¡DETENGAMOS LA MUERTE!
Agustín
Blanco Muñoz
Hace 520
años comenzó aquí la invasión de la muerte. Hasta entonces la vida tenía otro
sentido y no se regía por los valores y motivaciones de la violencia
explotadora. Una sociedad que, ante la avalancha armada de quienes se
presentaron como una civilización superior, no tuvo como asumir su propia
defensa.
Una invasión
que trae un claro propósito: la extensión en estas tierras de un dominio que se
considera superior en cuanto a lo que los invasores mismos han definido como
‘civilización y cultura’. Y esta empresa que, en principio, es de
exploración-apropiación de tierras deshabitadas, se monta sobre las bases del
sometimiento y la negación de la libertad de los otros.
Y para
lograr ese objetivo empuña el arma superior: extinguir, masacrar, matar
impunemente. Su lema es muy claro: ¡Obedeciencia al invasor o muerte! Y en este
cometido logra el Estado ‘civilizador’ un aliado consistente: la iglesia
católica que consiente en unir su cruz para justificar la masacre como obra
evangelizadora.
De allí que
la consigna invasora y destructora tomara otra expresión dirigida al originario
de estas tierras: ¡Hazte cristiano o muere! Poder y religión se juntan para
producir los asesinatos necesarios que garanticen el saqueo.
Una
avalancha invasora que se recubre y legitima en una tesis inscrita en el propio
código humanístico. Se trata de otorgarle condición humana a quienes
supuestamente no la portan.
Es así como
el invasor mira a quienes habitan estas ‘tierras inferiores’, que se ven
obligados a calificar de despobladas para lograr la aplicación de lo establecido en la legislación vigente:
el derecho de apropiación sobre tierras para tomarlas y registrarlas como
propiedad.
Y es a esto
exactamente a lo que se va a llamar Descubrimiento de América, después de las
conocidas peripecias de la confusión de Colón que lo llevan a creer que había
llegado a las Indias Occidentales.
Para los
invasores aquí había ‘indios’ con algún parecido con la gente, sin llegar a
alcanzar una condición, que sólo se podría adquirir por vía del proceso
civilizatorio impuesto, lo cual además otorgaría una especie humana restringida
o inferior a la del ‘civilizador’.
Por una
parte se establecieron los propietarios superiores o civilizados y
descubridores y por el otro los estigmatizados como inferiores y, en
consecuencia, descubiertos. Y a lo largo de nuestro período histórico esta
calificación se ha mantenido, teniendo por base y fundamento la propia
conciencia de un continente que ha asumido los valores impuestos y que le
calificaron e institucionalizaron como descubierto, inferior.
Y esto ha
hecho posible la sucesión de invasiones que han recaído sobre estas tierras,
sus hombres y sus frutos: la permanente exacción, la continua humillación.
Porque se sembró aquí una sociedad cuya única perspectiva está establecida y
marcada por la entidad invasora.
El hacer
propio, autónomo y soberano no se ha entendido, ni puesto en práctica. De allí
que de descubiertos pasemos a colonizados, falsamente independientes,
subdesarrollados, dependientes o neocolonizados. La misma historia y las mismas
muertes a lo largo de 520 años.
Y frente a
esta realidad, la Catedra Pío Tamayo y el Centro de Estudios de Historia Actual
de la UCV, proponen, en 1986, la tesis de los No Descubiertos, como una
necesidad de enfrentar la concepción histórica e historiográfica impuesta que
parte de la negación de la existencia de un proceso social propio en estas
tierras que se bautizaron como América.
Una
consideración que lleva al invasor a calificar este continente como ‘Nuevo
Mundo’ para dejar a un lado los milenios de historia y hacer válida la interesada
creencia de que en este territorio la historia comienza con la invasión
europea.
Frente a
esta acción, doblemente invasora, como concepción histórica y como empresa
armada, respondemos de manera contundente: no hemos sido, no somos ni seremos
descubiertos.
No hay
sociedades descubridoras ni descubiertas. Sólo hay sociedades que portan un
nivel de vida propio de su hacer, o del hacer impuesto por otros. De allí que
estableciéramos como síntesis para la comprensión de esta historia que: ¡Nadie
descubre a Nadie! Y que como No Descubiertos portamos una conciencia y una
condición distintas.
Esta visión
parece tener en la actualidad vigencia e interés, al menos para debatir lo que
hemos sido, somos y seremos. Porque no
podemos seguir explicando este tiempo y sus tragedias a partir de los esquemas
impuestos por la magna tragedia inicial.
Hoy y aquí,
se impone una profunda reflexión sobre nuestro tiempo de sociedad invadida que
lleva 520 años de muertes y más de 200 hablando de una independencia que nadie
conoce ni ejerce.
Seguimos
supeditados a invasores que hoy se multiplican. Porque, al lado del
norteamericano está el chino, el ruso, el iraní, el Alba, el Mercosur, y los
Fidel Castro. Y una sociedad que permanece en la condición de invadida no puede
ir más allá del falso discurso
independentista. Y sus gobiernos, y específicamente, el que se presenta hoy
como revolucionario, está obligado a seguir siendo portador de la condición de
invasor, descubridor, impositor e impostor.
Y sus
mecanismos de invasión hoy se llaman revolución pacífica que es una manera de
esconder cobardemente la violencia en unas supuestas estructura democráticas
tan inexistentes como la llamada independencia.
Por ello,
esa llamada revolución avanza en los mismos términos de destrucción que
cualquier otra empresa invasora, sin siquiera intentar romper el capítulo de la
muerte permanente de 520 años que hoy, en plena campaña electoral, deja como
trágico aporte los muertos electorales
el 29-09-12 en Barinas: Omar Fernández y Antonio Valero, quienes no
tenían la decisión de atender al llamado para que se plegasen a la
falsa patria que proclama la jefatura de la actual invasión. ¡Qué historia, amigos!
T:@ablancomunoz / abm333@gmail.com
El Universal, 05 de octubre del 2012.
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