Nos llega este nuevo testimonio sobre Ron Rivera. Sobre él ya habíamos hablado en estos recintos, por tratarse de un ser que conjuga lo excepcional con el simple hecho de ser quien es. Un hombre enamorado de la vida que buscando la transparencia del agua se encontró con el barro, para amalgamar una mágica vasija, capaz de ahuyentar la muerte y la enfermedad a millones de seres humanos disgregados en cualquier lugar del planeta.
Ron es la mano que fragua el cántaro y es a la vez la risa del niño que bebe del agua que mana de sus poros. Un oficiante de la alegría que sabía que en el interior de cada hombre hay un barro que lo hace único a la vez que lo hace anónimo y colectivo.
Y a esa alquimia dedicó su vida, silenciosamente, ávido de niños sanos, de aguas puras y cristalinas en un planeta que se muere de sed. Un hombre hecho de manos que se vuelven gigantes al descubrir en las manos del otro el esplendor de la creación.
Este reportaje es un extraordinario retrato de Ron Rivera. Pero Ron es aún mucho más que eso. Es la advertencia de los que somos capaces. Es la señal de la fuerza inimaginable de que disponemos. Es la clave de una historia que no pasa a través de los grandes anales, sino que se adhiere a la vida que batalla por sobrevivir todas las tragedias que le han sido impuestas por los propiciadores de sed.
Ron Rivera, como bien lo dice María López Gil, y como se presentara él mismo, es portador de un arma de destrucción masiva, sólo que en vez de cobrar vidas, se lleva la muerte, la encapsula en las filigranas del barro y la devuelve a su función vital.
Saludamos a Ron, en su actual oficio de construirle filtros a las nubes, a la lluvia, a las tempestades, a los ríos que habrán de ser y, en particular, al amor de los hombres, que aún habrá que filtrar de tanto odio, para que readquiera su innata condición de creador.
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Nicaragua
El alfarero fiel
Porque conocí a Ron Rivera, estoy tan segura de que le hubiera disgustado profundamente que escribiera sobre él como de que le hubiera encantado que escribiera sobre su “Filtrón”. Como ahora ya Ron no está con nosotros, y no tendremos ocasión de discutir sobre esto, escribo sobre su herencia. Y escribo sobre él, un gringo-nicaragüense ejemplar. Tal vez el ser humano que más apasionadamente ha trabajado para que sus congéneres del planeta puedan beber agua limpia.
MARÍA LÓPEZ VIGIL
El salón de la UCA de Managua estaba a rebosar ese sábado de septiembre. El olor de la tierra mojada, en aquella tarde de invierno, hablaba de agua. En un filtro -como los miles que él enseñó a fabricar- las cenizas de Ron Rivera entraron al salón abrazadas por su esposa. Tras ella, sus dos hijos, sus dos hijas. Lo recibió una ovación. Y empezamos a llorarlo y a recordarlo cantando.
Nicaragua decía adiós a uno de sus mejores hijos. Nicaragua lo había adoptado hacía veinte años y desde entonces Ron se fue convirtiendo en un nicaragüense internacional, un héroe de los anónimos, de ésos que no hacen más ruido que el que hace el agua al correr. Ron Rivera: el promotor del más globalizado y célebre de los “productos” de marca nica, más que el ron, el café o las hamacas. Despedíamos al padre del Filtrón, que tantas vidas ha salvado en todo el mundo.
“¡LES PRESENTO
UN ARMA DE DESTRUCCIÓN MASIVA!”
La exhibición del Museo Nacional Cooper-Hewitt de New York en 2007 lleva un título provocativo: “Diseño para el otro 90%”. Ante decenas de personas, Ron Rivera alza en sus manos una vasija de cerámica. Tiene la reconocible forma de una macetera. “¡Les presento un arma de destrucción masiva!”, anuncia. Y explica, con orgullo y pasión, que la macetera es un filtro, que destruye masivamente bacterias y parásitos y convierte el agua más contaminada y sucia de pozos, ríos y arroyos en agua cristalina, potable “para el otro 90%”. La escena se ha repetido en varias universidades ante centenares de profesores y estudiantes.
Para esas fechas, el arma que expone Ron ya es conocida y usada con éxito en más de dos docenas de países por miles de personas, miles de familias, miles de comunidades de las más pobres y aisladas el mundo. En esas mismas fechas, otros estadounidenses siguen ocupando Irak, a donde fueron con la excusa de encontrar armas de destrucción masiva que nunca aparecieron porque nunca existieron. Ésta “arma” sí existe, está presente por todas partes y cumple una misión urgente.
