para expresar y ejecutar sus opiniones, deseos y voluntades.
Eso marca la diferencia. Capital en este sentido es poder de opinión y difusión. Maquinaria de control social, mental y de todos los órdenes, que hoy exhibe el dinámico-registro de la computarización. En el caso de nuestro ex país, prevalece la misma hegemonía del pasado, llevada hoy a su máximo nivel de expresión, libertad y aprovechamiento de y para el control de la sociedad.
Y por su parte las llamadas redes sociales han puesto a andar una empresa de “opinión y difusión” llamada a cambiar opinión por distracción. Una red de muchos participantes y bullicio, pero con múltiples expresiones de cada quien por su lado. Resultado: distracción para la distensión, el freno y la tranquilidad.
En su inmensa mayoría tenemos hoy una juventud atrapada y controlada por la informática. Las redes y el WhatsApp y demás “medios de comunicación” son las fuentes llamadas a ejercer el control que conduce a la muchachada (y a muchos que no lo son) a la pérdida de la capacidad y fuerza para la disidencia, la protesta y la lucha por la conquista de otra realidad. Es este un plan de aniquilamiento de mentalidades y capacidades llevadas ahora a servir de pilares del orden establecido, viviente y triunfante a plenitud.
Debatiendo sobre este tema hace 40 años con el querido y respetado Director Nelson Luis Martínez, ingresé a esta página de ÚN. Ya comentaremos.
Y luego de este tiempo hay que continuar, hasta donde se pueda, el debate sobre una comunicación que no es, pero que se afirma, presenta y vende como existente, potente, libre, creciente y profundamente democrática. Más todavía: aquí.
Pero Sancho, 40 años después ¿debe haber cansancio de opinar porque se registre falta de recepción y aceptación del contenido de un mensaje que quiere dejar huellas en los territorios del propio futuro?
22 enero 2022
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