¿Qué nos ocurrió? ¿Cómo y porqué construimos el hueco que significa el triunfo de la llamada ‘revolución bolivariana’? ¿Qué respuestas nos damos individual y colectivamente? ¿Quién cumple aquí con su responsabilidad de hombre y ciudadano?
El individuo-ciudadano hoy no busca respuestas en sí mismo. Se siente impulsado más bien, a lograr quien se la proporcione: ¿Cuándo salimos de esto? ¿Hasta cuándo nos calamos esta crisis?
¿Qué va a pasar aquí? ¿Habrá violencia? ¿Y quién se atreverá ahora a llamar a participar en otras elecciones? En cada caso tratamos de ubicar al interlocutor en una perspectiva histórica.
Porque la coyuntura política que vivimos nos sitúa ante una obligación: la convocatoria a la participación real y a la responsabilidad necesaria e impostergable.
Pero no se trata ahora de simples formalidades sino de algo que por primera vez se nos presenta como indispensable. Queda claro a la fecha que el problema que tenemos por encima va mucho más allá de los viejos y gastados partidos, de los grupos de negociaciones e intereses, de las complicidades y de la compra-venta de engaños y voluntades.
Hoy, todos y cada uno estamos obligados a tomar una posición y asumir las acciones y responsabilidades que de la misma se derivan.
Indispensable apelar entonces a los aportes individuales que se expresan en el contexto de lo colectivo.
Es hora de sumar voluntades, aportes, decisiones y acciones destinadas a la construcción de una nueva realidad.
Pero es indispensable partir de una convicción: estamos obligados a construir la otra historia y no a darle continuidad a lo que hemos tenido. No podemos jugar al cambio del ‘gendarme necesario’ o ‘guachimán’ al servicio de los mismos intereses.
Tenemos que pensar y hacer un movimiento diferente para una historia de igual factura. De no ser así estaríamos apostando a la simple continuación de una tragedia signada por el positivismo.
Ya no es hora de esperar que nos vengan a ‘hacer’ la historia sino de disponerse a su elaboración por nuestra voluntad-acción.
Y eso comporta un cambio de actitud. Distinto es esperar a que otro u otros hagan, a que cada uno de nosotros tenga qué hacer.
Si asumimos esta forma de actuar, estamos obligados, con Henry David Thoreau, a saber que nuestra condición de hombre es lo primero y después la de ciudadano.
Se requiere entonces una corporación de hombres conscientes que entienda que lo importante no reside en cultivar el respeto por la ley sino en hacer lo que se considere correcto, necesario y justo en un tiempo específico.
Estaremos entonces ante un hombre consciente, inclinado hacia lo correcto pero en muchas oportunidades lanzado contra su voluntad a la ocupación maldita: la guerra.
Este hombre es convertido de este modo en un pequeño polvorín al servicio de los inescrupulosos del poder.
Por todas partes debe quedar claro que la inclinación del colectivo venezolano es hacia la paz.
Pero a la vez hay que entender que sobre el mismo pesan casi dos siglos de manipulación para ponerlo al servicio de los dueños del poder, quienes se han valido y se valen del ‘caudillo único’ que por su semejanza con Dios tiene en sus manos todos los poderes, con los cuales somete toda disidencia por pequeña que sea y aplasta toda manifestación de violencia con el mayor de los despliegues.
Y establecida la paz, el gendarme cuidará de mantener y consolidar cada vez más el orden para que crezca el progreso-evolución científico, económico-industrial, social, militar.
Todo regido por la voluntad iluminada y salvadora que nos ayudará a ser buenos ciudadanos al servicio del peor cretinismo. Porque esta es la más excelsa negación de cuanto se pueda entender por democracia.
En el camino están los césares. De Bolívar al Presente. Pasando por Páez, Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez. Algo que se mueve entre el atraso y la imagen de grandeza.
Y máxime cuando se hace manifestación de fe en cuidar de permanecer y garantizar el Estado en el cual haya más sumisión, obediencia, complicidad y el cretinismo en su más alta expresión.
A cinco años de la masacre del 11 de Abril, la tragedia continúa. No sólo en muertos y heridos, sino en la liquidación ético-moral y espiritual. En la desmovilización del colectivo y la estabilidad de la ignominia-perversión vestida ahora de ‘socialismo del siglo XX’.
Téngase en cuenta, sin embargo, que con estas armas no se somete definitivamente a un colectivo dispuesto a defender con su actuación responsable la decisión de construir su propia y obligada historia.
Entonces el hombre empezará a encontrar al hombre de esta Venezuela, para dejar a un lado la actual condición de ex -país.
Qué cada quien asuma entonces con base a su conciencia-responsabilidad, que llegó la hora de las decisiones.
Y si la idea es evitar la guerra-mortandad, tendremos que construir colectivamente una salida a la convocatoria a la tragedia-muerte que intensifica este régimen el 11 de abril del 2002 y que hoy sigue alimentando con todo ensañamiento-perversión. abm333@gmail.com
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