El número 7 entre los 15 Objetivos de Desarrollo del Milenio, al que se comprometieron todos los países del mundo cuando acababa el siglo 20, fue reducir a la mitad para el año 2015 el número de personas sin acceso a agua potable. Según el Banco Mundial, son nada menos que 1 mil de los 6 mil millones de seres humanos que habitamos el planeta quienes no pueden beber agua limpia. Y por no poder, mueren de enfermedades causadas por los microorganismos que este filtro destruye masivamente. Para Ron Rivera la meta de Naciones Unidas era muy tímida y el año 2015 demasiado lejano.
¿HAY AGUA PA´TANTA GENTE?
Las dos terceras partes del planeta Tierra están cubiertas por agua. Pero apenas un 3% es agua dulce. De esa pequeña porción de agua la mayor parte está congelada en los polos, en los glaciares y en la cima de las montañas nevadas. Menos del 1% de esa mínima porción es agua que podemos tomar. La cantidad de agua disponible en el mundo para beber es hoy la misma que existía hace unos dos mil años, cuando Jesús de Nazaret vivía y hablaba de “ríos de agua viva” que manarían en el corazón de quienes tuvieran fe para trabajar por un mundo más justo. La imagen era poderosa: Jesús fue hijo de una tierra desértica que apreciaba sobremanera cualquier fuente de agua.
En estos dos mil años, el volumen de agua es el mismo que entonces, pero la humanidad se ha multiplicado por 30. ¿Hay agua pa´ tanta gente? Además de ser poca, la que hay se reduce a diario por las sustancias contaminantes que arrojamos a ríos y lagos. Los vaticinios son alarmantes. Científicos del ambiente pronostican un futuro seco y sediento: calculan que hacia el año 2050 la mitad de la población del mundo no tendrá agua suficiente para beber, asearse o cocinar sus alimentos, que el agua será el bien más preciado y que veremos declarar guerras no por apoderarse del petróleo o del coltán, sino por el control de las reservas de agua mundiales que aún existan.
LA VIDA NACIÓ EN EL AGUA
Y LOS HUMANOS SOMOS AGUA
Hace unos cuatro mil millones de años las primeras formas de la vida aparecieron en el agua. Los humanos somos agua: nuestro organismo está compuesto en un 80% de agua. Sin comer podemos vivir bastantes días, sin beber no. 50 litros de agua diarios es la cuota mínima que necesita todo ser humano para poder vivir dignamente. Pero, como sucede con todo lo demás, la distribución del alimento más esencial del ser humano, el agua, es inequitativa: mientras en África el consumo de agua está muy por debajo de esos 50 litros, en Estados Unidos se derrochan 500 litros por persona diariamente. Y mientras encontrar un poco de agua para lo más básico significa para mujeres y niñas de decenas de países un arduo esfuerzo -kilómetros de caminata, pesados baldes cargados sobre la cabeza-, otros países despilfarran el agua para mantener sus lujos: enormes piscinas privadas y extensos campos de golf.
Cuando bebemos un agua no limpia, no pura, contaminada, podemos ser presa de varias enfermedades. El 80% de las enfermedades en el mundo subdesarrollado están relacionadas con el uso de agua contaminada. Las principales víctimas son los niños pequeños. El número 4 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es reducir en dos tercios para el 2015 la tasa de mortalidad infantil de menores de cinco años. Cada año 1 millón 700 mil niños de esas edades mueren en el mundo a causa del agua que beben. Cada 15 segundos muere uno. Podremos contar cuántos ya no están mientras leíamos este texto.
Todas estas cifras y evidencias las conocía de memoria Ron Rivera. De su mente pasaban a su corazón y movían aceleradamente sus manos de alfarero fiel. Alimentaban su apremio, su tesón y su impaciencia.
OTRO “DIARIO DE MOTOCICLETA”
Y LA PASIÓN POR LA CERÁMICA
Si a Ron Rivera lo clasificamos como un “héroe anónimo”, cabe preguntarse cómo se forja este tipo de heroísmo cotidiano y efectivo. Suele ser con trabajo y esfuerzo, con decisiones y convicciones del día a día. Es siempre poco a poco, sin estridencias. Al suave, pues.
Ron nació en Puerto Rico y se crió en el Bronx neoyorkino. Muy joven se enroló en el Cuerpo de Paz, una institución estadounidense calificada ideológicamente por muchos como “intervencionista”. Lo hizo, según lo explicaba él mismo, “para conocer el mundo y ayudar a la gente”. Conociendo mundo estuvo en un barrio pobre de Tocumen, en Panamá, durante el gobierno de Omar Torrijos, que expulsó a los peace corps. Lo mandaron entonces a Guayaquil, Ecuador, a un barrio aún más pobre que el panameño. Tal vez no “ayudó” a la gente, pero sí pudo conocer el mundo de los más pobres. Terminada esta experiencia, su ansia de conocer más mundo no se sació y viajó en moto desde Panamá a México. En ese “viaje iniciático” pasó por Nicaragua, tan sólo unos días antes del terremoto que destruyó Managua en la Navidad de 1972. Su “diario de motocicleta” lo llevó hasta Cuernavaca.
