Luis Marín
Agustín Blanco Muñoz
Chávez me puso presa. Habla la juez María Lourdes Afiuni.
Caracas, CPT-CEHA-CDCH-UCV, 2012, 432 p.
El volumen 25 de los Testimonios Violentos, editados
por la Cátedra Pio Tamayo del Centro de Estudios de Historia Actual, FACES-UCV,
bajo el título “Chávez me puso presa. Habla la juez María Lourdes Afiuni”, es
una semblanza descarnada del momento trágico que está atravesando Venezuela.
Lo primero que salta a la vista en el caso de la juez
Afiuni es lo que no se ve, lo oculto. Hay un grueso velo de misterio alrededor
que no han podido descorrer ni siquiera los implicados directos. La única
hipótesis que logra lucubrar la juez para explicarse porqué ella está presa es
que ocupa el lugar de otro, Eligio Cedeño; pero ¿por qué tanta saña contra él? Nadie,
ni siquiera el mismo EC lo dice, quizás tampoco lo sabe.
Entonces comienzan a correr las leyendas urbanas. Que
si está relacionado con Gustavo Arraiz, del caso Microstar, secuestrado en
Panamá en marzo de 2007 y condenado por un delito, distracción de fondos
públicos, que no podía haber cometido, por el simple hecho de que no es
funcionario, ni administrador de fondos públicos, sino un simple cliente
bancario, usuario de divisas por las que habría pagado el precio oficial.
Lo que lo hace explosivo es su supuesta relación con
una hija del comandante en jefe, lo cual no tiene nada de malo, excepto por un
misterioso video que tiene la extraña característica de que nadie lo ha visto,
en particular quienes lo citan, esto a pesar de que aseguran que estuvo
colgado en YouTube, al parecer por brevísimo tiempo.
Por fuera se dice que no es solo el video, sino los mensajes
que mandaba por su dispositivo celular, que tampoco nadie sabe a quién se los
mandaba, para qué, ni qué decían o mostraban.
La verdad es, dice la juez Afiuni, que en el
expediente no consta el menor vínculo entre estos dos ciudadanos; pero si se trataba
de unos dólares de CADIVI, entonces lo lógico es que las investigaciones se
orientaran hacia allá, no hacia el banco tramitador, que no es responsable de
la veracidad de los expedientes o declaraciones que los sustentan, según el
convenio que los hace parte del proceso de asignación de divisas.
Pero supongamos que en CADIVI se levanta una barrera
militar, porque es un instituto dirigido por militares; al volverse al
tramitador civil, el banco Canarias, van contra el presidente, Alvaro Gorrín,
pero a éste le cierran la investigación porque resulta ser de la tribu del
magistrado Eladio Aponte Aponte.
Entonces es que se llega a Eligio Cedeño; pero ¿por
qué? Si él es un directivo como cualquier otro y seguro que no maneja, ni
aprueba los expedientes de CADIVI, por grandes o importantes que sean los
clientes.
Otra leyenda urbana imagina a EC financiando la fuga
de Carlos Ortega; pero esto tampoco ha sido alegado ni probado en autos y
abiertamente nadie lo dice. Entonces, ¿por qué la saña contra Eligio Cedeño?
Lo incontrovertible es que tanto EC como GA, han
guardado la suprema ley de la mafia, la “omertá”, la ley del silencio, puesto
que no han dicho nunca y por lo que se ve, no dirán jamás: ¿Por qué los
persigue con tanta ferocidad el régimen del que eran hijos mimados? De siempre
se ha dicho que a la mafia se puede entrar; pero no se puede salir (indemne).
En ese gremio es usual disputar por el reparto del
botín: ¿Quién no quedaría satisfecho con su parte? ¿Quién se sentiría tan
ultrajado como para justificar todo esto? ¿O quizás salvando sus charreteras
con estos chivos expiatorios?
REHÉN POR ACCIDENTE
Siempre se repite que la verdad es la primera víctima
de la guerra; pero cuando la guerra se judicializa la primera víctima es la
justicia. Esto es palmario en el caso de la juez Afiuni, un sorprendente
compendio de arbitrariedades que podría tratar de resumirse así.
Si ciertamente hubiera hecho algo irregular al dictar
una medida cautelar que estaba perfectamente dentro de las atribuciones de su
cargo, lo que hubiera correspondido era abrirle una averiguación
administrativa, instruir un expediente disciplinario cuya culminación, en el
caso más grave, daría para una destitución, pero nada más.
