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Este número trae, entre sus muchos materiales, el testimonio de seis jóvenes que de alguna manera se formulan y responden algunas de estas preguntas. Le huyen al discurso fácil, a la exégesis vacía, o al clisé político. Tienen sus propias heridas y no quieren que nadie hable por ellas. No se quieren tampoco prestar al juego del vacío que deja todo en su debido y mismo lugar. Buscan verdades más sencillas para poner en ellas un corazón que ya nace con las huellas de una pena, pero que quiere ascender hacia una alegría compartida.
Por todo ello, hemos considerado de interés hacer el enlace con esa página, a objeto de que ustedes directamente puedan consultarla, leerla e incluso, lo más importante, hacer sus comentarios y reflexiones. No sólo en torno al tema argentino, sino lo que esa experiencia significa para el conjunto de los países latinoamericanos, y en general para el mundo. Estamos convencidos de que, como en este expaís, la sola respuesta a la destrucción adelantada y que se adelanta, es la construcción de un porvenir distinto al que nos ha tocado vivir hasta hoy. Una tarea a cuyo frente ebe estar la juventud, dispuesta a romper con pasados y presentes falsificados, para avanzar hacia un proyecto de sociedad-historia, un accionar que permita edificar nuevos valores, nuevos contenidos, nuevas esperanzas al destrozo del hombre que hoy sobrevive la ininterrumpida tragedia de su historia.
La lectura de esos textos nos llevó a escribirle una carta a Juan Diego Incardona, que reproducimos aquí, con el objeto de que sirva para la necesaria e impostergable reflexión sobre estos y otros aconteceres que siguen diezmando la vida y sembrando de muerte los caminos inventados para la risa-alegría del hombre.
Juan Diego
Hoy precisamente me llega el número 25 de El Interpretador. Cada vez que recibo tus materiales, los abro, reviso, leo. En anteriores ocasiones te he dicho que es un extraordinario esfuerzo, un excelente trabajo, un producto para hacer que cada quien sea a su vez un poco ‘interpretador’ de lo que lee, vive, sueña.
Pero este número, en particular, me ha resultado muy especial. Tal vez porque el problema central que toca, es una vieja disputa que todos llevamos dentro, en torno al contenido exacto de las dictaduras abiertas, las democracias encubiertas, los regímenes totalitarios, los que dicen no serlo pero que actúan como tales, en fin, de ese universo del poder, compartido con todos aquellos que sacan beneficio de él, y que nos deja una amplia radiografía de la complicidad, la negociación y el vacío.
Los muertos, asesinados, desaparecidos, torturados, quebrados, silenciados, excluidos, conforman el expediente real, crudo, terrible de un accionar que nada tiene que ver con vida, humanidad o porvenir. Se hinca en el más profundo pasado para repetir una historia que parece no querer acabar. Y con ellos, hemos hecho de todo, menos revivirlos. Los hemos convertido en banderas, objeto de afiches, pancartas, centro de movimientos. Pero en cada caso, volvemos a ser sus sepultureros, porque la vida no se levanta como la soñamos.
Deshacer ese entuerto es una labor en la que hemos estado empeñados por más de cuatro décadas. Pero resulta que los muertos también son propiedad de alguien, también son repartidos entre fracciones, grupos, posiciones. Y entonces hay muertos más muertos que otros, muertos de segunda, de primera y hasta los muertos-muertos, que de nada vale siquiera mencionarlos, porque no pagan dividendo alguno. Como si el contenido de pólvora no hubiese sido el mismo.
De modo que hay panteones y conmemoraciones y también las conocidas fosas comunes, los pozos de la muerte, los escondrijos de los huesos, que ya no resguardan un corazón esperanzado. En todo caso, Juan Diego, vivimos el reino de la muerte que no el de la vida. Pero, en medio de este horror al que nos han obligado a acostumbrarnos, los muertos son negociables, pagan dividendos, sirven para mucho. Los que ya quedaron en el camino, los que son enviados a correr la misma suerte, los que ni siquiera abordarán el porvenir de esta triste y desolada tierra en la que habitamos.