En los años 60, la presencia pensante y anárquica en Cuernavaca de Ivan Illich, un polifacético austríaco, censurado por el Vaticano como “cura rebelde”, significó el surgimiento de variadas iniciativas que sembraron en América Latina semillas de cambio. En un encuentro convocado por Illich Gustavo Gutiérrez dio sus primeros pasos construyendo la Teología de la Liberación. La Pedagogía de la Liberación de Paulo Freire era vital en Cuernavaca. A aquel CIDOC, hervidero de ideas revolucionarias, llegó Ron Rivera, con 25 años y con deseos de aprender.
De todo lo que aprendió, lo que más se le quedó grabado a Ron fue algo en lo que insistía Illich: los seres humanos nos hemos aislado de la tierra y ya no sabemos producir la comida que comemos ni confeccionar la ropa que usamos ni construir las casas donde vivimos. Ron se dio cuenta de que nunca había hecho nada con sus manos. Y decidió aprender a ser artesano del barro. Desde entonces, la cerámica fue su pasión.
ENCUENTRO
Y DESENCUENTRO CON “LA POLÍTICA”
Más de 30 años modelando arcillas hicieron más robustas y fibrosas sus grandes manos. Aprendió la alfarería con un viejo ceramista mexicano. Y regresó a Puerto Rico, donde puso un tallercito en el Viejo San Juan. “El artesano y sus amigos” lo llamó.
Pero la “isla del encanto” se le quedaba chiquita a su espíritu aventurero. Regresó a Ecuador. Y después saltó a Bolivia. Era una época dura, no sólo en Bolivia, en toda América Latina. Tiempos de dictaduras militares y de movimientos armados que, no sin cuotas de ingenuidad, se organizaban para derrocarlas. “Me contó -recuerda uno de sus más cercanos colaboradores- que un día, en un mitin político, comenzaron a repartir rifles para armar una “revolución popular” y que, cuando tuvo el rifle en sus manos, de repente todo tuvo sentido. En ese momento, la lucha por un mundo mejor era ese sentido”.
Aquel embrionario movimiento armado, como tantos otros, fracasó. Llevando en su equipaje el dolor de amigos torturados y asesinados, Ron tuvo que dejar Bolivia. Se fue a Miami a pegar ladrillos como cualquier albañil. Allí fue testigo de la avalancha de cubanos que salieron por Mariel y desembocaron en Florida. Pero no se quedó mirando aquel fenómeno: se convirtió en trabajador social para ayudarlos a insertarse en el mundo nuevo al que llegaban. Desde entonces, se le desarrolló una alergia a “la política”. ¿Por dónde seguir? Como ya conocía varias sociedades, se describía a sí mismo como “sociólogo” y con esas credenciales de la vida decidió estudiar una Maestría en Desarrollo. Poco después comenzó a ejercer lo aprendido en Ecuador, donde apoyó distintos proyectos de desarrollo con indígenas, con mujeres, con ONG.
EL PRIMER PROYECTO:
AISLANTES “MADE IN NICARAGUA”
En Nicaragua lo llamaban una revolución en marcha, que captaba la imaginación y las esperanzas de medio mundo, y la novia con la que había “jalado” a los 19 años en Puerto Rico y a la que había perdido de vista durante años. La doble atracción fue irresistible y después de varias visitas, Ron Rivera se mudó definitivamente a Nicaragua en 1988.
Magnífico observador del entorno, en lo primero en que se fijó fue en los aislantes que coronaban los postes de transmisión eléctrica de Managua, algunos de vidrio, otros de porcelana. Todos importados. En Ecuador, él había enseñado a un grupo de ceramistas a fabricar esos aislantes. ¿Por qué no en Nicaragua? Fue su primer proyecto revolucionario. El país -desangrada su economía por la guerra que financiaba el gobierno de Ronald Reagan- podría ahorrar y la fábrica de aislantes daría empleo a algunos de los ya centenares de lisiados de aquella guerra.
Fernando Cardenal -entonces ministro de educación- le consiguió un espacio para que montara un taller donde estudiar la consistencia y calidades de las tierras del país hasta dar con la más adecuada para la cerámica con la que fabricar los aislantes. Durante 16 meses probó y probó y por fin, él y un grupo de discapacitados de guerra hicieron los primeros mil aislantes “made in Nicaragua”. Pero cuando todo estaba listo para iniciar la producción a gran escala, la revolución sandinista fue derrotada en las urnas en febrero de 1990. Como sucedió con tantos otros proyectos, el nuevo gobierno no le dio continuidad. Pero los héroes anónimos no se rinden. Había mucho que hacer en Nicaragua, con y sin revolución. En 1990 le pidieron a Ron que coordinara Potters for Peace.
