martes, abril 30, 2013

PABLO BRITO ALTAMIRA - LA REBELIÓN DE LAS PLAZAS





El Estado es una garrapata
Hinchada de sangre y de petróleo
Por el petróleo corren los dólares
Por la sangre las sobredosis
De los niños de la patria
  
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Somos asaltados por el hampa, somos asaltados por la brutalidad policial, somos asaltados por la ausencia de atención en los hospitales, somos asaltados por la indiferencia, la indolencia, la desidia, la negligencia criminal.

Y somos asaltados por las preguntas:

¿Cuál es el punto más alto al que todos podríamos mirar para sentir que existimos juntos y que juntos podríamos cambiar las cosas?

¿Por qué entonces insistimos en mirarnos las puntas de los dedos de los pies?

El problema no es cómo salir de una dictadura, el problema es cómo instaurar una democracia.

Si hubiéramos sido demócratas el 14 de abril el líder habría escuchado y seguido la voluntad del electorado y todos habríamos salido a la calle. Pero no, fue el electorado el que acató la decisión del líder y adoptó el silencio de los que otorgan, el silencio de los cómplices.

Nos acosan las preguntas: ¿Por qué tanto miedo a la libertad? ¿Por qué tanta sumisión a los dictámenes de los que se dicen dirigentes y la gente llama líderes? En alemán, líder se dice Führer.

¿Por qué ese desprecio , esa subvaloración del ciudadano?

Primero decían que no se nos podía contar que esto era una dictadura. Luego, que no se nos podía hablar de fraude. Siempre se nos trata como a párvulos a los que no se puede decir las verdades completas, siempre hay que llevarlos de la mano y con los ojos cerrados. Siempre hay que hablarles de cigüeñas y de pajaritos.

Ahora, cuando todo o casi todo depende de mostrar la fuerza que tenemos, nos dicen que no podemos salir a la calle – nuestra calle- porque nos van a matar, porque vamos a desatar una guerra civil, porque nos van a usar como carne de cañón.

Nos creen idiotas, nos creen asesinos o nos creen masoquistas. Si salimos a la calle, lo haremos de modo de evitar esas amenazas. Guerra Civil no habrá porque nadie, en ningún bando, está dispuesto a dar la vida por sus dirigentes. Matarnos entre nosotros no ocurrirá porque la población no quiere esa sangre que algunos interesados dicen que debe correr para que las cosas cambien. Y que nos usen como pretexto depende de que dejemos que lo hagan, y es aquí donde los llamados dirigentes, con su fuerza mediática, podrían ayudarnos.

Pero no les interesa, porque si salimos a la calle sin ellos y no dejamos que ellos nos roben las banderas nos daremos cuenta de que no los necesitamos.

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Esta es una dictadura militar, pero es también la dictadura de la guachafita, y tal vez no haya lugar para aguafiestas como nosotros. Cuando el Titanic se hunda no se acordarán de otra cosa que de pelearse por los botes salvavidas y entonces serán ellos los que griten: ‘ siempre lo habíamos dicho’ como ahora dicen del fraude. Son ladrones de banderas.

No quiero responder  como los sociólogos, que hablan de pasadas esclavitudes como traumas indelebles. Quiero hablar como ser humano, que sabe y siente que todo lo humano es libre y todo lo libre es humano.

Y la pregunta vuelve y nos acosa: ¿Por qué somos tan inhumanos?

No quiero responder como quienes piensan que un clavo saca otro clavo y que un golpe se desmonta con otro golpe.

Ningún cambio se produce con solo desear el poder, hay que desear el bien común primero para alcanzar el poder de hacerlo después.

El sistema, que se sostenía gracias a su habilidad para guardar las apariencias, ya no puede guardarlas. El rey , ya lo saben todos, a desnudo. Pero ¿Qué hacer ahora?

El susto que acosa a los llamados dirigentes es que ya no les queda más remedio que actuar. El susto que acosa a los venezolanos es que ahora está claro que los llamados dirigentes no saben, no pueden, no quieren actuar contra un statu quo del que depende su propia subsistencia. Después de nosotros, el diluvio, habían dicho siempre en privado. Pero el diluvio llegó, y en el arca que tienen preparada solo caben ellos, y muy apretados.

Ellos dicen que esto es antipolítica, pero que la ciudadanía sea la que tome las decisiones y ellos, los llamados servidores públicos, los que las ejecuten no es antipolítica.  Lo que ocurre es que  los políticos no quieren servir a nadie más que a ellos mismos. No es que la ciudadanía sea antipolítica, es que los políticos son anti-ciudadanía.

Ahora  entendemos sin más anestesia que la desobediencia civil empieza por el desacato a esos llamados dirigentes.

Y ahora sabemos que no se trata de cambiar de amos, sino de dejar de ser esclavos.

