CHÁVEZ , GUERRA Y MUERTE
Agustín
Blanco Muñoz
El 15 de
junio de 1813 se promulga en Trujillo el Decreto de Guerra a Muerte que aún parece tener plena
vigencia.
Es una
historia de 200 años que registra la rivalidad, la confrontación, el desquite
clasista, con el mismo propósito: tomar el poder y sus beneficios.
Y en cada
caso, se han levantado las mismas consignas y políticas: se actúa a favor de la
felicidad del ‘pueblo’.
Esto lo
toman como pretexto los ‘Gendarmes Necesarios’ para impulsar y mantener
la guerra-muerte bautizada por el credo
romántico-liberal-positivista como dictatorial, democrática y revolucionaria.
Son 200 años
regidos por una doctrina-guerra según la cual el colectivo debe rendirle culto y prestarle los mejores servicios al caudillo.
Por ello, esta reflexión es determinante
para comprender lo que padecemos.
Y conste que
no somos excepción. Seguimos los lineamientos
que rigen el orden histórico
mundial. La destrucción por encima de las perspectivas de vida. Una historia consustancial
al ejercicio de la muerte.
Hoy aquí estamos
ante un cuadro que sólo se puede comprender
en el marco de una ‘suma de
individuos’ que atan su existencia a un credo mítico-religioso encarnado por el
más característico de los Mesías.
La coyuntura
y lo que vendrá se percibe ligado a su
sobrevivencia o muerte.
En este expaís,
que es un reguero permanente de muertes, y que lleva año y medio sólo pendiente
de la salud-enfermedad del golpista presidente (GP), todos estamos a la espera
de la recuperación del nuevo héroe-libertador, para que nos siga gobernando en
medio del más sagrado de los hilos constitucionales.
Y ahora como
hace 200 años dependemos del mismo héroe surgido en el contexto de la guerra y
muerte. La llamada ‘gesta pre-independentista’ dejó asesinatos como los
de Gual y España. Y en la ‘independencia’ abundan huellas de guerra y
muerte.
Ante la derrota
del primer gobierno de y para los venezolanos, una parte
importante de los mantuanos, Bolívar entre ellos, proceden a apresar a Francisco de Miranda por firmar un
armisticio con Monteverde, dada la precariedad de las fuerzas patriotas y la
propia pérdida de Puerto Cabello en manos del futuro Libertador.
Y a partir
de este momento adquiere mayor nitidez el cuadro político-militar del mando. Y ante el avance de las fuerzas españolas, se lanza
el Decreto de Guerra a Muerte en busca de una “guerra total” que obligara a posiciones definitivas.
El crimen de
lado y lado se profundizó. Los españoles ponen el acento en la masacre de
Cartagena y los nacionales le siguen la pista. El 14 de febrero de 1814, cuando
hay la amenaza de Boves sobre La
Guaira, Bolívar le escribe a Leandro
Palacios, Comandante militar, para decirle que, debido a la poca guarnición y
al crecido número de prisioneros, “pase por las armas los españoles presos en
esas bóvedas y en el hospital, sin ninguna excepción”.
Una historia
de muerte que seguirá presente en la
Marcha hacia Oriente y demás andanzas fratricidas.
Porque sólo será en noviembre del 20 cuando ambos bandos se comprometen a “hacer
la guerra en forma civilizada”.
Un
historiador calificado de marxista llega a establecer que “Sin Guerra a Muerte
no habría habido independencia
nacional”. El colmo de la exaltación del héroe y de una historia patriotera
curtida de romanticismo y positivismo.
En 1817, el
Gral. Manuel Piar, conductor de los ejércitos del Sur, fue fusilado por ‘insubordinación’
en el contexto de un enfrentamiento de poderes militares y políticos contra el
mando central por parte, entre otros, de Páez, Mariño, Ribas, Santander. El
escarmiento se aplicó en la persona de
mayor relevancia en el campo de los triunfos militares, y señalado como un difícil
rival de Bolívar.
La muerte
heroica está en la denominada Guerra Federal. Rangel y Zamora representan
supuestamente a ‘los de abajo’ frente a Falcón y Guzmán Blanco. Finalmente
Conservadores y Liberales negociaron el Tratado de Coche para impedir que los sectores
populares, los Feberales, procedieran a derribar cabezas y a ponerle la mano al
mando-poder.
Después del
gobierno de Falcón se inscribe la
Revolución de Abril de Antonio Guzmán Blanco y
los caudillismos de fines del siglo XIX que le dan continuidad a la misma historia
de guerra-muerte.
El mismo signo
está en Castro y Gómez, en el golpe militar-cívico contra Medina en 1945 o
contra Gallegos en 1948, en la dictadura perezjimenista y en la llamada
democracia representativa en cuyos 40 años quedan en el camino una apreciable
cantidad de víctimas en el contexto de la guerra y la muerte.
El colofón
de este proceso se produce el 27F-89, un levantamiento social antineoliberal
que dejó como símbolo de
guerra-muerte las fosas comunes del
Cementerio General del Sur.
El 04F-92 la
guerra-muerte toma la forma de una conspiración encabezada por Hugo Chávez con
el apoyo y complicidad de notables como Rafael Caldera, y que se vuelve gobierno
el 02F-99. Al frente del mismo está un militar que se define como agente de y
para la guerra.
Para el GP
(Habla el Ctte. Ccs, 1998) la vía pacífica o la violenta conforman una falsa
dicotomía: “todo es una guerra, una gran guerra” (461). Y agrega: “Estamos
ahora en una guerra política, otra forma
de guerra, y no sabemos si más adelante pasaremos a la guerra armada
nuevamente” (343).
El discurso de la revolución pacífica pero armada expresa la guerra-muerte que nos ha tocado padecer en
14 años a nombre de la sobrevivencia de los necesitados y la destrucción de las
bases de lo que intentaba adquirir condición de país y que hoy se le arrojó a
la condición-precipicio de expaís.
Y hoy, a 200
años del decreto de Bolívar, seguimos a la espera del héroe para que prosiga,
en vida o espíritu, la conducción de la misma guerra y muerte. ¡Qué historia amigos! Twitter:
@ablancomunoz abm333@gmail.com
El Universal, 28 de diciembre del 2012