POTTERS FOR PEACE:
“QUIERO CONOCER A TODOS Y A CADA UNO”
Ceramistas por la Paz fue fundado en Nicaragua en 1986, en plena guerra contrarrevolucionaria. La hija del cantante estadounidense Pete Seeger, Mika Seeger, una artesana del barro, fue su primera coordinadora. Pareja de un cineasta puertorriqueño, Mika entendió pronto lo que muchos nicaragüenses aún no quieren entender: vivía en un país de artesanos. Mejorar sus técnicas y abrirles mercados fue el objetivo de Ceramistas.
Ron Rivera asumió el relevo con la misma pasión con la que había proyectado llenar los postes de luz de toda Nicaragua con aislantes fabricados aquí. Trabajando para Potters for Peace, visitó todos los colectivos de ceramistas del país y trajo a Nicaragua brigadas de ceramistas estadounidenses para que intercambiaran experiencias. Durante años, vasijas y platos de cerámica hechas por manos nicas se vendieron en las calles de Estados Unidos.
Incansable, recorrió toda Nicaragua. “Quiero conocer a todos los artesanos de Nicaragua, a todos y a cada uno”: ésa fue su meta. Y la cumplió cabalmente. Para despedirlo, incrédulos ante su inesperada muerte, llegaron al salón de la UCA, de luto y llorosos, mujeres y hombres de manos curtidas por el barro y el fuego, como las suyas. Venían de Ducuale Grande, Matagalpa, Jinotega, la Paz Centro, El Bonete, Calle Real de Tolapa, Sabaneta, La Naranja, Mozonte, San Juan de Oriente, El Calero, Loma Panda…
EL ORGULLO DE LA GENTE DE “LA CAVERNA”
En los primeros años Ron se dedicó a mejorar la capacidad de los artesanos que iba conociendo, y hasta descubriendo, en las más remotas comunidades. Las huellas de su esfuerzo son visibles para cualquiera que conozca los saltos cualitativos que ha venido dando la artesanía nicaragüense. Ron despertó un gran potencial dormido por la inercia, el empobrecimiento y la falta de apoyo y de reconocimiento.
Aunque tiene un origen “divino”, según el Génesis bíblico, y aunque hace decenas de miles de años la humanidad viene enriqueciéndose con los productos de este trabajo, en las sociedades desarrolladas el oficio del alfarero, de la ceramista, de quienes moldean el barro, es cada vez menos valorado y tiende a desaparecer, abatido por la producción industrializada y en serie. Es oficio de pobres, que van siendo excluidos. Cipriano y su hija -los protagonistas de la novela de Saramago, La caverna- lo van descubriendo con asombro y dolor.
En sociedades como la nicaragüense este oficio tiene aún una importancia vital, es un hilo identitario en el entramado social. Stephen Earp, un gringo que conoció a Ron en Nicaragua como colaborador voluntario de Ceramistas por la Paz, señala la clave del éxito de Ron en las comunidades de artesanos, sitiadas por más de cien años de soledad: les despertaba el orgullo por su trabajo. “Cuando se vive a un nivel tan básico de subsistencia, el orgullo es una herramienta extremadamente poderosa”, dice Earp, quien considera que Ron hizo de Ceramistas por la Paz, “una pequeña organización de solidaridad, apenas comenzada a tejer, una institución de desarrollo respetada mundialmente”.
EL HURACÁN MITCH
Y AQUEL “INVENTO MARAVILLOSO”
En octubre de 1998, el huracán Mitch devastó Centroamérica. En Nicaragua, además de los tres mil muertos que dejó este desastre, centenares de comunidades perdieron viviendas, cosechas, herramientas, animales, pozos… El Mitch cambió la vida de miles de personas, que aún no se recuperan de aquella tragedia. También cambió la vida de Ron Rivera. Y demostró, a un nivel extraordinario, eso que siempre se repite y que no siempre se cumple: que toda crisis abre oportunidades. Los héroes anónimos tienen antenas para descubrirlas.
En este tipo de cataclismos, la necesidad de agua potable pasa a ser prioridad para salvar vidas. Sanear las aguas más cercanas a quienes sobrevivieron al desastre es la primera urgencia. A Ron Rivera, ya bien conocido como ceramista fiel e incansable, varias organizaciones humanitarias, nacionales e internacionales, le solicitaron que contribuyera fabricando filtros de agua. En la memoria de Ron estaba desde hacía años el invento del químico guatemalteco Fernando Mazariegos, que él ya conocía y había dado a conocer en sus años de trabajo en Ecuador.
En 1981, Mazariegos -trabajando en investigaciones industriales en Guatemala- había creado, con el apoyo del BID, un filtro capaz de purificar las aguas más sucias. De cerámica revestida interiormente de plata coloidal, era de fácil fabricación y de uso sencillo en comunidades donde el agua no suele hervirse y clorarla adecuadamente no es un método fácil. Como ocurre con tantos otros inventos, por falta de recursos, o por sobra de intereses, la idea no tuvo el alcance que merecía. En 1994, antes del Mitch, ya la Family Foundation of the Americas había realizado una investigación que demostraba que en las comunidades rurales que habían empleado ese filtro la muerte por diarrea se había reducido en un 50%. Estaba probado, pues, que el invento era eficaz.
