JAMAS, HOMBRES HUMANOS, HUBO TANTO DOLOR
¿Para qué lo hemos leído? ¿Para cargar a cuestas su dolor como un expediente que fuera de otro? ¿Para catapultarlo a las primeras letras de las antologías y reafirmar su carácter de Poeta Mayor? ¿Y qué de las causas que irrigaron su morir? ¿Qué de las guerras que aún rondan este planeta con su cosecha de muerte y destrucción? ¿Y qué de este tiempo prolijo, indefinido, neutral, protagónico, insoportable al cual asistimos como espectadores?
Vallejo esgrimió su sufrimiento como un arma letal contra los depredadores de vida. No fue un verso montado sobre el cairel de una rima, ni sobre una nueva vertiente poética. No escribió para que lo leyéramos sino para que saliéramos a combatir la injusticia, la muerte desgajada en infinitos. Jamás, hombres humanos, / hubo tanto dolor en el pecho.
COMO HERMANOS HUMANOS NO DECIROS
QUE YA NO PUEDO CON TANTO CAJON
Cómo abordar sus versos desde el libro, desde un espacio de reflexión literaria, si cada palabra es como si se empozara en nosotros el odio de dios. Si cada verso es como si se nos abriera la tristeza toda, de una sola vez. Recogió el llanto y el sufrimiento de quienes no podían hablar dinamitados como estaban por el odio de los sepultureros, los mercaderes, los asesinos. De los que fueron al combate asistidos sólo por un corazón que quiere ser hornero y una bandera, como un manto, que lleva grabada la vida en hilos de sangre.
¿Y que hacemos con nuestros muertos, los de entonces y los de ahora, los que se siguen sembrando, sin que todavía llegue el tiempo de que crezcan en la tierra, como quería León Felipe, para que regresen en las raíces de los centenos? ¡Cómo, hermanos humanos, / no deciros que ya no puedo y / ya no puedo con tanto cajón, / tanto minuto, tanta / lagartija y tanta / inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
PERO EL CADÁVER AY SIGUIÓ MURIENDO
¿Qué hacemos con la vida que decimos tener, si ella pasa, como si nada, por este tiempo de asesinos, sin que nada parezca detener la mano que hiere? ¿Qué hacemos con este sufrimiento que César nos deja grabado para que no se borre jamás de la faz del viento? Ay, de pronto no somos sino portadores de herrajes para marcar ganado, de armas que otros disparan por nosotros, contra cualquier pecho llevado a rastras a un campo de batalla para librar una guerra que no le pertenece.
¿Hasta cuándo? ¿Miraremos hacia otra parte para no advertir el horror? ¿O lo convertiremos en tema de sobremesa, material para el ensayo, hospedaje de ideas? Pero el cadáver, ay, siguió muriendo!
ENTRE DOS POTESTADES DE LADRILLO
Con el dolor de Vallejo hay que salir, como él, al mundo a advertirle al hombre que se la pasa matando la vida que no tiene, que sólo hemos multiplicado la muerte sobre esta tierra, que aún no florece en nosotros, el barro que hace el fogón que cuece el pan. Y que hay que salir a buscarlo, a reinventarlo, a atraparlo dondequiera que esté. Que hay que expropiarle la arcilla a los hacedores de muros para levantar en su lugar el fuego de la vida. Y hay que empezar por nosotros mismos.
¿Qué parte de nosotros no está tomada por la muerte? ¿De qué instrumentos disponemos que no sean de guerra y de exterminio? ¿Es que acaso con la dulce melodía del amor, con la que tanto nos gusta arrullarnos, hemos podido convertirnos en fabricantes de adobes? ¿O acaso esgrimiremos nuestra capacidad para el odio, el exterminio, la masacre, a través de la cual avanzamos creyendo que las nuestras sí son las banderas de la justicia y de la vida? Vallejo existió entre dos potestades de ladrillo.
Y EL CADÁVER FINALMENTE ECHO A ANDAR
Todos somos sepultureros. ¿Cuándo aparecerá el hombre que clame por la vida? Vallejo lo hace en cada letra de su sufrimiento, en cada arista de su dolor adolorido, porque en ellos revienta la vida de la que hemos sido despojados como hombres, como habitantes de este planeta, como colectivo y como gente. Andar con Vallejo no puede tener sentido a menos que salgamos a inventar futuro.
¿Cómo? No lo sé. Porque es tarea de todos, es tarea del hombre que debe insurgir alguna vez contra el quasihombre que lo ha detonado desde sus inicios. Porque es un canto colectivo, y una canción hecha jirones que deberá recomponerse. Y por que es una batalla que debemos dar con los signos de la vida y no repitiendo los esquema de la muerte. Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon, les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...
¿Y LO HAREMOS ALGUNA VEZ?
Porque se trata de deshacernos de rimas y dogmas, de banderas que otros nos inventaron y de las mentiras que nos impusieron. Derribar a los mercaderes y a las iglesias, y de una vez por todas querer construir la casa del hombre. Aquella en la que Vallejo podrá desvestirse del dolor y volver a ser un corazón florecido. Aquella en la que el hombre reparte el pan caliente de su corazón, mientras borda florerías sobre las campos devastados por las minas del odio y el crimen.
!Ah desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer. ¿Y lo haremos alguna vez? No en la dirección de los políticos, los sepultureros, los fabricantes de bombas, los negociantes de la vida, sino en la del poeta que rescata desde el fondo del abismo, el hombre que será, ese hermano hombre humano, que aún no es, pero que reverbera, como una campana que aún no ha sido estremecida por la corriente infinita del viento-vida.
Para dejar de haber nacido para vivir de nuestra muerte. Y alguna vez comenzar a vivir la vida que nos hará hermanos hombres humanos vivos de verdad.
mery sananes / 15 de abril del 2004
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