La vieja tradición, en medio de una oscuridad galopante por donde pasaban carretones de la muerte y aparecidos, y a partir de supuestos textos bíblicos que nadie había leído pero que se conocían de oídos, señalaba que el mundo se acabaría. Que así como fue hecho por obra y gracia, se destruiría por la misma decisión pero con mucha pena y dolor. Piedras sobre piedras y hombres en montones en dirección al cielo. Todo sería ocupado por el huracán de la destrucción. Y la justicia divina no se detendría y estaría en permanente vigilancia de sus criaturas humanas. Su salvación estaría en la propia muerte en tiempo y acción de apocalipsis. Nada quedaría y Dios volvería a hacer el mundo que dejó de ser.
¿DÓNDE ESTÁ LA CIENCIA DEL HOMBRE?
Pero luego se supo que el reino de la tierra tiene sus propias leyes y dimensiones. Que la ciencia ofrece una perspectiva diferente y se opone al designio divino y a la prédica del fin del mundo. Al contrario, el hombre avanza. Es creación y futuro. Apunta hacia un tiempo y un espacio, unas condiciones de vida llenas de alegría y plenitud. Es el debate en relación al hombre como sacerdote del hombre, como quería Whitman o como sueño para la eternidad como predicó Calderón de la Barca. El hombre sujeto histórico de Marx que fabrica una tras otra hazaña dirigidas, según Benedetto Croce, a la libertad y separación de toda sujeción religiosa. De modo que estamos en el dominio de la ciencia, del hombre, del futuro.
¿SABE EL HOMBRE PARA QUÉ VIVE?
La teoría ha crecido y funcionado de manera aterradora. Cada una de las manifestaciones del hombre, la mujer y el niño tiene su teoría. Pero de tanto teorizar tenemos perdido al hombre, la mujer y al niño. No hay teoría, explicación, sentido o visión del hombre. Y el hombre se quedo sin saber nada de sí mismo. No sabe de dónde ni para qué vino, hacia dónde y para qué va, unido a cuál sentido de cual vida. ¿Hubo un tiempo para la vida del hombre, sin huracanes, guerras ni centellas acaba-vidas? La filosofía de la angustia y la desesperación llegó a una lapidaria conclusión: vivimos simplemente para morir.
Ese es nuestro único principio y fin. El resumen del terror congelado en la propia sangre luego de percibir toda la maldad de todas las guerras que ahora asumían el mote de mundiales. Y hasta con enumeración, olvidando que esta humanidad ha vivido una y gran guerra: la que corresponde al tiempo de la propiedad y la explotación. Siglos de siglos para que la mayoría de los hombres o las fuerzas de esas mayorías pertenezcan o sean disfrutadas por otros.
LA LIBERTAD DE LA PROPIEDAD
Y no es verdad que ha habido reino del hombre en libertad. Hasta hoy libertad es propiedad. Con ella se es libre y se tiene el poder necesario para llegar al propio reino celestial. Pero los inmensos conglomerados de hambrientos sólo conocen la libertad de la muerte. Sobre ellos recaen todas las penas y dolores, privaciones y miserias. Para ellos el mundo se cuenta y se acaba en instante.
EL HOMBRE DE HAMBRE
Este es el colectivo que ha estado permanentemente alejado de todo lo que es o puede significar vida. Murió en Creta, Mesopotamia o Egipto. En Grecia o Roma. En el reino feudal o en las Cruzadas. En Francia o Rusia, China, Vietnam o Colombia. Ha muerto y sigue muriendo en todos los rincones de la desigualdad. Atacado por el arma-flagelo del hambre con el cual se le somete a la condición de no hombre.
LA SOCIEDAD DE LA DEPREDACIÓN
Y al lado de esta condena social se ubica otra, no menos dura y terrible: la que muchos dicen que proviene de la furia destructora de la naturaleza. Se olvida simplemente que esa furia fue inventada por el hombre y su sociedad. Porque esa naturaleza se expresaba en concordancia incluso con un hombre que moraba más allá de toda depredación. Pero cuando los espacios adquieren la condición de míos y tuyos, cuando el precio-ganancia está por encima de la vida, entonces ese hombre siente que esa naturaleza es su enemiga.
