viernes, febrero 02, 2007

HABLA JOSE LUIS TAMAYO

Constituye para mí un verdadero honor, a la par que un compromiso de gran magnitud, cumplir la tarea con la cual fui honrado por el ilustre Profesor Agustín Blanco Muñoz de presentar su última obra “HABLA EL QUE SE FUE”, “testimonio violento” de Carlos Ortega, logrado durante su cautiverio en Ramo Verde, dada la enorme responsabilidad que implica comentar la labor de uno de los historiadores e investigadores venezolanos más importantes y conspicuos de los últimos tiempos, autor de una extensa obra escrita, que supera las 45 publicaciones, sin contar los innumerables artículos publicados como columnista permanente de diversos periódicos y revistas nacionales e internacionales, amén de la envergadura de las credenciales con las que cuenta: Profesor Titular de la Universidad Central de Venezuela, Doctor en Ciencias Sociales, Investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales desde 1967, Secretario Ejecutivo de la Cátedra Pío Tamayo y Coordinador del Centro de Estudios de Historia Actual, entre otras tantas.

Querido y odiado, admirado y despreciado, defendido y atacado, alabado y criticado, su prolífica obra es, hoy por hoy, referencia obligada para el estudio de la historia social y política de la Venezuela de finales del siglo XX y principios del siglo XXI, pues quiérase o no, sus libros, artículos, escritos y opiniones, por la importancia y trascendencia de su contenido, jamás podrán pasar desapercibidos ni ser soslayados por los estudiosos de la historia patria contemporánea.

“HABLA EL QUE SE FUE”, que viene a ser la décimo séptima publicación de la serie “Testimonios Violentos”, editada por la Cátedra Pío Tamayo y el Centro de Estudios de Historia Actual de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (FACES) de la Universidad Central de Venezuela, se inscribe en la Línea de Investigación “Problemas de la Venezuela actual”, que coordina el distinguido Profesor en el Doctorado de Ciencias Sociales de esa Facultad, y al igual que las dieciséis precedentes, recoge el testimonio crítico de los personajes más prominentes y polémicos de nuestra historia política reciente, magistralmente entrevistados por Blanco Muñoz, quien da así continuidad a sus trabajos de investigación sobre el proceso político venezolano de las últimas décadas.



Le correspondió el turno en esta oportunidad a Carlos Alfonso Ortega Carvajal, uno de los personajes de mayor renombre en los acontecimientos políticos que se desencadenaron en nuestro país a partir del paro general del 10 de diciembre de 2001 y que culminan con el paro petrolero que se extendió hasta el 2 de febrero de 2003, período durante el cual la actuación de Ortega, aún sin proponérselo, fue mucho más allá de la que le correspondía a un Presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV).

La obra se inicia con un resumen introductorio del Profesor Blanco Muñoz acerca de la figura del entrevistado, calificado por el Presidente Chávez como el principal enemigo de su régimen, y continúa con una ilustrativa síntesis acerca de los roles desempeñados por Ortega durante más de treinta años, desde de su nombramiento como Jefe de Reclamos del Sindicato Unificado de Obreros y Empleados Petroleros (SUOEP) en 1974, hasta ser electo como Presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) en octubre de 2001, analizando al mismo tiempo, de manera brillante y erudita, en su inconfundible estilo, los sucesos políticos de mayor significación acaecidos en el país a partir del 27 de febrero de 1989.

El testimonio obtenido del connotado dirigente sindical, ciertamente constituye, como lo expresa el propio autor, una “verdadera radiografía” del país, “vista y descrita por un hombre que no pretende acomodar la historia para salir ileso de ello”, que reconoce y admite sus limitaciones, errores y falta de visión política; y además, “un expediente-mensaje a los sindicalistas vendidos, a quienes califica de ‘rebaño de arrodillados’, ‘seudo dirigentes’ que no representan a nadie y que a la hora de apoyar a los trabajadores prefieren venderse al mejor postor”.

