sábado, octubre 18, 2008

LA ÉPOCA HISTÓRICA INVASORA

Joan Miró

La confusión es considerable. Para muchos es inadmisible la idea de proceso para entender lo histórico y prefieren pensar, al modo positivista, que la historia es suma de hechos-acontecimientos y hasta de ‘rupturas’. Se pierde de vista que la verdadera ruptura se producirá sólo cuando ocurra el cambio de la ‘prehistoria’ a la época histórica del ‘verdadero hombre humano’.

Y en esa dirección, este continente, como el conjunto del planeta, vive la época de la invasión. ¿Cómo admitir entonces las tales rupturas? Primero fue la acción invasora para imponerle al habitante originario de lo que luego se designará como América, la calificación de ‘descubiertos’, con lo cual se pretendía afirmar que se había encontrado y tomado posesión de territorios que no registraban población, negando así la existencia de seres humanos en los ‘nuevos hallazgos’ realizados por el Estado español.

El discurso del invasor señala que quien aquí moraba carecía de todo raciocinio y que, por consiguiente, no era gente, sino salvajes y antropófagos. Y la doctrina de la iglesia fue terminante: no tienen alma y están poseídos por el Diablo.

Así el invasor se sintió autorizado a lanzar sus armas ‘para acometer cuanto crimen fuese menester para estrangular y someter a los naturales’. Podía acuchillarlos, como apunta Gómara, para tratar de sacarle al diablo de sus entrañas. Depons señala que no pudo ser más criminal el dilema ante el cual se colocó a la sociedad originaria, ahora llevada a la calificación y condición de descubierta. El cruel emplazamiento establece una condena: ¡Hazte cristiano, o muere!

Aquí se juntan todas las muertes acometidas desde el primer alumbramiento de la fuerza que se lanza en plan de sometimiento. Es la toma del más fuerte al más débil. La mayor inteligencia, capacidad y adelanto técnico se empieza a medir por las armas que se producen para someter y destruir.

Lo que se tiene a sí mismo por hombre y sociedad iniciales nace en medio de y para la destrucción y no se libera a lo largo de las ‘épocas históricas’ de esa capacidad que lo ha marcado y definido. Los imperios esclavistas, feudales, capitalistas o ‘socialistas’ reproducen todas las miserias que genera y mantiene la sociedad que reclama y asume para sí el status de humana. Por ello a escala general se plantea la inexistencia de verdaderas rupturas. Éstas están por aparecer.

El afán destructor y negador de lo humano está presente en todos los niveles. Es una utopía generar la idea-empeño-proyecto por lograr la alimentación de todos los habitantes del planeta. Pero en cambio sí se crea la bomba sólo mata gente para demostrar que el primer y principal enemigo de lo que se ha dado en llamar gente es la propia gente.

Hay quienes necesitan matar para alcanzar la vida llena de privilegios que disfrutan, y quienes sólo tienen padecimientos por subsistencia. Y para que se cumpla esta especie de designio, las clases que detentan los privilegios organizan la sociedad en cada ‘época histórica’, en la forma en que garantice la plena permanencia y disfrute de los beneficios.

Los ‘poderes tribales’ devienen en la sociedad de clases-explotación, en un aparato estatal que planifica la organización de las ‘piezas humanas’ para llevarlas a niveles eficientes de producción, cuyos beneficios corresponden a los dueños de los instrumentos y medios que hacen posible, junto a las fuerzas de ganancias, la obtención de resultados para la compra-venta.

En el capitalismo queda establecido que el obrero asalariado es una mercancía que tiene sus antecedentes en el esclavo o el siervo. Se trata en cada caso de la misma empresa de exacción pero con diferentes desarrollos tecnológicos, económicos y ‘humanos’. Y todo precedido por la misma consigna-misión: construir poderes sobre las miserias que van quedando en el camino.

Y en este contexto se inscribe la empresa descubricionista adelantada por el Estado español y que se anota un triunfo expansionista-invasor a partir del 12 de octubre de 1492. Es la hora del invasor propietario, que se extiende a la llamada colonia, independencia, o repúblicas ‘democráticas’, dictatoriales o ‘socialistas’. Y este único continente al que se asigna el mote de ‘descubierto’, queda desde entonces estigmatizado por el binomio superior-inferior que rige todo el acontecer hasta el día de hoy.

Las múltiples razones esgrimidas para explicar este status dejan de lado lo esencial: la existencia del descubierto quue le da vida a un superior-descubridor, atando así al colectivo a un destino de oprobio, miseria y vejamen.

Esa es la historia actual, la que podemos vislumbrar 516 años después, de manos hoy de un tal socialismo del siglo XXI, que no es sino otra parodia de la misma apropiación. El mismo contenido de una ‘época histórica’ alejada de la humanidad pero pletórica en destrucción y explotación.

Por ello, El Movimiento de los No Descubiertos, constituido desde los inicios de la década de los 80’ para nada apunta al pasado, ni se queda en los calificativos de invasores, masacradores o genocidas. Por el contrario, convoca a una nueva perspectiva capaz de replantear los viejos términos y abrir los cauces para que ese colectivo marginado pueda adquirir al fin su condición de actor de su propia historia y diseñador de un tiempo nuevo, alejado de la violencia, la imposición, la miseria y la masacre.

Un tiempo en el cual el propósito fundamental sea la creación de la auténtica época histórica del hombre, que tiene una condición: la no explotación. Sólo entonces se levantará un ser humano que no acudirá al acopio de miserias ni a la búsqueda de salvaciones en manos de dioses o ‘grandes hombres’.

Estaremos entonces en el territorio del hombre dueño de su destino y con capacidad no descubierta y antiexplotadora, para ser, como quiere Whitman, su propio sacerdote y creador de los dioses de la vida y la trascendencia. abm333@gmail.com

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