Estamos en este caso en una sociedad que se hizo vulnerable ante toda expresión natural, que depreda para tratar de salvar su existencia. Y está obligada a convivir con el propio huracán o las centellas, el mar, las corrientes, las quebradas que se hacen “feroces” ante un hábitat que invadió sus huellas y cauces. Estamos hablando de los espacios de los desheredados, los saqueados y despojados de ayer y de hoy. De lo ocurrido a lo largo de la “vida”.
HACIA LA EXTINCIÓN
ASOMBRA LA DIMENSIÓN DE LOS INDEFENSOS
Esto es para muchos asombroso. Un ciudadano norteamericano clase media nos decía hace unas horas que le parecía increíble que eso ocurriera en su país: hoy parecemos uno más de los llamados países subdesarrollados, pobres y llenos de todas las necesidades. Tenemos millares de muertos, desaparecidos y damnificados. Nueva Orleans ha quedado materialmente bajo las aguas. Se habla de unas perdidas materiales de 100 mil millones de dólares y muchos miles de muertos. Yo no tenía noticia que hubiésemos tenido nunca una tragedia de estas dimensiones.
Hoy lucimos indefensos y lo lamentable es que el comportamiento oficial no fue el mejor. El propio presidente ha tenido que reconocer que se cometieron errores graves. Ahora sí es verdad que no sé para donde va el mundo. Me puedo explicar el 11 de septiembre y mi preocupación es muy grande. Pero en este caso no tengo explicación para tanta tragedia. El interlocutor olvida que en su país y en todo el capitalismo hay manifiestas desigualdades. El no concibe la tragedia porque sólo conoce el Sur por referencias. No tiene conciencia de que es un territorio históricamente vulnerable y una sociedad llena de padecimientos.
¿VULNERABILIDAD NATURAL O SOCIAL?
Y lo duro y terrible es que la vulnerabilidad social es hoy un reto para la humanidad que vive bajo el régimen de las desigualdades, tal y como lo hemos discutido en la Línea de Investigación que coordinamos, a propósito del proyecto sobre Vulnerabilidad en Vargas, que realiza la profesora Scarlet Cartaya bajo la tutoría del Dr. Ramón Santaella. Y hoy se impone tener claridad respecto a que esa vulnerabilidad toca lo material, lo humano-espiritual y el propio destino de lo que hasta el presente hemos tenido como humanidad.
¿PARA QUÉ SIRVE LO HUMANO?
Una condición que también hasta hoy tiene un cometido: matarse unos contra otros o crear condiciones para que unas comunidades vivan o convivan con la muerte y otras saquen beneficios de ese nivel de padecimiento. Este defectuoso nivel de relaciones se contrapone a la que genera cualquier especie viva. ¿Para que y a quien sirve entonces la condición de hombre, de humano?
¡SOMOS NUESTROS PROPIOS SEPULTUREROS!
Lo que se conoce hoy como mundo humano, con depredación, desigualdades y vulnerabilidad está en vías de acabar con el hombre y consigo mismo. Se acabará entonces el mundo antes de adquirir la condición-nivel de lo humano. Por lo pronto truena en la oscuridad del hombre sin humanidad aquel carretón de la muerte ante el cual había que persignarse para evitar todo mal. Pero ya ni ese acto detiene el furor de una naturaleza depredada, ni la devastación instaurada por una seudo-humanidad tomada por la muerte. Hemos sido convertidos en nuestros propios sepultureros.
¿Seremos capaces entonces de re-invocar la construcción de un nuevo modo de producción que nazca y muera en la propia irrealidad que consumió al llamado socialismo? ¿Hasta cuándo y cómo proseguir clamando por una vida cada vez más distante y ajena a nuestra inhumana condición? ¿Seguirá predominando la especie que hace de la explotación su mayor virtud y realización? ¿Haremos aflorar alguna vez la vida en este infierno llamado planeta? abm333@gmail.com
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