Ron Rivera nunca olvidó aquel “invento maravilloso”. Así le llamaba. Y como donde hubo fuego cenizas quedan, la chispa prendió: Ron decidió empezar a fabricar el filtro en Nicaragua. En los primeros seis meses los artesanos a quienes reunió fabricaron cinco mil. Enseguida entendió que era urgente generalizar el uso del filtro en Nicaragua para paliar las necesidades generadas no sólo por el Mitch, sino por tantos desastres previos. Inicia entonces una década de incontenible pasión en la vida del héroe anónimo.
CONOCER EL MUNDO Y AYUDAR A LOS DEMÁS
Muy pronto, Nicaragua se le quedó chiquita. Ron se convirtió en un “hombre de agua” y desde ese momento filtrar el agua, contribuir a dar de beber agua pura, fue su obsesión. Al filtro le dedicó Ron Rivera 16 horas de trabajo diarias durante diez años, hasta septiembre de 2008, cuando regresando de Nigeria, a donde viajó para levantar una nueva fábrica de filtros, un mosquito transmisor de la mortal malaria falciparum, de ésos que se crían en aguas estancadas y sucias, lo picó y lo mató. A veces, la leyenda de los héroes culmina en un final paradójico.
Con toda razón -Ron siempre lo dijo- todos los documentos le dan a Mazariegos el crédito, la autoría del filtro. El gran aporte de Ron fue su estandarización. El filtro se hace a mano, lo moldean las manos de los alfareros, de los artesanos del barro. Ron inventó la prensa manual en donde, con la ayuda de un gato -como el que usan los vehículos para cambiar las llantas- se coloca en un molde de aluminio la combinación de arcilla mezclada con aserrín o con cáscara de arroz o con cualquier otro material orgánico y combustible. Cuando el filtro es cocido en el horno, los ingredientes combustibles dejan una fina red de poros en el recipiente, que captura los microorganismos, filtrando de uno a tres litros de agua pura cada hora.
El interior del filtro se recubre con una capa de plata coloidal. Mazariegos había descubierto que ese revestimiento actúa como un imán que fija las bacterias, parásitos y virus a los poros, donde se mueren. Y es eso precisamente lo que purifica el agua. Después de experimentar, Ron usó otra proporción de esa “mágica” guarnición que causa la “destrucción masiva” de los microorganismos. Estandarizarlos significó también garantizar que todos los filtros tuvieran un mismo tamaño. Lograr en cada uno el mismo nivel de filtración. Conseguir así un control de calidad. Estandarizarlos fue darle un número a cada filtro.
A partir del Mitch y del inicio de la fabricación en Nicaragua de los primeros filtros, Ron juntó su empatía con la cerámica y los conocimientos que había acumulado sobre las diferentes arcillas del país con aquel su amor primero: “ayudar a los demás” y “conocer el mundo”.
Los filtros le dieron la vuelta al mundo. El otro gran aporte de Ron al invento de Mazariegos fue su difusión por todo el planeta promoviendo personalmente los talleres artesanales que lo fabricaran. A la hora de su muerte había contribuido a levantar 30 fábricas artesanales de filtros en casi tantos países. Decenas de miles de filtros han sido distribuidos por todas partes por la Cruz Roja, la Media Luna Roja, Médicos sin Fronteras, Oxfam, AID, Unicef… Un millón y medio de personas toman hoy agua limpia gracias a la pasión que el Mitch despertó en este hombre.
UN SOLO HOMBRE Y UN MOVIMIENTO MUNDIAL:
LA MAGIA DEL INTERNET
En Nicaragua el filtro muy pronto se llamó “Filtrón”. Un joven ceramista que trabajaba con Ron lo bautizó así. “¿Qué te parece esto: Filtrón: ¡tu solución!” Le pareció, le gustó, y así quedó. La propaganda nica enfatizaba tres pasos: “Cuando compras un Filtrón 1) estás contribuyendo a la economía nica, 2) estás apoyando a las personas que lo hacen, 3) y lo más importante: estás protegiendo tu salud, que no tiene precio”.
En otros países lo llaman con otros nombres: Ecofiltro en Guatemala, Filtro Atabey en Republica Dominicana, Rabbit Water Filter en Camboya, Aquafiltro es otro nombre en Nicaragua… La idea de Ron era que la empresa que fabricara los filtros fuera sostenible y tuviera ganancias módicas. En Nicaragua hay actualmente dos fábricas, una grande y otra pequeña. Una fábrica-taller pequeña, con tres o cuatro artesanos, puede producir hasta cincuenta filtros diarios. El precio promedio del filtro oscila según los países entre 10-20 dólares. A los tres o cuatro años conviene renovarlo para garantizar su eficacia.
