EN EL SOLAR DE SUS SUEÑOS
Clementina Tamayo se nos fue para el solar de sus sueños. Era la última de los Tamayo Rodríguez que aún quedaba entre nosotros. Tenía 94 años y una sonrisa de niña que jamás perdió. Fue de alguna manera, la guardiana de los sueños de Pío, de la memoria familiar, de la vida de aquella hacienda llamada “El Callao” que los vio nacer. Fueron once hermanos, hijos de José Antonio Tamayo y Sofía Rodríguez. Pío era el hermano mayor y Clementina la penúltima. Sus cenizas serán esparcidas el domingo 02 de octubre en las ruinas de lo que fuera el solar familiar. Regresa Clementina a sus predios, a reencontrarse con los suyos, y a soñar desde otros espacios, la misma ilusión titiritera de un tiempo de solares florecidos.
Clementina, junto con sus hermanas Rita y Flor, contribuyeron decididamente a que la Cátedra Pío Tamayo pudiera hacerse realidad y que se lograran publicar tres tomos de sus obras rescatadas, que se inscriben en el hacer del combate por los tiempos que vendrán. Y con estas páginas se da continuación a la empresa que tiene como militante principal a Clementina, para seguir la lucha contra todo régimen negador de la justicia, la belleza, la libertad y el amor. Por ello la sabíamos preocupada y llena de tristeza. Venezuela sigue, nos dijo en una ocasión, en los tiempos de los avatares de Pío, y ya no sabemos cuando llegaremos al día de un porvenir diferente.
Fuimos en su búsqueda hace más de veinte años y desde entonces nos hemos quedado prendidos de su inmensa ternura. Nos cobijó como hijos y nos fue deshilvanando papeles y rutas de Pío, que ella reconstruía con verdadero amor, para que no se perdiera aquella esencia de justicia, libertad y belleza, que la propia madre, Sofía, les sembrara en el interior de cada uno, desde aquellos días de El Callao.
Nos correspondió editar su libro “Recuerdos de mi infancia en la hacienda El Callao”, que constituye un vivo testimonio de un tiempo, un vivir y unos valores que se proyectaron como código de deberes, al decir de Pío, y como compromiso de solidaridad y ternura para con todos.
La amamos profundamente. Y hoy cuando regresa a sus territorios mágicos y encantados, sabemos que no la despedimos, sino que la acompañamos en su encuentro con Pío, quien la aguarda, armado de una carpa y un papagayo, para recibirla y llevarla a los suyos, que deben andar urdiendo amasijos en las nubes y encendiendo fogones en los atardeceres. A ella le escribimos la carta que adjuntamos, una de las muchas que tuvimos el privilegio de escribirle en estas dos décadas, y que seguiremos escribiéndole, hasta que una enredadera de jazmines esparcida por el planeta nos anuncie un tiempo de Píos y Clementinas.
mery sananes
CLEMENTINA EN EL ADIÓS
DE LAS EMBUSTERÍAS MAYORES
Sabíamos que alguna vez habríamos de escribirte esta carta. Y nos fuimos aferrando a tu resistencia de caña dulce para ir retrasando ese tiempo. Y como siempre lo hiciste, fuiste una arbola capaz de resistir todos los vendavales. Y nos ofrendaste tu infinita sonrisa hasta que los arrullos de la madre y las titiriterías de Pío te llamaron a reconstruir en el porvenir esa estirpe tocuya que se hizo horizonte cuajado de luceros aquí en este territorio de la hacienda El Callao.
Y en verdad, Clementina, que esta carta la fuimos deletreando a través de los años, porque sabíamos que jamás habría despedidas, porque quien como tú siembra en el alma confituras de amor, se queda prendida en el vivir como si estuviese bordada en cada amanecer. Hoy, sólo venimos a hacer una nueva travesía contigo.
Hace casi diez años dibujaste en tus letras diminutas el trayecto hasta El Callao. Entonces dijiste: “sólo es el relato sencillo de una infancia feliz, vivida en el campo, en una naturaleza abierta y generosa, que dejó para siempre su huella, con sabor a miel y la frescura inigualable del amanecer campesino, saturado el aire con fragancia de jazmín y brisa del cañamelar.”
Y te convertiste en vasija para contener las mieles y solar para que en él las enredaderas de jazmines no cesaran de crecer. Tu corazón siempre se asemejó a una alforja de donde extraías, para repartir a manos llenas, rumores de agua, aroma de pomarrosas, golosinas fabricadas en una infancia que volaba en rieles de viento y fantasía.
Y tu presencia se constituyó, como la de Pío, en coraza, en vereda hacia los tiempos que vendrán, en gajitos de porvenir que nos regalas para que ninguna devastación nos confisque la alegría ni nos detenga el andar. Y ese precioso tesoro que nos entregaste, Clementina, silenciosa y perseverantemente, a través de todo tu vivir, nosotros lo prolongamos en nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, como lección jardinera, para que no se acabe ni se silencie jamás.
Por eso, esta carta comenzó hace mucho y no habrá de cesar jamás, en su afán de bordar cabriolas de colibrí en tu regazo, manjares de piña y de guayaba, ofrendas de embusterías, como aquellas que Doña Sofía tejió en las ansias floricultoras de Pío.