El problema teórico se convierte entonces en un problema práctico. ¿Quién convoca? ¿ Cómo nos reunimos? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué clase de manifestaciones y protestas pacíficas vamos a organizar? Foros, encuentros, asambleas ciudadanas que la constitución consagra

¿Cómo convocar para que la convocatoria no sea tergiversada?

Y aquí nos enfrentamos a otro asalto: nos asaltan los medios de comunicación controlados y dirigidos contra nosotros por el régimen y sus aliados de izquierda y derecha.

En este siglo en que los medios de comunicación son armas de desinformación masiva toda voz disidente es acallada o ignorada.

¿Cómo difundir nuestro mensaje? ¿Cómo recibir el mensaje de la gente?

Este es un tema para una consideración más extensa que la que podemos desarrollar en este foro *, pero es un tema central que debemos analizar con un enfoque totalmente distinto al habitual.  Masificación es sacrificio de la calidad en beneficio de la cantidad, sacrificio de lo individual en nombre de lo colectivo, sacrificio de lo esencial para privilegiar lo trivial. Los medios masivos no son los medios que necesitamos para crear la conciencia que buscamos.

No los únicos, es todo caso.

Ahora, más que nunca tenemos que entender que nuestro problema es local pero que no se resuelve en términos locales. Lo que está en juego es un replanteamiento del modo de ser de las sociedades. No basta salir de la dictadura y ‘volver’ ,como algunos dicen,  a la democracia. La película no se puede retroceder, pero incluso si se pudiera, no sería deseable. Esa democracia que teníamos es un modelo vencido, periclitado diría uno de sus fundadores. Por eso produjo  la dictadura en la que estamos.  Ningún proyecto que se llame progresista puede proponer un regreso al pasado. El regreso al pasado lo estamos viviendo. Más pasado y más atraso que esto solo lo conseguiríamos volviendo a la edad de piedra. No se trata, pues, de regresar a la democracia, se trata de instaurar una democracia nueva.

Y lo primero que hay que hacer es repensar, replantear, reinventar el papel y la función del liderismo y de los partidos basados en ese liderismo que siempre, indefectiblemente, lleva al caudillismo y a la lucha por el poder que olvida cuál es el propósito de ese poder.


Ahora más que nunca tenemos que entender que o basta adversar, hay que proponer un modelo diferente.  Esa es la parte del trabajo que no puede realizarse en la calle. Esa es la parte del trabajo que debería realizar una asamblea constituyente de la disidencia.

No una constituyente como recurso legal ,únicamente pensado para recuperar el equilibrio perdido y restaurar una legalidad anterior.

Sino como instrumento para el pensamiento y la restructuración de un nuevo orden de cosas, de un nuevo contrato social.

Mi propuesta no es la rebelión de las masas. Esas masas trajeron este masacote.

Mi propuesta podría llamarse, mejor, la rebelión de las plazas.

Pienso en la plaza Tahrir de El Cairo, donde nació la Primavera Árabe.

Mi convocatoria no quiere dar pie a nuevas violencias que justifiquen nuevas represiones. Quiero invitar a los que llaman ‘ de a pie’ a poner un pie en la calle.

Hay que marchar, sí , cuando sea preciso.

Pero más fácil que marchar y más eficiente que cacerolear es salir a la calle y plantarse en la puerta de las casas. O llegarse a pie – ya que nos llaman de a pie- hasta la plaza más cercana y reunirnos con los vecinos, también de a pie. Sin tarimas, sin líderes. NO para decidir quién será el próximo en mandar sino para decidir qué le vamos a mandar a hacer a ese  próximo.

Es hora de que entendamos que ‘mandatario’ no es el que manda, sino el que cumple un mandato.

Es hora de entender también que el  caudillismo, que es siempre un mesianismo,   no es una ideología sino una enfermedad social,  que se manifiesta – entre otros síntomas- ,  por la exageración y lo excesivo, por el delirio de los propósitos descomunales , grandiosos, heroicos, es decir,  inhumanos.

En otros tiempos se proclamó libertad, igualdad, fraternidad.

Ahora necesitamos más que otras cosas: Decencia, respeto y compasión.

La democracia se parece más a un trabajo de paciente carpintería que una fulgurante explosión de fanatismo.

Mi propuesta es dar un paso a la vez.

Y darlo cada vez mejor que el anterior.

Un  paso en el pensar, porque hay que definir qué es lo que queremos

Y un paso en el hacer, porque hay que salir a la calle a exigirlo.

La garrapata succiona los cerebros
La garrapata se adentra en las entrañas
Te come los sueños, te roba los deseos
Es muy difícil escapar de su maraña

Pablo Brito Altamira
@Xlaconciencia

* Intervención en la Cátedra Pío Tamayo del 29 de abril de 2013 en el marco del foro titulado ¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentar la situación política actual más allá de toda violencia? realizado en la Sala E de la UCV.

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