viernes, febrero 17, 2006

LA DESTRUCCION DE LA INSTITUCIONALIDAD DEMOCRATICA


Necesidad fundamental de la “revolución bolivariana”

Por la forma en que ha hablado y actuado desde antes y durante su ejercicio del poder hasta el presente, con sensatez puede colegirse que el teniente coronel Hugo Chávez ha tenido en mente la necesidad de instaurar un gobierno de fuerza como única posibilidad de poder llevar adelante la “revolución” que, día tras día, a él y a su entorno plutocrático se les ha venido ocurriendo.

Los problemas confrontados hasta ahora con la porción perceptiblemente mayoritaria de la sociedad venezolana que no comparte su forma de ejercer el poder, no habrían hecho otra cosa que acentuar cada vez más su criterio de que no sería fácil, por el contrario difícil, avanzar en su “proceso revolucionario” en tanto se mantuviera en el marco de la democracia representativa, es decir, respetando la Constitución y las leyes de la República y acatando los dictados de la Carta Democrática Interamericana.

LA DESTRUCCIÓN DEL PODER SOCIAL

Porque, aun cuando la democracia que existía tuviera los defectos que se reconocen (y por los cuales muchos militamos sostenidamente durante décadas en las filas de la oposición), al menos conservaba de alguna manera rasgos importantes de tal sistema, como por ejemplo cierta independencia y autonomía de los poderes públicos, y alguna supervivencia y ejercicio de los “poderes democráticos” de la sociedad: los derechos, garantías y reconocimientos constitucionales; la posibilidad de organización y de libre acción de agrupaciones sectoriales como los partidos políticos, las llamadas “organizaciones no gubernamentales”, sindicatos de trabajadores, gremios profesionales, agrupaciones de empresarios, en fin, la organización de grupos humanos con intereses afines para actuar socialmente en defensa de éstos, todo ello en el marco del ejercicio de las importantísimas libertades de información, de opinión y de expresión. El poder social, por así decirlo, estaba amplia y diversamente repartido, de manera que quien se propusiera gobernar de acuerdo con los intereses generales del colectivo –rasgo esencial de la democracia--, tenía por fuerza que hacerlo con la mayor ecuanimidad social posible.

EL ABUSO DEL PODER

El militar devenido en político gracias a su fracaso en un golpe de estado, una vez en el ejercicio del poder, fue percibiendo el desacuerdo o la disidencia de crecientes porciones de la sociedad que no compartían, incluso rechazaban y hasta repudiaban, su forma de concebir el poder que se le había dado en elecciones; y más todavía cuestionaban y repudiaban su manera de ejercerlo, fundamentada cada vez más en acciones incorrectas, arbitrariedades, delitos y hasta crímenes, como ha podido saberlo todo el país gracias a los medios de comunicación no serviles al régimen. Mucho se ha dicho, y por la fuerza de los hechos tendremos que seguir diciéndolo, que no conoce sino una forma de ejercer el poder : abusando de él.

Una porción mayoritaria y creciente de la sociedad venezolana ha venido reaccionando cada vez con mayor fuerza ante el carácter contradictorio y paradójico de su ejercicio del poder, pues, mientras que como candidato presidencial conquistó masivo respaldo sobre la base de feroces ataques contra los defectos, desviaciones y perversiones de los gobiernos anteriores, cosa en la que anduvimos antes que él muchísimos venezolanos, como presidente ha venido construyendo un régimen que reproduce, aumentándolos y profundizándolos, todos aquellos defectos, desviaciones y perversiones cuya feroz crítica hubo de servirle para conquistar aquel respaldo.

EL PEOR GOBIERNO DE LA HISTORIA DE NUESTRO PAIS

Para colmo de colmos, su régimen se ha envilecido tanto en el ejercicio del poder, que ha ido agregando, paso a paso, digamos que meticulosamente, nuevos defectos, desviaciones y perversiones, llevándolo a ser, en el criterio de una mayoría creciente, el peor gobierno que nuestro país ha tenido en toda su historia.