PONERLE BARRERAS A LA MUERTE
LOS MISMOS IMPERIOS PARA UNA MISMA MUERTE
A veces, siente uno, Juan Diego, que bastaría decirle no a la muerte, no participar de ella, de su festejo, de su memoria, de su celebración, planificación, imposición. Negarnos a formar parte de su trágico círculo, para que en alguna parte, alguna vez, se detuviera su gigantesca maquinaria. ¿Te imaginas si los soldados se negaran a combatir? ¿Si las madres de los soldados se negaran a que sus hijos se enlistaran en ejército o guerrilla alguna? ¿Te imaginas si nos negáramos a ser cómplices, delatores, mercaderes de la muerte y le abriéramos espacio a la alegría?
Otros vienen con trajes distintos a continuar la misma obra. Y se extienden como hierba silvestre, y adquieren nuevos discursos, nuevo lenguaje para que muchos otros comiencen a creer que son distintos, cuando en verdad nada ha cambiado en su interior, ni en su accionar. La muerte está presente no sólo en los estadios, en las prisiones, en el precipicio infinito de una muerte que no concluye, sino en tantas otras formas dispuestas y ejecutadas para matar lo que nos queda de vida, para anular lo que nos resta de esperanza, para someter lo que sobreviva de rebeldía.
PARA INVENTAR EL FUTURO
Ocurre, Juan Diego, que hoy precisamente, cuando recibo tus materiales, estaba en el trabajo de abrir un blog, cuyo nombre aún no he podido definir, para dejar testimonio de otras muertes, que son las mismas, las que ocurren diariamente en este país en las escalinatas de los cerros, en las barriadas donde no entran los cuerpos de ‘seguridad’ del estado, en las calles de cualquier ciudad, en las entidades carcelarias, los abatidos, ajusticiados, los alcanzados por el secuestro, el sicariato, la extorsión, las que produce la complicidad y la delación, las que acometen las policías y las que genera una delincuencia, que es mezcla de drogas, manipulación, violencia y desesperación.
Y ocurre que me senté en el pupitre de la escuela donde trabaja Martín, en medio de sus alumnos, porque en esa memoria de su padre, tal vez esté la conjunción de la poesía y la conmemoración de la tragedia, como el gesto que prolonga la vida, más allá de toda contención. Tal vez porque comparto con él su sentido de ‘enseñar’. Y me colé en la larga caminata de Inés, como en una elipse en torno a la historia de los otros, y la memoria de ella que habrá de editar el futuro, y el hoy y acá, entre nosotros, como una respuesta que aún no se construye colectivamente, pero que está allí en pleno proceso de estallido y conjunción. Y esas palabras-vida que “Hay que volverlas nuevas, aunque cueste. Y lo que hay hoy, lo que traemos y lo que aun no está.”
Y me aferré a la conclusión de Sebastián, cuando dice: “Pero esta no es la única voz que incomoda mi deseo de abrir líneas discursivas –de hablar, como se dice más fácil–, porque el discurso que niega los crímenes de la represión estatal sistemática, que alega el dosdemonismo en el mejor de los casos, y que niega y continúa los cambios económicos impuestos y los modos de sociabilidad reconfigurados por la dictadura, esa voz sigue existiendo y yo no puedo escribir sin tener en cuenta la existencia de ambas voces. Estas voces (que son, claro, actos, hechos, diarios, personas, instituciones, ideología, costumbres, panfletos, remeras, graffitis y demás) son opuestos complementarios, una habilita la existencia de la otra, son un diálogo de mudos que se dan la espalda y tiran trompadas al aire, y que tienen sueldos por eso, ya sea en billetes o en alguna forma más simbólica, aunque, claro, no por eso menos real.” Porque tanto de esto hemos visto y escuchado, tanta complementaridad para lo que se nos quiere vender como oposiciones. Tanta complicidad entre quienes quieren finalmente disputarse el poder, no el derecho de contribuir a construir un mejor vivir.