Otra convicción de Ron era que el filtro no fuera patentado, sino que su tecnología fuera de dominio público para el bien común. En consecuencia con esta forma de “socialismo”, empezó a poner toda la información necesaria para fabricarlos en la web para que todo el mundo que quisiera los pudiera hacer. Muy pronto, de todas partes del mundo le solicitaban más detalles, más información. Y su presencia. Durante años, cuando no estaba viajando de acá para allá, Ron pasaba horas en las noches o en las madrugadas contestando mensajes electrónicos o haciendo pruebas con las más diversas arcillas para medir sus niveles de filtración. ¿Cómo logró un solo hombre crear un movimiento mundial? Con Internet. La red resultó tan mágica como la plata coloidal en la lucha contra las bacterias. Internet: un camino que los héroes anónimos de hoy saben usar.
DE ORIENTE A OCCIDENTE
LA “MARCA” DE NICARAGUA
Pronto aprendió Ron que no era suficiente la buena voluntad y que tampoco lo era el dinero. Lo más necesario eran los ceramistas locales, los “ciprianos y sus hijas”, conocedores de las arcillas de cada lugar y de las mejores combinaciones con los materiales orgánicos más abundantes en las diferentes zonas. Y comenzó a viajar para hallar a esos artesanos locales y trabajar, hombro a hombro y mano a mano, con la gente que en cada país sabe de cerámica.
En los últimos diez años de su vida estuvo en Asia: Vietnam, Camboya -donde hay una de las fábricas de filtros más grande y más exitosa, promovida por una iglesia evangélica-, Indonesia, Sri Lanka -después del tsunami, patrocinado por la Cruz Roja-. También lo buscaron de Palestina. El ejército de Estados Unidos lo contactó para que fuera a hacer filtros en Irak para las comunidades irakíes y, aunque compartió con ellos toda la información, se negó rotundamente a ir allí de la mano del ejército invasor.
Presentó el Filtrón en varios países de Europa. En Granada, España, lo hizo en 2007 en el Coloquio Internacional Ciencia y Tecnología para el Desarrollo, un evento para facilitar el contacto entre colectivos científicos de todo el mundo. Aquel año presentaron más de 50 proyectos, entre ellos estuvo en pasarela el Filtrón. Uno de los participantes que escuchó a Ron Rivera explicar en qué consistía, cuenta que fue al río Darro a buscar agua, que estaba sucísima: “El agua limpia que me bebí después de pasarla por el filtro que él nos mostró no pudo menos que sorprenderme”.
En África estuvo en Mozambique, Ghana, Tanzania, Kenya, en Nigeria dos veces. Fue el último país que visitó. En América Latina trabajó en Perú, Ecuador, Colombia, El Salvador, Honduras, México, Guatemala. En Bolivia se quedaron esperándolo. También llevó el filtrón a Cuba. De Cuba volvió feliz. “La gran ventaja allí -me contó- es que el gobierno ha hecho suyo el proyecto y lo promueve. Y pone al frente a la mejor gente”. Al saber de su muerte, Amado Cepero, desde Guantánamo, se lamentaba así en un mensaje: “Sólo nos queda la insatisfacción de no haberle podido mostrar a Ron lo que él nos enseñó a hacer”. Aunque ningún gobierno nicaragüense asumió este proyecto, ninguna “marca” ha puesto tan alto el nombre de Nicaragua en el mundo.
“UN VENDAVAL EN NUESTRAS MEMORIAS”
Así recuerda al alfarero fiel Ian González, desde Guatemala, a donde viajó en varias ocasiones: “Ron fue incansable en capacitar a las comunidades de alfareros en técnicas y tecnologías mejoradas. Se desplazaba por Centroamérica en un pick up viejo con la tina llena de herramientas para la alfarería, muchas de ellas inventadas por él y construidas en talleres industriales en Managua. Llevaba siempre una laptop y una cámara de video, y documentaba a cuanto ceramista encontraba en su camino. Los entrevistaba y conocía sus productos, sus técnicas, sus genialidades y sus carencias. Y les enseñaba a ser más eficientes, a mejorar sus mezclas de barro, sus formas de hornear las piezas. Con sus manos curtidas de artesano enseñaba a hacer moldes, a construir hornos de leña, de gas, eléctricos, hacía más eficaces las líneas de producción, mejoraba las fórmulas de esmaltes. Hacía de todo para contribuir a mejorar sus capacidades y consecuentemente, mejoraban sus ingresos”.