En las diez entrevistas realizadas a Carlos Ortega en la cárcel de Ramo Verde entre el 20 de octubre de 2005 y el 2 de julio de 2006, el Profesor Blanco Muñoz se traza el objetivo --logrado con creces-- de “producir un testimonio que contribuya al estudio y comprensión de este tiempo y su problemática”; y, en la consecución de su propósito, escruta sin cortapisas la recia personalidad, conducta y comportamiento del sindicalista, con quien intercambia opiniones, reflexiona y discute profundamente en torno a los acontecimientos que tienen como punto de partida el paro general del 10 de diciembre del 2001, demostrativo, en opinión del dirigente, del rechazo de la población al gobierno, el cual resultó un triunfo y a la vez una muestra de incapacidad de la dirigencia política.

Los agudos planteamientos y puntos de vista del Profesor, preámbulo de muchas de sus preguntas, permiten ahondar en el pensamiento de Ortega, y lo llevan a comentar y examinar, detallada y pormenorizadamente, no sólo su propio desempeño al frente de la CTV, sino también el de muchos otros personajes de la vida política nacional con rol preponderante en aquél paro y en los sucesos que a partir de allí se desataron, especialmente los del 11-12-13 de Abril de 2002 y el paro petrolero de diciembre 2002-febrero 2003, que es, a la postre, el que determina el encarcelamiento del Presidente de la CTV.

La serie de entrevistas, siempre precedidas de las sugestivas preguntas del Profesor Blanco Muñoz, nos conducen, una y otra vez, con gran fluidez y coherencia, al acontecer de los eventos más relevantes de las dos últimas décadas del siglo XX y el primer lustro del siglo XXI, conformando un material, que, como el autor afirma, puede ser tomado como punto de partida para el estudio y discusión de los últimos tiempos; e, innegablemente, resulta ser así por la abundante y detallada información recogida en la obra.

Al ser interpelado, Carlos Ortega dice hablar “con la mayor claridad, sinceridad y transparencia” posibles, asegurando en todo momento que no es político, sino un simple sindicalista que nunca ha dejado de procurar el beneficio de los trabajadores y sus familiares.

Los acerbos planteamientos del historiador sobre el acontecer político nacional de los últimos años, que invitan al entrevistado a la reflexión y análisis crítico profundo, desnudan la manera de pensar del dirigente sindical, dejando al descubierto sus ideas, opiniones, inquietudes, ambiciones, frustraciones, éxitos y fracasos.

En ocasiones, y ante comprometedoras preguntas, opta Ortega por no dar el nombre de responsables de determinados hechos, so pretetexto de “no ser chismoso” o de no querer parecerse “en nada a ellos”. No obstante, se muestra particularmente duro y hasta injusto --como él mismo dice que pudiera parecer--, con importantes personajes que le son allegados.

Fustiga constantemente, a lo largo de todo su testimonio, al “señor Chávez”, de quien dice que arriba al poder con el apoyo del sector económico y de la mano de Caldera, calificando a su régimen de “autoritario, totalitario, comunista, cubanizado y dictatorial”, de corte eminentemente capitalista y neoliberal, que hace uso y abuso de los recursos que tiene Venezuela, sobre todo en materia energética.

Agrega además que lo que sostiene a Chávez en el poder son los enormes recursos económicos, el apoyo del sector militar y la traición a que han sometido este pueblo factores políticos de la sociedad venezolana, acotando que el odio y resentimiento que vive actualmente Venezuela, cuya paternidad atribuye al “señor Chávez”, “nunca lo habíamos visto”, y que no es posible “que un padre vea a sus hijos como enemigos, o los abuelos a los nietos”.

Analiza igualmente el dirigente sindical distintos e importante tópicos del acaecer nacional, tales como las marchas que se verificaron con posterioridad al paro de diciembre del 2001, haciendo especial hincapié en la historia de las “marchas paralelas” a partir de enero de 2002, que eran convocadas por la oposición y el gobierno al mismo tiempo; la toma de la Plaza Altamira por los militares encabezados por Medina Gómez; la desaparición de la dirigencia política y las leyes habilitantes como principal causa de la convocatoria al paro del 10 de diciembre de 2001; subrayando que a comienzos del 2002 ya hay una respuesta colectiva y espontánea contra el régimen, como continuación de las jornadas de finales del 2001 y de todas aquellas del movimiento sindical.