En la eventualidad de encontrar elementos que
revistieran carácter penal, entonces lo procedente es enviarlos a la Fiscalía
para que proceda a la apertura de una averiguación penal y si hubiera elementos
suficientes, pasar a un juez de control, etcétera, etcétera.
Pero lo que nunca, nunca puede ocurrir, ni puede pasar
por la mente más alucinada es que un fiscal grite: ¡Vas presa! Y, acto seguido,
la policía saque a la juez esposada de su tribunal, junto con todo su personal,
incluyendo a los alguaciles, todos presos. A la pregunta ¿cuál es el cargo? La
respuesta: “Ya inventaremos algo”.
El comandante en jefe le dedica dos cadenas de radio y
televisión, el 11 y el 21 de diciembre de 2009, en la primera la llama bandida
y la condena a 30 años de prisión, en la otra confirma: “Estás bien presa,
comadre”. Para la historia universal de la infamia.
En Venezuela la pena de 30 años es la pena máxima
posible, solo aplicable a quien mate a su mamá o precisamente al presidente de
la república; no obstante se pide, en cadena nacional, para quien por
definición no ha incurrido en delito alguno, puesto que solo realizó, bien o
mal, según sea la opinión, funciones legales atinentes a su cargo.
Sería demasiado arduo y engorroso pasearse aquí por
todas las vicisitudes personales y vericuetos procesales que ha tenido que
transitar la juez Afiuni en los años siguientes a aquel ahora fatídico 10 de
diciembre de 2009, sin dejar de lado el confinamiento en el INOF, la casa por
cárcel y los innumerables trastornos de salud derivados.
Baste recordar que ha sido torturada públicamente, crucificada
moralmente, sometida a penas crueles e infamantes, las mismas que prohíbe la
constitución y los pactos sobre derechos humanos suscritos y ratificados por la
república, privada de sus derechos elementales, incluso a la defensa, al debido
proceso, al juez natural, a la salud, a expresarse libremente, al sufragio y
representación política, a la violencia contra la mujer, y pare de contar para
no agotar.
La pregunta de las 64.000 lochas es, todo esto ¿para
qué? ¿Para saciar una frustración asesina en un cuerpo simbólico? ¿Para
escarmentar e intimidar a los demás jueces? ¿Para que nadie nunca más se salga
del redil de lo que manda el comandante en jefe?
Todo esto, ¿por qué? ¿Por haber facilitado la fuga de
Eligio Cedeño? O sea, que ¿huida la cabeza, pisaron la cola como para agarrar
al camaleón aunque sea por un extremo?
Esto es un craso error del conspirativismo y de la
estructura mental de quienes caen en sus trampas. Como ellos actúan de esa
manera, entonces los demás también y todo es un montaje. Eso fue un parapeto
montado por EC, la juez y compañía para fugarse. Incluso llegan a decir
que “sería ingenuo pensar que no cobró”, lo que revela la mentalidad propia del
corrupto.
La oferta del EC de canjearse por la juez pone de
relieve el hecho de que se trata de una secuestrada política, alguien atrapada
en defecto de otro, del verdadero objetivo, y sobre la que se ejerce la
venganza que quisieran hacer recaer sobre aquél, con el inconveniente de no ser
familiar, amiga o asociada, salvo en la mente trastornada de los conspiradores
de oficio.
La vida a veces coloca a las personas equivocadas en
lugares inadecuados en momentos inoportunos. Sin quererlo, sin proponérselo, la
juez Afiuni ocupa el lugar de otro en una comedia que va inventándose mientras
ocurre, pero de la que ya es parte imprescindible.
Su caso devino en símbolo del colapso del poder
judicial en Venezuela.
DIA DE SUERTE
Todos los pensadores políticos han dedicado espacio
considerable a los imponderables: la fortuna diría Maquiavelo, la providencia
los religiosos, el azar o la necesidad los científicos, el destino los
existencialistas y nosotros, pues, todos los anteriores.
El día que le asignaron el caso de EC la juez Afiuni
no estaba de guardia. Se alegó que el sistema se había caído para sortear los
expedientes por el viejo método de los papelitos. En ese momento la oficina de
distribución estaba en manos de una sobrina del magistrado Aponte Aponte. ¿Por
qué el dedo inocente la apuntó a ella, que no estaba en la movida?
¿Será que querían que ella hiciera lo correcto y aplicara
la medida que le correspondía a EC, una vez que GA había sido condenado, caído
en el silencio y el olvido? ¿O
todo esto fue un descabellado error de cálculo?
Sea como sea, los fiscales no hicieron acto de
presencia en la sala de audiencia, aunque se dejaron ver en el pasillo, por lo
que se sabía que estaban por allí boicoteando el acto, y no hubo
sobreseimiento, que era posible, pero sí la cautelar.