“Jamás conocí a alguien menos interesado en su propia comodidad. Sus viáticos permitían que se hospedara en hoteles de 100 dólares la noche, pero nunca dejó que le lleváramos a uno que costara más de 20. Todo lo ahorrado en hoteles, restaurantes y aviones lo invertía en el proyecto de filtros o en las comunidades de alfareros. No una vez, varias, lo vi madrugar en San Antonio Palopó para iniciar la construcción de un horno. Después venía a Guatemala para capacitar a las artesanas en Chinautla en el uso de un horno que recién había construido o en el de una extrudora de su diseño. Y enseguida regresaba a Atitlán en la noche para volver a “echar punta” pasando por El Tejar para subir a su camioneta 200 ladrillos que iban a hacer falta allá”.
“Como por premonición de que sus días no le serían suficientes, Ron no supo descansar ni domingos ni feriados ni los días que llegaba de largos periplos. Una de las últimas veces que lo vi preparaba su regreso a Managua para agarrar vuelo a Vietnam. Pero, como quería escribir uno de sus informes exhaustivos e incisivos sobre lo que acababa de cumplir y las actividades de seguimiento necesarias, contrató a un joven indígena para que le manejara el pick up, mientras pasó tecleando en su laptop el informe en las catorce horas en las que sin parar viajó de regreso a Managua. Quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él jamás lo imaginamos quieto. Ahora es un vendaval que campea en nuestras memorias”.
COPYLEFT: ESA OTRA FORMA DE SOCIALISMO
EN EL SIGLO 21
Viajar, conocer la zona, internarse en las comunidades más recónditas -donde encontraba habitualmente a los más experimentados alfareros locales- le permitía a Ron conocer los mejores materiales, imaginar el lugar más adecuado para montar el taller o la fábrica, indagar dónde hacer las herramientas necesarias, calcular cómo vender los filtros…En los últimos años tuvo que aprender también de mercadeo.
Unos años después que el Filtrón comenzara a difundirse desde Nicaragua a todo el mundo, el Massachussetts Institute of Tecnology (MIT), el Center for Disease Control (CDC) de Atlanta, la Organización Mundial de la Salud, la AID estadounidense y las universidades de Tulane, Colorado y North Carolina y la Johns Hopkins estudiaron y comprobaron la efectividad del Filtrón y le dieron su aval.
Universidades y ONG de todo el mundo conocieron a Ron y al Filtrón a través de Internet y lo contrataban. Cuando entraban en contacto con él se imaginaban que Ceramistas por la Paz era una gran organización. Era él y otra persona a medio tiempo. La web expandió exponencialmente el Filtrón. Que sepamos, en Perú montaron una fábrica valiéndose únicamente de la información que aparecía en Internet. Tal vez sucedió así en otros lugares. Puro copyleft. Qué diferente este camino al avaro copyright y al individualista proceder de tantas empresas de hoy. Y también de las de ayer: la receta del mantecoso envoltorio del Kentucky Fried Chicken yace escrita en un papel viejo escondido en una caja fuerte con doble llave en una ciudad americana. Mientras la fórmula del indigesto pollo frito es un oculto secreto, el Filtrón salvavidas fue socializado globalmente.
EL ÚLTIMO VIAJE
Su último viaje fue el más difícil de su historia de amor con el Filtrón. Voló a Nigeria en julio de 2008 con un grupo de estudiantes de ingeniería de la Universidad de Princeton, acompañados de un profesor. La meta era un rincón pobrísimo de ese riquísimo país africano en donde no había ni luz ni agua. Peor que eso fue la corrupción que les esperaba en cada paso que daban y que ponía obstáculos a la construcción de la fábrica de filtros número 30.
Todos en el grupo tomaron las pastillas anti-maláricas, Ron no. Nunca las tomaba. “A mí no me pican los mosquitos”, decía a menudo. A su regreso a Managua, venía triste. Volvía con la incertidumbre de haber podido hacer algo útil ante ese cóctel mortífero que es la pobreza y la corrupción. Venía también enfermo. Cuando comenzaron a aparecer los síntomas, los atribuyeron erróneamente al dengue hemorrágico. Sólo al final lograron diagnosticar que, aunque son similares las señales de la dolencia, lo que había contraído era la forma más mortal de la malaria, la que llega hasta el cerebro y hace colapsar el corazón. Cuando identificaron el mal, ya no había remedio que detuviera la enfermedad. Ron regresó de Nigeria el 20 de agosto ya contagiado, celebró su 60 cumpleaños el 22 de agosto, y murió el 3 de septiembre.
SU ÚLTIMA CASA FUE UN HORNO
Dios, dale a cada uno su propia muerte, rezaba el poeta Rilke. A veces sucede. Reflexiona la esposa de Ron, Kathy McBride: “Él odiaba el calor. Sin embargo, todos los países de donde lo llamaban eran países de muchísimo calor. Y allá iba. A sudar mucho. Y para vivir eligió Nicaragua. En sus últimos días su fiebre fue altísima, sus últimas horas fueron de un sudor copioso. Pasó toda su vida adulta metiendo piezas de cerámica en hornos”.