Reflexiona acerca de la infiltración de la Coordinadora Democrática por el gobierno y el desempeño de la sociedad civil, la clase media, las clases populares y los partidos políticos, enfatizando que no hay ninguno en Venezuela que tenga posibilidad de llegar al poder en los próximos años. Del movimiento sindical, apunta que está “arrodillado frente a Chávez”.

Al comentar los sucesos del 11 de abril de 2002, ahonda en el papel jugado por PDVSA, la CTV, Fedecámaras, la Iglesia, los factores militares y los propietarios de los medios de comunicación social.

Dice que los militares “actuaron aisladamente, sin conexión con el sector civil”; que en la CTV “no estábamos jugando al derrocamiento del gobierno” y que ese día fue la gente la que pidió ir a Miraflores; atribuyéndose la responsabilidad de haber llamado a los medios de comunicación para pedir que partieran la imagen, lo que, en su opinión, evitó que la gente fuera “barrida”.

Añade además que no había poder ni liderazgo que pudiese detener a la gente en su decisión de ir hacia Miraflores; que el “único pendejo” que no sabía que irían hasta allá era él; que el 11 de abril fue una “loquera colectiva” en función de tomar el mando y la conducción del país; que el sector militar se “engolosinó” con el poder y a los militares les dio “una indigestión de poder” en Fuerte Tiuna; que el 11A muchos parlamentarios “brincaron la talanquera”; que no tiene dudas acerca de que Chávez renunció, recordando la posición asumida por Rosendo como Comandante del CUFAN, que no acató la orden de aplicar el PLAN AVILA.

Insiste una y otra vez que no hubo golpe de Estado el 11 de abril, que lo que ocurrió fue una renuncia impulsada por la gente en la calle y que los militares actuaron en forma “cerrada y torpe”. En torno a este tópico, polemiza constantemente con el entrevistador acerca de si se verificó o no golpe de Estado, conspiración o alzamiento, agregando que el 11A no hubo una operación desde el punto de vista político propiamente dicho ni tampoco coherencia ni acción mancomunada alguna, y sostiene que lo acaecido ese día fue una “improvisación total”.

Refiriéndose a su persona, dice que le acepta a cualquiera que lo insulte “con las palabras que quiera, pero yo a nadie le acepto de ninguna manera que me acuse de corrupto”, pues nunca “he robado ni traicionado a nadie, a pesar de que he tenido la oportunidad de hacerlo”; destacando que la guerra con Chávez empezó cuando éste se atrevió a llamarlo corrupto, y, cuando lo hizo le respondió que “él era el corrupto”.

Recalca que no es “golpista ni conspirador”, que los conspiradores y los golpistas “fueron ellos, los que están en el poder en estos momentos”; que para el régimen “todos los disidentes somos conspiradores”; que tiene sus principios y no se deja “manipular por nadie”; que no es él “el único responsable de esta tragedia en la que se encuentra inmersa Venezuela”, y no niega su “cuota de responsabilidad en la frustración de la sociedad civil”.

Afirma con insistencia que no tenía ni tiene interés político alguno; que habría sido irresponsable utilizar a la CTV para acceder al poder político; que decidió no asistir a la juramentación de Carmona, pese a que este se lo pidió y se esmera en demostrar su gran celo y preocupación por la situación y el futuro de los trabajadores y la dramática situación por la que están atravesando.

Dice también que no es hombre de rencor ni de odios, abrigando la esperanza “de que más temprano que tarde nos reencontremos los venezolanos, sin excepción de ningún tipo”; y aún cuando vislumbra un panorama “oscuro, gris, sombrío” a partir del 2007, porque desaparecerá lo poquito que queda de democracia, asegura mantener “un alto grado de optimismo frente a esta dictadura, este régimen autoritario, totalitario, independientemente de que no hay definición, o las vías para detenerlo”, añadiendo además que sigue teniendo “una profunda confianza en el pueblo venezolano, principalmente en la mujer venezolana”.

Blanco Muñoz, a lo largo de la entrevista, no desperdicia ocasión para realizar, a través de las interrogantes que formula al interpelado, su propio análisis crítico del acontecer nacional y exponer sus puntos de vista en torno a la realidad política del país, escrutando una otra y vez al sindicalista, refutándolo, rebatiendo sus ideas, hurgando sus opiniones, analizando con él sus planteamientos.