FIDEL DIXIT
EN DEMOCRACIA NO HAY REVOLUCION

Las reiteradas y crecientes reacciones y protestas, surgidas de todos los ámbitos independientes o no progubernamentales de la sociedad, e incluso desde el seno mismo de sus propios apoyos, pudieron causar que cada vez más martillara en su mente la recomendación que más de una vez -según lo han registrado, también más de una vez, medios de comunicación de nuestro país- le ha hecho su mentor Fidel Castro: “En democracia no hay revolución”.

Es decir, que si en cualquier democracia que merezca el nombre de tal existiera, de alguna manera, independencia y autonomía de los poderes públicos, del sistema judicial, de los sindicatos y gremios, de las organizaciones no gubernamentales, de los más diversos grupos humanos, todo en un marco de libertad de información, opinión y expresión, por muy cojitranca que en algunos aspectos pudiera ser tal democracia, su existencia y funcionamiento se constituirían en un obstáculo insalvable para todo aquél que pretenda imponer un régimen o sistema que por su autoritarismo o despotismo sea rechazado claramente por una porción mayoritaria de la sociedad.

UN RÉGIMEN DESTRUCTOR NO SE IMPONE SINO
EJERCIENDO UNA HEGEMONÍA ABSOLUTA

La conclusión a la que se tenía que llegar es por lo tanto precisa y clara : No se puede imponer un régimen o sistema contrario a la manera de pensar y sentir de la mayoría sino, por un lado, destruyendo todo vestigio de un sistema de alguna manera democrático, y, por el otro, demoliendo los instrumentos cívicos de ejercicio de los múltiples poderes democráticos sectoriales de la sociedad; en otras palabras: ello no podría lograrse sino ejerciendo una hegemonía absoluta total en todos los ámbitos de la vida social.

LA CEGUERA DE LA MAYORÍA DE LA OPOSICIÓN

Es en esa tarea demoledora en lo que realmente ha venido actuando con preeminencia el régimen imperante en nuestro país; pero la mayor parte del liderazgo de oposición, o no lo ha percibido así o, en percibiéndolo, ha ocupado todo su tiempo en responder a los “trapos rojos”, a las ofensas e insultos, a las agresiones y atropellos, etc., a cada uno de ellos en fin, individualizadamente, cerrando los ojos políticos ante el hecho trágico de que todos esos hechos particulares, absolutamente todos, forman parte de manera premeditada y coherente del gran proceso de destrucción del sistema político y social.

HACIA LA ORGANIZACIÓN DEL COLECTIVO

Y es ante esta realidad que el colectivo debe organizarse en torno a la idea central de detener la destrucción de lo que queda de país, y avanzar en las tareas de conformación de una auténtica democracia participativa y de verdadero contenido social. La complejidad del cuadro actual supera las posibilidades de dar respuesta reales en el marco de las ideas-modelos del pasado, responsables del desastre que hoy se acrecienta y agudiza.

No es posible admitir que el colectivo sea nuevamente utilizado por unos y otros factores en función de los históricos acomodos y reacomodos que garanticen la continuación del actual estado de creciente destrucción. Es indispensable la conciencia-organización que permita la creación de nuevos instrumentos. En esa labor nos hemos empeñado en la Cátedra ‘Pío Tamayo’. Y no para agregar ningún tipo de interés particular ó grupal sino para plantear y reclamar la organización-unidad construida colectivamente.

Una organización constituida por múltiples unidades que tienen como denominador común una preocupación: detener el proceso de destrucción de Venezuela. Es una organización estructurada sobre la base de la diversidad política e ideológica pero con ese cometido obligado: junta a todos los empeñados en sacar a Venezuela del foso de la destrucción al cual la lanzan cada vez más, con la fuerza y decisión que dan los petro-dólares, esta “revolución bolivariana”.

Este lunes 20 de febrero, a las 6 pm, en la Sala “E” de la Biblioteca Central de la UCV, estaremos nuevamente debatiendo sobre El cuadro histórico venezolano: desde el 15/08/04 al 03/12/06. ¿Hasta cuándo el camino del mismo fraude? y sobre El establecimiento de la red de redes contra la destrucción de Venezuela.
Manuel Rodríguez Mena

febrero / 2006

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