Para continuar la discusión sobre
la condición y la conciencia requeridas
para crear un verdadero país
Somos la lanza que dibuja en el aire el arco de una historia milenaria, la cima de la piedra que mira hacia el solsticio, el rito de la primavera, convocando el nacimiento de la vida.
Nuestros son los sueños que se levantaron sobre este continente con nombre de lluvia y sonoridad de cascada. Nuestro el trabajo, el fruto y el telar.
Nuestros los caminos que conducen a las constelaciones, en las que nuestros antepasados leyeron los signos de las cosechas y de la vida. Nuestras, aunque arrebatadas, apropiadas y destruidas las voces, el canto y el amor del habitante que levantó la guerra ante el invasor.
¡Nadie descubre a Nadie! No hay sociedades cubiertas ni descubiertas. Somos vida que se hizo río fértil y sonoro sobre estas tierras, hasta que llegaron los asesinos con sus instrumentos de muerte a sembrar desolación y ruina, donde antes florecían sonrisas sobre los rostros.
Desde entonces quedó planteada la querella, los términos de un combate entre los supuestos descubridores y los No Descubiertos, entre invasores e invadidos, entre domesticadores y quienes se han negado a ser domesticados. Ellos son los No Descubiertos, quienes resisten, quienes no se entregan ni dan tregua, a pesar de todas las derrotas. Quienes han guardado el canto ritual de las consagraciones en las embarcaciones de la libertad.
Los No Descubiertos, una conciencia y una condición diferentes. Porque somos la otra cara de la historia, la historia anónima y colectiva que escriben los pueblos, a pesar de las minorías que los rigen y los dominan, la historia luminosa de la resistencia, más allá de toda muerte impuesta, toda masacre ejercida. La historia de los No Descubiertos.
Tenemos la fuerza de los ríos, el vigor de los bosques, la templanza del maguey, la ilusión de la siempreviva y todas las lecciones que los dioses antiguos dejaron sobre las piedras. Y nos toca hacer trabajo de artesanía, oficio floricultor, tarea de enjambre y de panal, para reconstituir la vida que nos fue quebrada, y recomenzar los tiempos de cosecha y los días de maíz.
Nos toca a los No Descubiertos aglutinar la rebeldía, sembrar caramelos de amor en las luces de los ríos y echar a andar los días de las risas y el combate. Ellos tienen la propiedad de quinientos años de infamia y nosotros el infinito de la vida que resucita cada día sobre la ilusión de los hombres. Ellos tienen la autoría del crimen, nosotros la razón histórica que se vuelve pedernal.
Ellos tienen la mordaza y nosotros el canto. Ellos tienen su cultura y su ciencia descubierta para domesticarnos y nosotros el mágico talismán de una palabra hecha de alas de pájaros, de piedras de jade, que algún día emergerán de la tierra, del viento y de las aguas, escribiendo en el corazón de los hombres las señales de la vida que habrán de instalarse en estas tierras como bienes colectivos.
No han bastado quinientos años para borrar los vestigios de las ansias alfareras que se anidan en el pecho de los No Descubiertos. No han bastado los descubridores de ayer ni los criminales de hoy, para acallar el sueño de justicia, el anhelo de redención, la decisión de hacer la historia que se aposenta en los pueblos.
No ha bastado ni bastará la represión, la domesticación, la apropiación para silenciar el canto y la copla, la cuerda que se tensa en el aire ni el repique del tambor que anuncia los tiempos nuevos. Ni la cruzada evangelizadora de ayer, ni los propósitos de los descubridores de hoy, logran borrar las huellas del hombre de estas tierras de la faz de este continente usurpado.
Tenemos sólo la piedra y el canto frente a las armas de fuego y el poder de las minorías. Pero somos los más. Y somos muchos y somos fuertes y somos recios. Y llevamos grabadas en el corazón las antiguas y nuevas invocaciones, estirpe jirajara, goajira, pemón, arahuaca, caribe o timotocuica, las lecciones de los gayones, los guaiqueríes o los yupkas, el horizonte de los tepuyes, el sol de las tierras llanas, y el canto de neblinas que se posa sobre los páramos. Tenemos el relámpago, el fogón aún sin encender, la leña aguardando su tiempo de fuego, los sueños recogidos en un haz.
Proponemos un deslinde necesario y asumimos un compromiso ineludible: el del cambio que nos lleve a hacer causa común con quienes reclaman hoy los mismos derechos que disfrutan los llamados descubridores-invasores. No podemos ni nos acordaremos nunca con los conquistadores y colonizadores actuales, que propician el reparto desigual, la injusticia, la muerte y la autodestrucción.
No transigimos con la mentira, la trampa ideológica, la demagogia, el fraude histórico, las razones de los ‘descubiertos’.
Buscamos las raíces para encontrar la verdad y la historia que corresponde a los pueblos, a sus luchas, sus combates, sus derrotas, para convertirlas en victorias. Vamos más allá de las mentiras oficiales para advertir la inmensidad de la destrucción y la infinita posibilidad que tienen los pueblos de levantarse sobre los reveses, en sus anhelos de ser alfareros y constructores de un tiempo distinto. De ser cantores del porvenir.
El cuestionamiento que adelantan los No Descubiertos, va a ritmo de escalada, o a nivel subterráneo, convocando rebeldías inéditas, llamando a la organización de los poderes creadores. Empresa paciente y silenciosa, que a pesar de los obstáculos, va abriendo cauce y brecha en la historia descubierta.
De allí la fuerza inagotable, presente en cada insurrección contenida, en la decisión de los pueblos por conservar su estirpe verdadera de flor y canto para convocar, en esta hora de los No Descubiertos, a la creación de una sociedad de justicia, belleza y amor, que sea la base del país que estamos obligados a construir.
Cátedra “Pío Tamayo” / Centro de Estudios deHistoria Actual / 1992.
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