Hoy es apenas una nueva estafeta. Y me dice Pío, Clementina, que te aguarda para tus noches una inmensa carpa que él construyó para su Pinochita, hecha de pie de monte y de brisa, que contiene en su interior un fogón que rebosa amasijos y un trapiche que destila mieles, y agigantías de amor.
Hoy sólo hemos venido para acompañarte a recoger la risa que dejaste esparcida en estos lares. Y contigo nos volvemos a ir. Sólo que ahora tienes la tarea, Clementina, de levantar otra vez la casa, de encender la leña, de poner en funcionamiento los engranajes de la vida, de volver a escribir la historia que será. Y aquí vendremos, cada madrugada, a recoger tus viandas aliñadas de panela, para con ellas en el alma, resistir fatigas y desencantos, desesperanzas y pesadumbres.
Me dijo Pío que fabricó especialmente para ti un papagayo que vuela sin hilo, adornado de cocuyos, y con una instancia lo suficientemente grande para que quepa en ella tu ternura. Me dijo que así sabríamos reconocerlo cuando en el dintel de la ventana nos deje sus mensajerías nocturnas, mientras recorre la cresta de los montes de regreso a su Callao, otra vez al revuelo de la caña en su afán de hacerse dulcería.
Hoy sólo cumplimos una palabra empeñada, cuando dijimos: “Clementina es así el cauce de agua que nos comunica lo que fue con lo que será, el día en que los sueños de Pío se hagan realidad sobre las tierras de los hombres. Ella, junto con los suyos, vendrá de regreso, algún día, a celebrar la resurrección de las cosechas y la floración de los nísperos. Ella estará cuando el mundo se convierta en una casa grande donde todos tengan cabida para el disfrute del trabajo común, del amor compartido.”
Aún no hemos arribado a ese tiempo. Y seguimos desde la hondura de los pozos artesianos tratando de restituir el cauce de los hilos de fósforo, que Pío dejó encendidos como lámparas de tierra, en la noche.
Pero como una hoja que en el invierno se deposita en la tierra tan sólo para comenzar de nuevo su viaje hacia las nubes, hoy Clementina, sin ataduras que te retengan, emprendes otra vez el recorrido por la vida en el papagayo de Pío.
Regresas a los territorios de donde, en verdad, nunca saliste. Regresas con estatura de montaña, con fortaleza para resistir cualquier vendaval. Regresas con tu rostro de niña a enamorar otra vez a los pájaros, los espejos de agua, los maizales. Regresas a poner otra vez en funcionamiento el viejo trapiche y las notas de una pianola que en su interior lleva retenidos cantos y acordes que quieren salir adheridos a tus mágicas resonancias.
Regresas a poner orden en las hierbas que acamparon, durante tu ausencia, en las escalinatas de piedra, en el caminito de los caracoles, en el paso de las chicharras. Vienes a aromar la herrumbre del silencio con tus inciensos de azahar. A reunir de nuevo la asamblea de juglares, a levantar otra vez el telón de las hazañas de Pío, a reabrir las trochas y a reanudar las faenas en los membrillares. Te aguardan días festivos.
Pero me pregunto, Clementina, en tu quieta y sencilla sabiduría ¿no será que escogiste este tiempo para armarle a Pío, una hermosa batalla en sus predios floricultores? Estuviste, como prometiste, en la celebración de su cumpleaños, cuando en sus arcones antiguos arribó a cien años de estar sembrando estafetas porveniristas. Y ahora, cuando sólo faltan días para su viaje, en un hilo de luz, desde Namur de nuevo a El Callao, y cuando otros creen haber apagado para siempre su lumbre, ¿no será Clementina que decidiste reunir a Sofía y a todos tus hermanos para recibir a Pío, mientras Rita pone de nuevo a andar su escuela de música, y Flor prepara su manjar de piña, y Juan le deletrea la lecciones aprendidas, y Toño retoma las faenas de la hacienda, y Rosa Eloísa revive los jazmines guardados en el cofrecito de sus amores?
Conociéndote, Clementina, sabemos que andas en esas tareas. Y podemos escuchar tu alegría y el susurro de tu respiración, como cuando Pío te montaba sobre las tablas, o cuando Sofía los acariciaba a todos con sus cuenterías. Y nos alegra acompañarte en tus travesuras de amor.
Ahora podrás regresar como y cuando quieras, hecha flor o fruto, rumor de agua o canción de los sapitos. Siempre serás un recadito de amor que se nos siembra en la ilusión.
Y mientras nos toque el turno de venir a ampliar la asamblea de porvenires, que ahora presides, nos queda la tarea de nutrir el viento, para que no se detenga jamás tu vuelo aventurero. Y lo haremos, Clementina, navegando en el pozo de azúcares de tus pupilas, en el bajel de brisa de tu memoria y en el itinerario porvenirista de Pío.
Para tu viaje hacia el adiós de las embusterías mayores te dejamos una ristra de suspiros y el amor cuajadito en vagones de eternidad.
mery y agustín
Hacienda El Callao
Domingo, 02 de octubre del 2005
al esparcir los sueños de Clementina Tamayo
en el solar de su risa
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