sábado, abril 11, 2015

EL GIGANTE GENTIL



EL GIGANTE GENTIL
Luis Marín

La mayor dificultad de la política exterior de la administración Obama hacia América Latina quizás pueda ilustrarse con el hecho de no poder ponerle ningún nombre, lo que es inusual en la tradición norteamericana.

Desde los tiempos primigenios del Destino Manifiesto, siempre se ha podido identificar algún perfil, como la famosa Doctrina Monroe y derivados, el Gran Garrote de Teodoro Roosevelt, el Buen Vecino del otro Roosevelt, hasta la Alianza para el Progreso del inolvidable John F Kennedy.

De resto, la actitud de EEUU ha oscilado entre el paternalismo y la indiferencia, pero siempre se sabía más o menos a qué atenerse. El problema actual es que no se ve ningún objetivo claro, ni se sabe qué pretende EEUU con LA, cuáles son sus metas, lo que parece algo elemental para definir una política que merezca tal nombre.

Los únicos temas identificables como la inmigración o el narcotráfico, parecen más bien reflejos de la política doméstica hacia el exterior, uno, por los inmigrantes ilegales que ya están en los EEUU, lo que les lleva a preguntarse cómo hacer para retenerlos en sus respectivos países y controlar el flujo migratorio; el otro, por una cuestión de salud pública interna y el elemento externo es idéntico al de inmigración, porque proviene de los mismos países: México, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Cuba.

El otro tema recurrente de la energía que concierne esencialmente a Venezuela, por el otro lado, mientras siga fluyendo el casi millón y medio de barriles diarios de petróleo al mercado americano, como que más nada importa.

 Es embarazoso escuchar los lamentos de la señora Roberta Jacobson por la forma como se demoniza a los EEUU “por causa” del decreto Obama por el que supuestamente se sancionarían prácticas criminales de elementos que ejercen funciones públicas en Venezuela, motivado por una iniciativa de miembros del Congreso.

Parece ignorar que esa es una política que Fidel Castro ha explotado incansablemente desde antes de que ella y el presidente Obama nacieran y la seguirán explotando después de que ellos pasen a retiro, sería idéntica aunque el decreto no existiera o si lo engavetaran y lo echaran al olvido.

El antiamericanismo es un prejuicio, una tara mental que tiene idéntica estructura que el antisemitismo, no responde a hechos ni móviles concretos sino al odio automático y visceral. Creer que está motivado por lo que su gobierno haga o deje de hacer aún a regañadientes, es como creer que los antisemitas dejaran de serlo si desapareciera el Estado de Israel.

Es un error pensar que el resentimiento contra los norteamericanos es por lo que hacen mal cuando en realidad es por lo que hacen bien: la superioridad técnica, el éxito económico y la potencia militar. Los aspirantes al poder y a la hegemonía global ven en los EEUU el rival a vencer y esgrimen el antiamericanismo como un ariete político.

En el origen fue la admiración de las élites militares y los estratos económicamente más favorecidos, de hecho, este país se llamó “Estados Unidos de Venezuela” (como México o Brasil) desde el fin de la guerra federal hasta la dictadura de Pérez Jiménez quien adoptó la forma centralista “República de Venezuela”.

EEUU se volvió blanco preferido de los sectores levantiscos socialistas y comunistas, que los veían como el poder real detrás de los caudillos y sus oligarquías económicas.

Finalmente, se convirtió en factor de unificación, movilización y organización política, el más eficiente cuanto más irracional desde que se inventó el antisemitismo.

Cierto que esta peste no conoce antídoto; pero lo que está demostrado es que contra ella no funciona la cortesía diplomática.

IMPERIO Y REPÚBLICA

Podría ser una ironía de la historia que esta distinción romana de las formas políticas haya tenido un alcance tan universal, al punto que hasta a los chinos, cuando decidieron derrocar al imperio en la revolución de 1911, no se les ocurrió nada mejor que fundar una república, con las características generalmente aceptadas en occidente, esto es, asamblea legislativa, un gobierno electivo y jueces imparciales.

Otra ironía, quizás mayor, es que hoy en día se identifique como “imperio” a los EEUU, quien según esta clásica distinción nunca lo ha sido, porque siempre, durante toda su historia, ha sido una república constitucional en sentido estricto, jamás ha sido imperio.

No puede decirse lo mismo de México que se fundó como imperio con Iturbide, luego tuvo al archiduque Maximiliano de Austria, con el indiscutible antecedente histórico del Imperio Azteca; o de Brasil con los emperadores Pedro I y Pedro II; ni de Rusia, donde la palabra “Zar” (que a veces se escribe “Csar”) es una aliteración de “Cesar”, para que no quede duda de su origen romano, así el Káiser de Alemania y hasta el Sha de Irán.

Las teorías del imperialismo moderno no tienen su origen en Lenin, como a veces se dice interesadamente, sino en John A. Hobson, un correctísimo gentleman inglés que invento el concepto de imperialismo económico, dando origen a toda esa vorágine de interpretaciones marxistas que ven al fenómeno como una consecuencia necesaria de la expansión del capital financiero.

En verdad Hobson no dirigía su crítica al exceso de ahorro (tan típico de sus rivales economistas escoceses), sino al subconsumo como causa del excedente de acumulación de capital, lo que podría remediarse con mayor distribución de la riqueza, una tesis que hubieran suscrito los benevolentes socialistas fabianos que fundaron al partido laborista.

Tal vez lo más sorprendente es que todo el desarrollo teórico de Hobson, sus cuadros y demostraciones que toma, como Marx, de las cifras oficiales del gobierno, se refiere a la expansión del imperialismo británico y no al capitalismo norteamericano.

