En las últimas horas se han producido muchas
acusaciones sobre un supuesto ventajismo oficialista y específicamente del
golpista-presidente (GP) y otra vez golpista-candidato (GC) en la presente
campaña electoral.
Pero ¿es posible derrotar electoralmente este régimen
que se califica de revolucionario y que hace uso de los beneficios que la
propia constitución, leyes y reglamentos le otorgan al jefe del Estado y el
Gobierno?
Al día de hoy las oposiciones siguen sin caracterizar
adecuada y rigurosamente al contendor y la situación que vivimos. No se ha
entendido a que llama ‘revolución’ el golpismo que entra en la escena política
a partir del 04F-92.
Aquí, luego del intento fallido por tomar el
mando-poder por la vía violenta, el golpismo pasó a presentarse, con
cobertura democrática, como candidato a las elecciones de 1998.
El vacío político, que se expresa a partir del 27F-89
hizo posible que los golpistas, disfrazados de demócratas, avanzaran ‘a paso de
vencedores’.
Los propios partidos políticos, convertidos en meros
observadores, el poder legislativo a cuyo frente está Henrique Capriles
Radonski y el judicial con Cecilia Sosa a la cabeza, se ponen a un lado,
dejando cada vez mayor espacio al nuevo liderazgo.
Pero el golpismo, que pasa a operar como ‘proyecto
democrático’, tiene claro desde un inicio hacia donde dirigir sus acciones.
De allí la constituyente y la propia constitución que
crea el Estado bolivariano regido por un presidente con un expreso mandato de
seis años, que deja planteado el hueco de la reelección, para resolverlo,
cuando se consideró conveniente, por medio de una Reforma Constitucional y
luego una Enmienda para establecer la presidencia indefinida al más puro estilo
cubano.
Así el jefe de Estado y del Gobierno, administrador
del Erario Público, Controlador de todos los poderes, Primera Autoridad de
Pdvsa, Banco Central y demás instituciones, tiene la potestad, a la hora de
aspirar a su reelección, de permanecer en el cargo de Presidente en plena
campaña electoral.
Esto está establecido en la constitución que se dio
el GP y otra vez GC y que hoy muchos
opositores exhiben como un modelo
democrático.
De modo que un candidato opositor se enfrenta a quien
cuenta con todos los poderes del Estado y con algo más: el
clientelismo-populismo revolucionario construido a lo largo de 14 años de
creciente bonanza petrolera.
Se cuentan por millones los favorecidos a nivel de
misiones, pensionados y demás planes de reivindicación social que, con recursos
multimillonarios, hace de la tarifa un arma político-electoral.
Así se resuelve lo relativo a la inexistencia de
partidos, en tanto entidades ideológicas, políticas y organizativas. El PSUV
hereda la condición de maquinaria, tipo compañía anónima, que forjó el
clientelismo- corrupción de la llamada cuarta república.
Se procede de nuevo a organizar el reparto de
beneficios para la compra-venta de voluntades, pero a diferencia de los tiempos
de vacas flacas, contando hoy con arcas repletas, que incluyen altos capitales
provenientes de una deuda que ya se plantea como impagable.
Y frente a esta poderosa maquinaria mando-poder se
erige la opositora que, aun contando con inmensos patrocinantes-financistas, no
puede igualar el poder de un Estado que cada vez extiende más sus tentáculos.
Agreguemos a esto que la realidad de nuestras
oposiciones, en cuanto partidos, está materialmente congelada desde fines de
los 80, con el agravante de que no han contado
con los recursos que derivan del mando-poder para convertirse en sólidas
empresas electorales.
Esto conduce a un cuadro político-partidista con un actor sólido: el partido del polo
gubernamental. El otro polo se encuentra en franca desventaja. Forma parte de
un eje que se percibe derrotado o alejado de toda vigencia. Se siente más un antipartidismo
que una antipolítica.
Y esto da pie a un fenómeno sin precedentes: un
“candidato unitario”, que reúne a todos los partidos opositores al régimen, pero
que se siente obligado a ponerse al margen de los mismos y por eso ni siquiera
los menciona. Su “único partido es Venezuela”.
Los partidos quedan así como mercancías devaluadas
que nadie quiere y que, en consecuencia, no se deben exhibir por falta de
demanda.
De este cuadro sólo puede salir un aspirante a nuevo
caudillo. Una figura que está por encima de todos lo demás. Un jefe que decide
sin consultar. Un candidato todo poderoso que no tiene que entregar cuentas.
¿Qué se pudiera sacar de este candidato si se
convirtiera en Presidente? ¿Acaso un impulsor de una nueva política en la cual
prevalezca la acción-aporte del colectivo y no las ínfulas de un mando-poder
que sigue en manos del autócrata-caudillo?
Pero nada de esto parece estar planteado en el corto
plazo. El ventajichavismo hoy no está derrotado por un contrario que carece de la
fuerza y las políticas necesarias para enfrentar los poderes constituidos, ayudados,
además, por los mecanismos smartmatic del fraude-trampa.
Agreguemos que. en una polarización como la que
padecemos, no se puede enfrentar la otra parte con la exaltación o copia de sus
ejecutorias, a la vez que se le acusa de destruirlas como ocurre en el caso de
las misiones.
El “modelo chavista” tendrá que ser derrotado por
autoritario, autocrático, ineficiente, corrupto, militarista, por convertirnos
en Venecuba. Pero esto reclama una nueva política colectivo-horizontal, no
apegada a la tradicional, y con una
visión de mando-poder que se adecúe a los tiempos y circunstancias que vivimos.
Mientras no sea así, resulta difícil salir de un
régimen que utiliza la cobertura
democrática para sus ejecutorias de corte dictatorial-totalitarias.
Se cuenta para ello con el apoyo irrestricto de unas
oposiciones que siguen creyendo que
Venecuba es territorio de y para la democracia. Y lo refrendan con la
firma del acuerdo para reconocer resultados 7-0 ¡Qué historia amigos! Twitter:
@ablancomunoz abm333@gmail.com
Agustín Blanco Muñoz
El Universal, 03 de agosto del 2012.
es verdad...pero hay que admitir que el chavismo ha construido una estructura monolitica que inspira desconfianza...
ResponderBorraroferta en consolas y juegos