Ortega, por su parte, polemiza y rebate con frecuencia los comentarios y proposiciones del historiador, sin dejarse envolver por él. Muy por el contrario, lo increpa y le discute, procurando imponer su propia óptica acerca de los hechos, en contraste con la de su entrevistador.

Concluye el Presidente de la CTV expresando que no se arrepiente de nada en lo absoluto respecto a las decisiones tomadas, a la par que asume plenamente su responsabilidad en el paro de Diciembre de 2002, “a diferencia de muchos que participaron y ahora niegan haber tenido algo que ver”; y dice además que las razones para ese paro “existen hoy incluso en mayores dimensiones” y que, por desgracia, “no tuvimos la valentía que se requería para defender la voluntad del soberano en aquél referéndum revocatorio”.

Desea que en el país “haya un régimen de libertad y democracia, no un régimen cubanizado”; y, pese a todas las adversidades y errores cometidos, envía un mensaje de aliento y optimismo a sus compatriotas, proclamando que: “No es tiempo para tristezas y angustias sino para seguir luchando. Porque aquí de una u otra forma la lucha nunca muere. La lucha continúa.”.

En fin, el testimonio de Ortega constituye sin duda alguna un verdadero “testimonio violento”, que deja al descubierto, de manera descarnada, las intrigas de los factores poderosos, sociales, políticos y económicos.

“HABLA EL QUE SE FUE”, al igual que el resto de las obras de la serie “Testimonios Violentos”, amén de ser textos obligados de estudio, invitan al lector a reflexionar profundamente sobre el futuro inmediato de nuestro país y a entender que no es hora de ser pasivo sino más bien hora de trabajar unidos en pro de la consecución de una verdadera democracia, donde se respeten verdaderamente las garantías y principios constitucionales y los derechos de las personas.

Por último, es mi deber denunciar nuevamente como abogado defensor de Carlos Ortega, que el “proceso penal” que generó su condena a casi 16 años de prisión fue eminentemente político, divorciado en su totalidad de lo jurídico, pues, merced de una acusación fiscal absurda e infundada, la huelga general o paro cívico nacional --así calificada por la OIT, otros organismos sindicales internacionales y varios gobiernos demócratas--, que se inició el 2 de diciembre de 2001 fue convertida, por arte de execrables “interpretaciones jurídicas”, en el delito de rebelión civil.

Conocedor a fondo del escandaloso “juicio” seguido a Carlos Alfonso Ortega Carvajal, incluyendo la sentencia condenatoria que plagió la dictada a los presos políticos del Táchira, puedo asegurar con propiedad que este se encuentra plagado de las más grotescas irregularidades y las violaciones más abyectas al debido proceso y derecho a la defensa que, en teoría, garantizan la Constitución, al punto tal que puede ser calificado como el proceso penal más obsceno, inmoral y aberrante que ha tenido lugar en Venezuela en los últimos cien años, inclusive mucho más que el instaurado a Cipriano Castro, a instancias de Juan Vicente Gómez, para destituirlo de la Presidencia de la República, y sólo comparable hoy en día, con el seguido actualmente a los Comisarios Simonovis, Vivas y Forero y los ocho funcionarios de la Policía Metropolitana por los muertos y heridos del 11 de abril, igualmente monstruoso en lo jurídico.

Y en cuanto a la fuga de Ortega, no puedo apoyar ni aceptar, como jurista respetuoso del ordenamiento vigente, que los problemas jurídicos de esta índole sean resueltos por vías de hecho o de “propia mano”, es decir, por caminos distintos a los que el marco legal ofrece al justiciable.

Sin embargo, ¿Cómo recriminarle a Ortega su personalísima y legítima decisión de evadirse de la prisión que lo mantenía tras las rejas, si, como él mismo le reconoce al Profesor Blanco Muñoz, “el primer deber de un preso normal se convierte en el gran objetivo de un preso político de un país donde no hay justicia ni democracia”?

¿Cómo contradecirlo cuando asegura justificadamente que en Venezuela “no hay justicia posible para Carlos Ortega?

¿Cómo reprocharle que se haya fugado, si, como bien ha sido reconocido por el propio Derecho Penal, “quien se fuga no hace otra cosa que obedecer al instinto natural de la propia conservación y de la conservación de la libertad”?