Entonces irrumpen súbitamente poniendo preso a todo el
tribunal, como en Jalisco. Pero aquí hay un punto fuerte: Los fiscales del
Ministerio Público no tienen ese poder. ¿De dónde les vino a éstos esa
omnipotencia? Del otro extremo del hilo telefónico.
Y aquí llegamos al punto que interesa: el lado oscuro
del poder.
En Venezuela en los últimos años, como en Cuba desde
hace cincuenta, el poder ha bajado a una catacumba, discurre por pasillos
sórdidos y oscuros, actúa de forma caprichosa e inescrutable.
Lo que vemos en el exterior es como un baile de
máscaras, mujeres sibilinas oficiando como jefes de poderes públicos que no lo
son, aparentando un protagonismo del que carecen. Si no hacen lo indicado,
salen como corcho e’ limonada.
Ocurre con militares, gobernadores, alcaldes,
diputados, magistrados, ministros, jueces, en resumen, con cualquiera: nadie
parece ostentar sino un poder en consignación. Si no hacen el mandado, están
fuera, sin compensación e incluso a la cárcel o al exilio.
Entonces ¿dónde está el poder? ¿Quién puede saltarse
no sólo la constitución y las leyes sino la lógica y el sentido común y hacer,
materialmente, lo que le da la gana, sin límite alguno? Es decir, la definición
más perfecta y clara de la tiranía: un poder absoluto, ilimitado e indefinido.
Sea quien sea debe contar con el respaldo de las FFAA.
Ellas están dirigidas por una logia o cofradía que es capaz de torcerle el
brazo incluso al comandante en jefe, como hicieron en el referéndum de 2007 y
pueden pergeñar cosas tan poéticas como “el pescuezo no retoña”, coja su avión
con su maleta de dólares y váyase.
La juez Afiuni lo dice: “Y, definitivamente, pienso
que yo estoy bajo custodia de los militares. Y lo que decidan los tribunales es
otra cosa.” (p. 109). Más adelante relata lo que dicen sus custodios: “Mire
doctora, yo le voy a decir una cosa: si la juez le da la libertad, yo no la voy
a soltar. Yo tengo órdenes del ciudadano ministro de la defensa de llevármela. Así
que no esté contando con la decisión de la juez. No se haga ilusiones, si ella
decide soltarla yo no la voy a soltar. Yo me la tengo que llevar.” “A mi usted,
doctora Afiuni, no me va a joder mi ascenso.” (pp. 153-154).
Abandonada de la ONU, cuya resolución contra
detenciones arbitrarias aplicó, no siendo bandera de la oposición oficial, ni
ficha canjeable para el régimen, a la juez Afiuni sólo le queda encomendarse a
Dios y esperar a ver qué deciden hacer los militares con ella.
O mejor, con todos nosotros, que también somos sus
rehenes involuntarios.
Luis Marín
19-08-12
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Estoy muy de acuerdo con el Doctor Marín respecto al puesto que logró en nuestra historia, aún sin proponerselo, la Doctora y Juez María Lourdes Afiuni. A partir de su digna actuación en defensa de la justicia quedó en claro lo que es una dictadura disfrazada de democracia.
ResponderBorrarAhora, quisiera agregar que ese papel en la historia que alcanzó María Lourdes Afiuni, ha logrado la más completa documentación en esta excelente obra del Doctor Agustín Blanco Muñoz.
Este libro es el mejor y más completo expediente sobre la naturaleza de este régimen negador de toda idea o práctica de justicia, en el cual todo lo decide el llamado comandante presidente o comandante dictador que se nombra revolucionario a la cubana.
Profesor Marín, excelente artículo. Creo que el contenido de las impecables entrevistas del profesor Blanco Muñoz a la Dra Afiuni y demás jutistas, está recogido limpiamente en su escrito. Y queda claro también el mensaje de la lucha que hace falta para acabar con la injusticia que recae hoy sobre esta digna juez a quien el mpresidente saliente le tiene puesto el ojo.
ResponderBorrarRamón Ciano
Muy bueno el artículo del profesor Marín. Llama a buscar y a leer el libro sobre el Caso Afiuni-Arraiz y Cedeño. Pero lo malo es que uno va a las librerías y dicen que no saben nada de la publicación. Eso hay que clarificarlo, si no la Cátedra va a tener que poner un punto de venta como hizo la vez que sacó el libro de Otto Gebauer.
ResponderBorrarCamilo Guevara