“Cuando fui a “hablar” con él para despedirme por última vez la mañana después de su muerte, lo encontré por fin fresco, sereno. Descansaba de tantos días de un calor inimaginable. Y ahora lo íbamos a meter en un horno como todos los filtros que él había fabricado. Cuando me entregaron después sus cenizas, estaban tibias, igual que sus filtros recién horneados. Pensé: fuiste un hombre de barro, de fuego y de agua y has vuelto a tu esencia. Me pareció lo más coherente poner sus cenizas en un filtro de agua para que unos días después presidieran la celebración de su vida”.
EL ATEO REVOLUCIONARIO
DE UNA CAUSA JUSTA
El salón de la UCA de Managua estaba a rebosar ese sábado 6 de septiembre cuando las cenizas de Ron Rivera llegaron. El olor de la tierra mojada, en aquella tarde de invierno, hablaba de agua. En la ceremonia de despedida de Ron hablaron sus hermanos, su primo, amigos, amigas, estudiantes, artesanos ceramistas, habló su esposa. Y habló Reynaldo Díaz, que acompañó a Ron por universidades de Estados Unidos y Europa y del que se espera sea el relevo de Ron Rivera en la difusión del Filtrón por el mundo.
“Yo sé que si Ron estuviera aquí -dijo conmovido-, estaría inquieto, porque estamos hablando mucho de él y porque, desde que se fue hasta hoy que lo despedimos, ha perdido una semana entera sin haber esparcido en más lugares la tecnología del filtro. Yo lo sé, pero tengo que hablar de él… Desde que tengo “uso de memoria” fui fan de Ron. Tenía un gran sentido del humor acompañado de una inmensa tolerancia, una muy buena combinación para impresionar a un niño. Durante mis años en la universidad Ron comenzó a inculcarme la idea del Filtrón y cuando necesité una pasantía en una organización sin fines de lucro para poder llenar los requisitos para una beca en la universidad, Ron me tomó bajo sus alas”.
“Para empezar, me puso a trabajar como obrero en la fábrica de filtrones de Managua. Después de terminar el primer día de trabajo, maldecía el Filtrón y me le iba a correr. Pero ese día me contó lo que había sentido él hacía años cuando le pusieron un rifle en las manos en Bolivia. “Los tiempos han cambiado, Reynaldo -me dijo-, pero las injusticias del mundo son las mismas de entonces y hay que hacer una revolución”. Me lo dijo con tanta pasión que me quedé a trabajar con él. Hasta hoy”.
“Ésta es la causa de esa revolución: anualmente, mueren casi dos millones de niños y niñas menores de cinco años por complicaciones de diarreas causadas por microorganismos que hay en el agua que toman. De esto no se habla mucho porque las víctimas no tienen voz. Son niñas y niños que viven en extrema pobreza, sin capacidad de influir en las políticas mundiales y nacionales. Para los poderosos y los privilegiados no representan más que una estadística que no amenaza ni su poder ni sus estilos de vida. Hoy entiendo lo que Ron me dijo: es una verdadera revolución luchar contra esos microorganismos. Y él fue un revolucionario: después de ocho horas de trabajo, en la que un atleta olímpico hubiera “pedido cacao”, él continuaba trabajando en su computadora por otras seis horas más”.
“Ron fue un ferviente y confeso ateo. La naturalidad de su ateísmo la vi ejemplificada un día cuando lo entrevistaban para Catholic Relief Services. Le preguntaron cuándo había conocido a Jesús y él sonriendo respondió: “¿A quién, a Jesús Martínez o a Jesús González?” Ron tenía fe. Creía en la igualdad de todos los seres humanos y en su responsabilidad con todos los seres humanos. Y por esa fe se sentía responsable de fabricar filtros que llevaran agua limpia a todos en el mundo. Quería hacer cien de estas fábricas, ésta era su meta, pero no le dio tiempo. Nunca en mi vida he conocido a un hombre tan comprometido por una causa justa”.
EL “NUMBER ONE”
Por todo esto, por salvar de la muerte a un promedio anual de 50 mil personas que, gracias al Filtrón, pueden beber hoy agua cristalina, y por las fábricas de filtros que contribuyó a levantar en el mundo, reivindicando el valor social de los artesanos del barro, Ron Rivera, quien jamás se pensó como un héroe, lo es, quien jamás se dio importancia ha hecho importante a Nicaragua. Este “viejo hippy norteamericano de clase media” -como se describió a sí mismo- ya entró en nuestra historia como uno de los ejemplos más inspiradores de la solidaridad entre estadounidenses y nicaragüenses. Ya se quedó en la historia más grande, ésa que no siempre se conoce: en sus páginas no escritas figura ya seguramente como el gringo-nica que más influencia humanista ha tenido en nuestro mundo.