En el precario “estado de derecho” en el que nos encontramos sumidos, donde se pretende colocar a la justicia (bolivariana) “por encima de la ley”, carcomido en sus entrañas y herido de muerte ante la pérdida total de independencia y autonomía de los jueces, merced del terror sembrado en ellos con “destituciones sumarias” y arbitrarias suspensiones cuando toman decisiones contrarias o no agradables a los intereses del gobierno, ¿cómo exigirle a un preso político que respete, acoja y se ciña a un inexistente orden jurídico?

Para concluir, y como orgulloso descendiente que soy de José Pío Tamayo Rodríguez, hermano germano de mi abuela paterna y, por ende, tío directo de mi admirado padre José Miguel Tamayo Tamayo, no puedo dejar pasar la ocasión para enaltecer la obra que desde hace más de 23 años promueve el Profesor Agustín Blanco Muñoz en la Cátedra Pío Tamayo de la UCV; y a manera de justo reconocimiento a su persona y la encomiable labor realizada, creo propicio finalizar este Discurso con las últimas estrofas del emblemático poema “Homenaje y Demanda del Indio”, primer gran manifiesto antigomecista, pronunciado por Pío Tamayo en el Teatro Municipal de Caracas en febrero de 1928 con motivo de la coronación de la reina de los estudiantes, Beatriz, que, a la postre, le costó la vida, después de sufrir una ignominiosa prisión.

¡Me han quitado mi novia!
La novia que me quiso: ¡mi novia enamorada!
Palabras que se dicen con la pena infinita
de quien ya no podrá volverlas a cambiar…

Qué bien decirte tú,
como a mi novia, Reina.
En ti la miro a ella
Y al mirarte me acuerdo…
Era de sol su carne y de un frágil metal.
El eco de sus voces era de acero azul.
Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.

Yo fui su novio niño,
-ya lo hemos sido tantos-,
cantar, correr, soñar,
en el soleado campo, en la vega porosa,
junto al lirio morado,
al laurel
y al signo rojo de las rosas.

Se adornaron mis labios con su nombre armonioso,
con su nombre que es música de banderas y estrellas.
Se miraron mis ojos en el ópalo grande
de sus ojos
iguales al fanal de los tuyos.
¡Y el abrazo materno que de la tierra avanza
la confiaba amorosa sobre mi corazón!

¡Como me acuerdo, Reina!
Temblando bajo sombras la amaba con angustias.
En mis venas corrieron los miedos por su vida.
Y un día me la raptaron.
Un día se la llevaron.

Desde los horizontes,
allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
vi encenderse los últimos luceros de sus besos.

Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido
¡y salir a buscarla!
¡Mirar cómo levantan asfixias hasta el cielo
las crestas de los cerros!

Agotarse llamándola en los senderos mudos.
Oscurecerse en noches solitario y rendido,
¡y sentirla que sufre y que se está muriendo!
¡Ah! Ya no puedo más, reina Beatriz. ¡No puedo!
Vuelve a llorar el indio con su llanto agorero…

Pero no, Majestad
que he llegado hasta hoy,
y el nombre de esa novia se me parece a vos!
Se llama: ¡LIBERTAD!

Decidle a vuestros súbditos
-tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
que salgan a buscarla, que la miren en vos,
¡vos, sonriente promesa de escondidos anhelos!
Vuestra justicia ordene.
Y yo, enhiesto otra vez,
-alegre el junco en silbo de indígena romero-
armado de esperanzas como la antigua raza,
proseguiré en marcha.
Pues con vos, Reina nuestra,
juvenil, en su trono, ¡se instala el porvenir!


MUCHAS GRACIAS

jtamayo@telcel.net.ve

Palabras pronunciadas por el Dr. José Luis Tamayo, el 01 de febrero del 2007, en la presentación del libro Habla el que se fue, realizada en el Colegio de Ingenieros de Venezuela






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me llamo José Luis Tamayo, tengo 33 años, docente y vivo en Argentina. Je, este tocayo es retocayo mio
cadetetamayo@hotmail.com

Anónimo dijo...

escuchame una cosa pedaso de gato, borra ese facebook q te hiciste cn mi foto xq si te encuentro mew vas a escuchar, me entendiste?