Otra tarea, quizás más ardua, sería desentrañar cómo es posible que un término que era sinónimo de majestad y reverencia haya devenido en esa expresión peyorativa, casi de insulto, como se vocifera hoy “imperialismo”.

Seguramente que cuando se definen a sí mismos como “el imperio del sol naciente” o llaman a Hirohito emperador, los japoneses no están pensando en ofender a nadie, como tampoco los romanos tenían desprecio por el imperio respecto de la república como instituciones, ambas muy respetables.

Esto no es raro en los socialistas, acostumbrados a convertir fracasos en fechas patrias, en héroes a los villanos, en monstruos a personas honestísimas, incluso usan beato y beatitud como ofensas; pero no deja de ser desconcertante como pueden llevar la manía de inversión al punto de convertir una república en imperio contra todo sentido, además por antonomasia y con carácter de exclusividad.

Es mentira que Fidel Castro y los comunistas cubanos sean antiimperialistas porque siempre fueron satélites del imperio soviético y la izquierda en general jamás protesta contra las invasiones rusas a países vecinos, ni cuando la URSS ni hoy en día.

La expansión incluso capitalista y financiera de China no despierta la menor resistencia de los supuestos antiimperialistas, ni siquiera cuando perpetraron la agresión contra el Vietnam heroico, tan emblemático incluso para la izquierda norteamericana.

Es incomprensible que los comunistas ateos no solo apoyan la teocracia de Irán sino que pretenden ignorar el milenario impulso imperialista que mueve a los persas a ser una amenaza constante contra occidente; pero en lo inmediato también contra sus vecinos árabes. Israel vendría a ser apenas una suerte de nudo gordiano para abrirse paso, en sentido contrario, de Asia a Europa.

Los cubanos usan la expresión “imperialismo” para rascarse las espaldas con sus aliados izquierdistas y musulmanes en los propios EEUU ocultando el antiamericanismo que los anima y que no es digerible en aquel ambiente cultural.

Aunque en las cartas diversionistas que publican como avisos pagados en el New York Times dirigidas a la opinión pública en general, se cuidan escrupulosamente de no decir ni una sola vez la palabra “imperialismo”, tan abusivamente reiterada en otros ámbitos.

Otra mentira es pretender definir a las FFAA de Cubazuela como “antiimperialistas”, sin aclarar en ninguna parte de la pretendida nueva doctrina qué es lo que entienden por “imperialismo”, ni cómo ese concepto no le es aplicable a Rusia, China, Irán, etcétera.

La incoherencia es inadmisible en el pensamiento, no puede ocultarse en el verbo, pero en la práctica es una ruina.

EL AMERICANO BELLO

La administración Obama ha eliminado de su trato oficial con la tiranía castrista la palabra “comunista”, cuando más, admite que ese sigue siendo un régimen “represivo”.

Pero represivo puede ser cualquier gobierno, como Egipto o Turquía, sin ser antiamericanos; bajo esta expresión cubren al partido único, la oposición prohibida, que no hay libertad de empresa, de expresión, de organización, en fin, al totalitarismo.

Toman este giro no para hacer más digerible su política entre el público americano, todavía refractario al comunismo, sino porque el círculo íntimo no quiere ser ni parecer anticomunista, algo que repudian desde el fondo del alma, como ser “de derecha”.

Con demasiada frecuencia los voceros y defensores del new deal de Obama descalifican a sus críticos diciendo simplemente que son gente “de derecha”, con lo que relevan de toda otra explicación: por supuesto, basta que alguien sea de derecha para que no tenga razón y no hay más que hablar.

A esto estamos acostumbrados en Latinoamérica sobre todo quienes sufrimos regímenes atrabiliarios filocastristas; pero es verdaderamente inquietante que este abuso del lenguaje haya logrado carta cabal en EEUU, con lo que parece demostrarse que si es más fácil que los americanos se latinicen a que los latinos se americanicen.

Otro show espeluznante es el tira y encoge alrededor del trilladísimo decreto de Obama por el cual se aplicarían supuestas sanciones a algunos altos cargos del régimen títere de La Habana en Venezuela por violaciones a derechos humanos.

Ahora dicen y contradicen, que no se dijo lo que era ni era lo que se dijo y todo se convierte un galimatías consecuencia de no llamar las cosas por su nombre y sucumbir al tinglado de imposturas en que convirtieron al sistema interamericano una cáfila de regímenes falsarios que lo han socavado desde adentro.

Lo cierto es que el Secretario de Estado celebra la gran acogida que ha tenido la nueva política hacia Castro entre los gobiernos de la OEA, los mismos que apoyan a su agente Maduro y esto no puede producir sino perplejidad.

Un criterio para medir la pertinencia de una política podría ser la satisfacción que produce en los enemigos, como la frustración de los amigos. Ciertamente la política de Obama tanto hacia Irán como Cuba no pasaría un test de este tipo: si sus enemigos están tan felices, como sus amigos decepcionados, algo deben estar haciendo mal.

La Administración Obama se inventó una Cuba que no existe para reconciliarse con ella y lograr el aplauso de una galería hostil; pero no ganará ni un amigo confiable entre ellos y a cambio perderá a los pocos que todavía miraban a los EEUU con esperanza.

El mito del americano feo se basa en un doble malentendido: Uno, ¿cómo es posible que gente tan bien intencionada sean tan mal recibida? (La arrogancia ofende y es la causa del resentimiento.) Otro, el americano no comprende al nativo y está obligado a hacerlo (si el nativo no comprende al americano, tampoco es su obligación).

Los dos presupuestos son falsos, la verdad siempre se encuentra en la reciprocidad.

Luis Marín, 




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