Y me detuve en el aguafuerte que tú le pediste a Elsa y que ella convirtió en mucho más, al expresar lo que todos sabemos pero que lo ocultamos o ignoramos a conveniencia: “Tercero, cada vez que me escucho hablar a mí misma, como a amigos, periodistas, intelectuales, y quién sea sobre el proceso y surgen palabras como memoria, terror de estado, complicidad civil, desaparecidos, intereses económicos, genocidio, lo único que se puede escuchar ahí es una fatal resignación a no decir nada, a un bla bla bla que nos exime de todo pensamiento.” Es del pensamiento de lo que hablamos, no del que sigue ajustándose al pasado y que repite el mismo ‘saber procesológico’ que tanto hastía, sino del que reverbera en su interior, en busca de una palabra que tenga algo que decir y que ronda para salir del pozo, cuando dice: “creo que hoy nada se puede decir acerca de este tema, que el tema gira en el vacío. Que todo lo que se diga es paja mental o mentira, palabras que pecan de patética inocencia o de pícara viveza sólo redituable económicamente.” Porque al decirlo comenzamos a quitarle el vacío que sepulta la muerte una y otra vez.
Y compartí con Marina, esa necesidad de que la memoria no sea otro espectáculo de la muerte, para distraer y aliviar, sino un registro incómodo que nos lleva a elaborar un presente que deje como testimonio una memoria no luctuosa para nuestros hijos. Comparto con ella su afirmación: “La memorización, el uso de la memoria que se hace por parte el poder, es un instrumento de cooptación y su consecuencia es la clausura de la verdadera memoria, porque le quita la posibilidad de problematizar el conflicto, de abordar la Historia desde distintas perspectivas. Pone a la Dictadura en un lugar fácil, donde todos estamos más cerca de recordar sin saber, que de haber aprendido algo.”
Y de qué forma el poder asume, neutraliza, domestica e inoculiza todas las formas de contrapoder, que sin embargo se levantan sobre los mismos procedimientos, los mismos funcionarios y el mismo irrespeto por la vida de aquellos a quienes dicen adversar. La vieja historia de los ‘torturados’ convertidos en ‘torturadores’, con la excusa de que la causa es otra.
Algún día cesará la muerte y sus conmemoraciones. Algún día fundaremos la vida sobre este planeta devastado. Algún día echaremos a los sepultureros al olvido, para que la memoria toda esté llena de los quehaceres maravillosos del vivir. Algún día podremos deshacernos de estas vestimentas prestadas que nos colocaron al nacer y vestir al fin el traje de hombre, para que su escenario sea el asombro, su medida el espacio infinito del universo, su residencia la alegría que insurge de mirar en la pupila del otro, multiplicada la esperanza.
Como afirma Leonardo: "Llegará el momento en que la vitalidad de nuestra sociedad, el ritmo de su empuje nos arrastre, queriendo expandirse, rebasarse, queriendo encontrar su propio espacio en nosotros, espontáneamente, una claridad eufórica, un gran desasimiento, un terremoto, un ebrio estremecimiento interior, una voluntad de autovaloración, una subversión del pensamiento: surgirá el valor como la fecundidad que arroje la novedad del sentido, su presencia romperá la mecánica de las repeticiones... y cada momento nuevo será la hoja de un futuro consciente, la primera letra para otra historia: la de una mañana que despunta clara y radiante, justo a tiempo. El cansancio del mundo en el pecho se disipará y la malévola risa habrá concluido su trabajo." Lo haremos entre todos y con estas palabras robadas al silencio he querido colocar una hebra de mi telar a los hilos que ustedes van bordando. Algún día cubriremos el planeta de un manto que contenga la vida, que no la muerte. Ojalá y así sea.
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